Mi buen amigo Andrés García-Carro ha tenido la deferencia de enviarme un libro suyo recién sacado del horno, arrancándome la promesa de dar opinión o juicio sobre el mismo. Es tan interactivo como los dos anteriores, con sus correspondientes pizcas de reflexión y cuya diana, si se puede decir así, es el nuevo Gobierno del Partido Popular, que él personaliza en su presidente. Aunque da también para otro tema, que más abajo comentaremos.
El libro, como les comento, es una inmensa diatriba contra este annus horribilis que acabamos de terminar con Mariano Rajoy. Pero no precisamente en lo económico, que según o Hamlet das Rías Baixas es «lo que interesha a losh eshpañolesh», sino en aquellos terrenos donde el PP ha renunciado a dar la batalla contra los progres de salón: muy particularmente el religioso y el filosófico y/o ideológico, del cual se nutren todos los demás. Por citarles un ejemplo (p. 35):
«La esencia de España es el catolicismo. Sin esa esencia, sin esa impregnación histórica, sería lo que fuese, pero no sería España».
Esto no se atreve hoy a decirlo ningún señoría de los de a tres mil leuros por barba de sueldo base. No se atreve porque el chorreo sería monumental. Si a Jesús Posada, por felicitar a sus señorías las Fiestas con un Belén, la izquierda troglodita y cavernícola que soportamos en este país pretendió montarle el ídem, imagínense ustedes la que le hubiera caído a un diputado que hubiese afirmado el texto que les cito. «Fascista» o «nostálgico del franquismo» lo más bonito. Porque, extrayendo otra cita de su libro (p. 43):
«Hoy en España a quienes se mira y se trata como a apestados es a quienes hablamos bien de Franco, por ejemplo, o a quienes asistimos a las manifestaciones de las víctimas del terrorismo, que en muchos casos somos los mismos. Y a esa aberración han contribuido no sólo la izquierda sino también la derecha de este país».
Anotar aquí que si la «derecha» a la que se refiere Andrés es el PP, habrá que hablar más bien de una derecha placebo, en expresión feliz de José Javier Esparza precisamente en su recuadro de hoy 13 de enero en La Gaceta. Una «derecha» que, además, es «conservadora» en el peor de los sentidos del término: sobre todo, en su afán de conservar con pocas o ninguna modificación el corpus de leyes zapateriles. De todos modos, Mariano no puede ser muy «de derechas» (él mismo se etiqueta como «centrishta reformishta») cuando envió a Esperanza Aguirre «al partido liberal o al conservador» (con el tiempo se la ha acabado quitando de encima).
Ya avanzando en el libro, Andrés se mete en harina y la emprende a zambombazos contra el liberalismo. Empezando por el propio conceto de «liberalismo» que es, como dijo el otro, «discutido y discutible». Si admitimos la conclusión de Andrés, que cita a Humpty Dumpty, resulta que el liberalismo significa «lo que cada liberal que lo profesa quiere que signifique». Y, siguiendo la cita del huevo encaramado en el muro, la cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda. Eso es todo. Porque quien manda es quien realmente fija el sentido de las palabras.
Así, pues, y para empezar: ¿de qué hablamos cuando hablamos de «liberalismo»? ¿De «economía»? ¿Sólo de eso o de algo más? Porque si sólo hablamos de liberalismo económico, el laissez faire y todo eso, el resto de la doctrina liberal es indistinguible del progresismo post-68 y de su hijo (o nieto, que no estoy seguro), el relativismo moral. Cada cual con su moral. Una suerte de «Paz de Augsburgo» a nivel estrictamente personal (cuius persona, eius religio). Así, la definición de «bueno» o «malo», como está políticamente infectada, ya no puede ser «universal», sino «particular» de cada cual.
Quizá por eso el liberal-progresismo de moda posee la extraordinaria plasticidad de otros productos intelectuales de la izquierda, al menos donde ésta ha de someterse a cierto control «democrático»: el pacifismo, el feminismo, el homosexualismo (entendido como «lucha por los derechos de los gays»), el ecologismo… Tomemos como ejemplo la frase siguiente: «Todas las ideas son respetables, siempre que se expresen sin violencia». Un liberal y un progresista firmarían esa frase sin pestañear. Puede que el liberal frunciera un poco el ceño ante la coletilla, porque la «libertad» para ser completa, no debe tener cortapisas de ningún tipo, ¿no es así? Si puede hacerse, si hay posibilidad física de que algo se haga, la «libertad absoluta» ha de permitir escoger eso. Las consecuencias de tal elección no son importantes; lo es la libertad de elección. Con lo cual, tanto liberalismo como progresismo acaban confluyendo en esa inversión diabólica del dicho evangélico propugnada por ZP: «La libertad os hará verdaderos».
Frente a esa falsaria «libertad absoluta», Andrés opone la barrera o muro de la moral católica. No sólo porque es «la verdad la que nos hace libres» y no a la inversa, sino porque el hecho de que una mujer decide libremente embarazarse no debe permitirle eliminar a la persona que se está formando en su vientre, la cual es en todo momento vida, no se olvide. O porque expresar la «voluntad de independencia» no puede implicar que puedan usarse todos los medios para llegar a ella, incluido el asesinato de personas inocentes (terrorismo).
En fin. El libro trata de otros temas, que no les voy a desvelar. No pretendo ese espectador pelmazo de cine que, viendo una película, se acerca confianzudo a ustedes y les dice con aire de secreto de Estado: «el asesino es el mayordomo». Prefiero que saquen ustedes su propia conclusión después de haberlo leído y comprueben, más allá de toda duda razonable, que mi amigo Andrés, con todo lo que uno pueda estar de acuerdo o en desacuerdo con él, es un español de bien. Que no es español «porque hable mal de España» (que tampoco). Pero, como les digo, lean el libro y saquen su conclusión personal. Amar la Patria sale rentable (usando términos liberales), y Andrés no es precisamente de los que se quedan atrás en ese empeño.
Ya lo he leido, pero debo darle una segunda vuelta, y quizá una tercera. Quizá destacaría y recomendaría que quien lea el libro intente descartar prejuicios y tabúes inoculados en nuestra sociedad durante décadas. Y quizá Andrés Carro me dijese que, sobra el primer quizá. 🙂
Recomiendo su lectura, en especial a aquellos que piensen que ya han tomado posiciones, y que estas son inamovibles
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