Quiero hacerme eco en este post de la noticia aparecida hace ya varios días en medios de comunicación escrita y televisada. Unos adolescentes tiran piedras a una casa. Sale una vecina a increparles y la emprenden con ella. Uno de ellos, incluso, graba la agresión en el móvil, cuyo destino final será, probablemente, Youtube, ese totum revolutum de diferentes visiones de la vida, cajón de sastre donde casi todo cabe. Los encontronazos no se acaban el primer día, sino que continúan. En uno de ellos uno de los adolescentes la reta: «Atrévete a pegarme. Que soy menor, ¿eh?».
En nuestro blog hemos hablado ya de las consecuencias de las teorías progres de la educación. La tribu progre que rige los destinos de los adolescentes españoles fuera de sus casas nos dice que siempre es mejor dialogar que azotar (por cierto, ¿no suena a conocido eso del diálogo?). Que si se puede razonar con el adolescente temporalmente convertido en fiera corrupia, mejor que no castigarlo físicamente. Eso es lo que hacen los «padres adelantados y modernos». Pegar es de cavernícolas, naturalmente, y usted, señor, no debe levantar la mano contra sus hijos si no quiere que le llamen Pedro Picapiedra o que su propio hijo le llame a usted «fascista» y sienta usted el ramalazo de la culpa recorriéndole la columna vertebral de arriba abajo.
Ahora bien, nos encontramos con un problema (no previsto por la ley, pero sí por el legislador). ¿Qué ocurre si el «diálogo» no funciona? A cierta edad no funciona el diálogo porque no hay suficiente conciencia de la falta cometida. Y a cierta edad lo que ya no funciona es el cachete que se tendría que haber aplicado a edad más temprana. La ley desgasta la autoridad de los padres, a los que se considera que «privan el posible desarrollo del joven llenándole de traumas insuperables». Por consiguiente los padres, presionados por la hipoteca, angustiados por no parecer retrógrados y temerosos de que si un día «se les va la mano» les denuncien, dimiten. No ocurre siempre y en todos los casos, por supuesto; pero podría hablarse de que en muchos casos en que nos encontramos un adolescente problemático, tras él podemos encontrar padres dimitidos.
Y crecen como adolescentes resabiados, que «conocen sus derechos» (parece ser que de sus obligaciones nadie les ha hablado y menos les ha obligado a cumplirlas). De ahí que salgan de vez en cuando adolescentes que lo amenazan a uno: «Como me toques un pelo te denuncio». O el caso de aquella muchacha de 14 años que denunció falsamente a su padre por malos tratos, cuando en realidad lo que ocurría es que la muchacha era un pendón desorejado y su padre no la dejaba salir por las noches.
Todo esto se inscribe en un ambiente de ataque a las instituciones básicas (o que lo han sido) de la sociedad española: familia-escuela-Iglesia-Ejército. Al Ejército se lo cargó Aznar cuando suprimió el servicio militar obligatorio por motivos electorales, aunque llevaba años languideciendo. La Iglesia está en proceso de acoso y derribo como guía moral de la sociedad. De ahí surgen declaraciones como la de la Voguemomia cuando dice que «no tolerará tutelas morales». Nos parece muy bien que a título personal la Voguemomia no acepte tutelas morales; pero otros muchos solemos acudir a la Iglesia en busca de consejo u opinión en cuestiones que nos preocupan. En cuanto a la familia y la escuela, están en ello. ¿Y todo para qué? Pues para construir una sociedad de ovejas salvajes: sumisos con el poder económico y político y rabiosos contra los vecinos.
Retomando el tema donde lo habíamos dejado, la menor edad no puede funcionar como excusa para cometer hechos que en personas más mayores son constitutivos de delito. La Ley del Menor no puede convertirse en la «Carta Magna del menor». Esto, desde luego, es ir contracorriente: ya hemos dicho que para muchos padres el dictado social es el de convertirse en «coleguis» de sus hijos. La disciplina, mejor ni se menciona porque tratar de ejercer de padre e imponer la disciplina necesaria para que el desarrollo del joven o adolescente no se tuerza es anticuado y, sobre todo, «fascista».
Por supuesto, el día que yo tenga hijos, si alguno se me desmanda, le daré un cachete cuando lo crea conveniente. Y haré caso omiso de la pestilente corrección política que impregna el tema. En tanto en cuanto yo me preocupe de la educación de mis hijos, el Estado no es quién para decirme cómo tengo que educarlos. Ni mucho menos le permitiré que me los adoctrine, para que acaben convertidos en ovejas eléctricas.
No sorprende, pues, el caso de estos muchachos (o mejor debiera decir «cafres»), futuros hombres nuevos de la deseducación socialista. Pero de eso del «hombre nuevo» hablaremos otro día.
Actualización 11/01/2008. Esta mañana me han recomendado un vídeo en el que en unos 20 minutos, el Juez de Menores de Granada D. Emilio Calatayud explica el tema con mucha más precisión y mucho más gracejo que yo. Aquí pongo el enlace:
http://mediateca.educa.madrid.org/reproducir.php?id_video=jibnzc4s1quh4cv2
Estoy seguro de que les va a encantar…