El rostro de la democracia


Ha llegado a mi conocimiento la situación de Dª Coro Cillán. Corre por ahí una foto que describe exactamente cuál es esa situación. Hela aquí:


La foto muestra a una persona anciana y enferma, dado que la foto está tomada en un hospital. La mirada también dice mucho. Es la de la derrota y el cansancio frente a un sistema que la crujió. Pero hay algo que esta foto no dice. Para quienes no sepan o no recuerden quién fue esta señora, les diré que en su tiempo fue una Juez de Instrucción de algún Juzgado de Madrid. Estaba investida de la potestad de «juzgar y hacer ejecutar lo juzgado», según reza pomposamente el art. 117.3 de la muerta. Y en uso de esa potestad, pretendió reabrir el caso de terrorismo más grave de nuestra democracia, basándose en el hecho incontrovertible de que toda la versión oficial que consta en la sentencia que oficialmente dio carpetazo al caso se cayó. Fue literalmente desmontada por Luis del Pino y otros cuyo meritorio trabajo dio al traste con lo que desde el poder nos querían hacer creer. Aunque ahora, doce años más tarde, a mucha gente le dé igual.

Como en toda fechoría, institucional o privada, desaparecen todos. Desaparece el médico que no supo ver el tumor en el cerebro de un niño. El médico que trata a la madre de éste de «histérica» y le recomienda tomarse unas pastillas de valeriana «para calmarse». Los médicos que, cuando ya por fin quieren hacer algo, resulta que es «demasiado tarde». Desaparecen las enfermeras, que odian a la madre porque lo es de familia numerosa (¡descarada, cómo se atreve!) y ellas, naturalmente, no («otra vez está aquí la coneja»). Y por supuesto, desaparecen los papeles y los demás responsables.

En el caso presente, ni se sabe dónde está el juez instructor Del Olmo, el que permitió y/o no castigó que la Policía contaminara el escenario del crimen y tratara de construir un escenario falso (algo inaudito en unas FCSE «democráticas»). Tampoco sabemos dónde está el juez Gómez Bermúdez, el que perpetró la sentencia del caso y que nos dejó esta críptica perla: «El pueblo español no está preparado para saber la verdad». Todo muy correcto. Como aquellos correctísimos juicios nacionalsocialistas, en los que el Tribunal miraba de reojo a un personaje, sentado habitualmente en la última fila de la sala. Un esbirro de la Gestapo, con grado de Kriminalrat, que daba el visto bueno a la sentencia.

Lo que, con la perspectiva de los años, nos da la medida de la opinión que el poder tenía y tiene de nosotros. Y los policías y demás funcionarios y políticos que colaboraron en el crimen. Y los pedorros y pedorras que se burlaban de los que pedíamos —aunque fuera por un deber moral— explicaciones, los que queríamos saber la verdad (o «berdad», como rebuznaba alguno de ellos). ¿Dónde está hoy toda esa gente?

Sin embargo, sí sabemos lo que le ha ocurrido a esta señora. Y aunque sea ponernos un poco en plan Gila, vale la pena recordar. Nada más saberse que iba a reabrir ese caso, Coro Cillán recibió amenazas de alguien. Como pasó por alto esas amenazas, alguien perpetró un conato de incendio en su vivienda habitual. Como tampoco eso hizo efecto —aunque es para pensárselo, ciertamente—, optaron por la vía más retorcida: la trataron de «loca» en su ámbito profesional, le buscaron las vueltas en antiguos casos que ella decidió —sin sacar nada en claro, salvo para la hinchada de los partidos— y acabaron expulsándola a lo bruto de la carrera judicial. Alguien decidió que «entre nosotros, los jueces, no caben los héroes». A sensu contrario, ese alguien dictamina que sólo caben los lameculos. El juez o magistrado que quiera progresar en la carrera ya sabe lo que tiene que hacer cuando le toque un caso político.

Y como había que hacer un escarmiento, por si quedaba alguien duro de oído, a Coro Cillán la han dejado en la indigencia. Presumo, por tanto, que le habrán dejado una pensión miserable. No sin pensión, porque eso sí sería manifiestamente denunciable al haber cotizado ella los años correspondientes; pero sí en unas condiciones que distan de constituir un retiro honorable. Recuerda al caso de aquellos castigos consistentes en limpiar una letrina con un cepillo de dientes y un vaso. Convertirse uno en el grano en el culo de alguien es lo que tiene. Coro Cillán creyó que buscar la verdad la protegería; y Coro Cillán fue apartada de su camino de una patada.

Y ahora, señoras y señores palmeros —algunos de ellos con carnet de ¿periodista?— y hooligans de partido que berrean en las redes sociales, sigan hablando. Hablen de la sacrosanta (nada santa, en realidad) Transición. Hablen de los cuarenta años de paz y ciencia que nos dejó Campechano I, en los que se fue formando la tela de araña que hoy pesa como una losa sobre la Nación española. Hablen de todas esas gilipolleces. Y de la «imparcialidad, inamovilidad, independencia y sometimiento a la ley» de los jueces. Eso les va a dar muchos puntos: los mismos que a San Antonio de Padua predicar a los peces. Sepulten la verdad bajo toneladas de «material no combustible», que hubiera dicho Ray Bradbury. Sigan bostezando ante el coñazo que es que las víctimas del terrorismo se manifiesten. «¿Para qué lo hacen si no van a sacar nada?».

Cambiamos la dictadura de un solo hombre por la de los partidos. Y estamos pagando las consecuencias: una democracia de mierda. Suave en las formas mientras uno «no se pase de ciertos límites». Pero totalitaria cuando uno trata de mirar de frente al horror y de sacar a la luz las bastardas «razones de Estado» (de Partido o incluso personales, en realidad) que informan determinadas actuaciones de quienes controlan esa maquinaria.

En España tener razón nunca valió una mierda frente al poder. Shostakovich en la política. «¡Circo, más circo!». Vergüenza.

3 comentarios en “El rostro de la democracia

Gotas que me vais dejando...

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