En estas últimas semanas algo se está moviendo en el Magreb. Una especie de siroco sopla fuerte por tierras egipcias y tunecinas: el «pueblo» se levanta contra sus opresores. Qué bonito, qué revolucionario. Uno evoca rápidamente el cuadro de Delacroix: el pueblo, guiado por Marianne (¡pechos fuera!), lucha por «su libertad». Incluso se han visto camisetas del Che, hecho que no podemos sino relacionar con el famoso glamour rojo.
Pero tal vez habría que proceder como aquel filósofo teniente de la Benemérita, que en la película Airbag se planteaba dilema tras dilema. Podríamos decir, como él: «Cae el régimen corrupto tunecino. Es buena suerte. Han muerto varias personas. Es mala suerte. El expresidente Alí se ha ido de Túnez. Es buena suerte. Se ha llevado tonelada y media de oro en joyas y lingotes. Es mala suerte. El pueblo se ha levantado contra los corruptos. Es buena suerte. Quien puede estar detrás de los levantamientos es el islamismo radical. Es mala suerte». Vean, si no…
Las derivadas del asunto son inquietantes también. Primero, resulta que las movidas ocurren en países del mundo árabe, pero abiertos a la influencia occidental. Y Jordania, que también está abierta a la degeneración occidental, parece estar a punto de saltar. Es decir: esto no ocurre en un Yemen, o en un Pakistán. Irán, a pesar de su «democracia islámica», ahogó en sangre el intento de llevar un poco de aire fresco (estamos esperando a que Zerolo Kabezabolo se dé un garbeo por aquellas tierras y se hermane con un miembro tan prominente de la Alianza de So-Mamones). Lo cual vendría a decir que quien está detrás es el islamismo radical, al menos en nuestra modesta opinión.
Si esto es así, y es el islamismo radical el que está tras toda la movida, queda la segunda derivada: Israel. Si todos los países de su entorno se transforman en estados islámicos puros (es decir, cerrados a la «decadencia occidental»), la convivencia con ellos será mucho más difícil, pues ya no estarán dispuestos a tolerar un Estado judío, como hasta ahora. En este sentido, convendría recordar que los musulmanes radicales en ese punto piensan lo mismo que Hitler: «Donde estemos nosotros no hay sitio para nadie más». Ante la indiferencia o impotencia de muchos, los israelitas podrían verse expulsados al mar, simplemente porque se dejó crecer demasiado al monstruo islámico y hubo que darle algo de comer, para que no se nos comiese a nosotros. Exactamente como Chamberlain y Daladier en Munich, 1938. La historia nos enseña que la famosa «conferencia de paz» no sirvió absolutamente para nada y que el «cabo bohemio» no se conformó con Checoslovaquia, ni mucho menos.
Tercera: ¿volvemos a ser las «débiles democracias» de los años 30? ¿Se ha convertido la ONU en un remedo de la Sociedad de Naciones, de la cual se retiraron desdeñosamente Hitler, Mussolini y Stalin? Nos costó una guerra mundial (56 millones de muertos) rehacer todo lo que unos gobernantes flojos e ineptos, ciegos al flujo de la Historia, echaron a perder. Y parece que no aprendemos nada de la Historia.
La libertad es más fácil defenderla que conquistarla. Cuando un pueblo se deja arrebatar su libertad, es un pueblo servil e inútil para conquistar y merecer la libertad.
La libertad nunca se pierde defendiéndola. Nunca. Solo se pierde regalándola en la huida del dolor, del miedo o del esfuerzo de merecerla. Defenderla y consolidarla, es la única buena suerte propiciada desde los valores. Perderla supone la única nala suerte propiciada desde la cobardía, al perder con ella la dignidad humana.
No le demos más vueltas. Cuando la razón y la ley están de tu parte, el dolor solo se alivia devolviéndoselo al que lo produce violando la ley y aplastando a la justicia. Ese es el único remedio eficaz. No existe otro.
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¡Qué triste que en España los ciudadanos no tengan iniciativa para nada!, bueno excepto para Prestiges y etc., aunque ahí más que de iniciativa podemos hablar de que estaban teledirigidos.
Saludos
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Y el fúrbo… y la botellona… etc. Para cosas serias (como por ejemplo, formar una cola del paro como protesta) no busques a nadie. Nadie quiere retratarse. Ese tipo de miedo sólo se huele en las dictaduras, tengan o no nombre de tales.
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