Reflexiones de urgencia sobre el Brexit (II)


Continuamos la relación. Las cosas siguen de color hormiga y en Inglaterra la cosa se ha animado. Siquiera sea porque el fúrbo, ese deporte «que inventaron ellos y que gana siempre Alemania» (con permiso del mejor Del Bosque y sus boys, hoy en horas bajas) se ha terminado este año para ellos por culpa del buen hacer de un dentista islandés a tiempo parcial.

Pero ahora es cuando la cosa se pone fea de verdad. Tras el referéndum en que sale el Brexit, los británicos se han dado cuenta de dos cosas: primera, que Nigel Farage y el resto de outers les engañaron vilmente. Y segunda, que la abstención juvenil fue decisiva para que saliese la opción out. Bruselas, apoyándose en el descontento por las habituales posiciones británicas en asuntos variados y cansada de que Londres pretenda una situación de privilegio respecto de los demás socios (en Londres no quieren enterarse de que la UE no es el Consejo de Seguridad de la ONU), ha dicho: «A enemigo que huye, puente de plata».

En esto, los británicos en conjunto se han dado cuenta del error que supone la salida de la UE. Prácticamente nada más saberse que se iban a iniciar las negociaciones para la escisión, en Gran Bretaña se inició una campaña de recogida de firmas para promover un segundo referéndum. Curiosamente, en Bruselas no quieren ni oír hablar de eso. Se agarran a que es un lío interno y que ellos no se van a meter. Y en verdad que hay lío, porque lo único cierto es que Cameron se ha ido. Lo demás está en discusión: los partidos tradicionales (tories o conservadores y whigs o laboristas) se han partido por la mitad y llueven las puñaladas. La primera víctima ha sido Boris Johnson, traicionado por su ex-amigo del alma —¿existe eso en política?– Michael Gove. No se descarta que hasta después del verano, en que habrá que elegir el sucesor de veras, haya más víctimas políticas.

Perjudicados todos

Así las cosas, resulta que el Brexit no beneficia a nadie. Perjudica, como dejábamos claro en el anterior post, a los jóvenes ingleses que quieren trabajar o estudiar en Europa, así como a los extranjeros que quisieran hacerlo en el Reino Unido. Pero a un nivel más general nos perjudica a todos. Resulta también que, después de Alemania, el Reino Unido es el mayor contribuyente a las arcas de la UE. Eso significa que debemos preguntarnos en cuánto se incrementaría la necesaria contribución a esas arcas si el Brexit se verifica. Otro tanto se diga de las relaciones comerciales entre Gran Bretaña y la UE. Tan es así que, en caso de verificarse el Brexit ya hay varias ciudades que optan a ser arrendadoras de la City londinense. Entre ellas y con serias opciones, Frankfurt. Hay otras, como Madrid; pero pensar que la sede de la Bolsa europea va a establecerse en una ciudad gobernada por una comunista trasnochada y su alegre grupito es ser del género tonto.

No obstante, hay que señalar que la más perjudicada por la trifulca política ha sido Jo Cox, que ha pagado con su vida la defensa del Bremain. No tiene buena pinta porque, a pesar de que los medios se esfuerzan en señalar al asesino como un demente y poco más, apunta a otra cosa en mi opinión. Es de esa clase de hechos cuya producción busca provocar un determinado efecto en la opinión pública. La historia reciente nos muestra ejemplos: así, por ejemplo, el incendio del Reichstag en febrero de 1933, que propició el putsch definitivo de Hitler para la consecución del poder absoluto. O, más cercanamente, el 11-M nuestro, que propició el cambio de Gobierno con unas encuestas que cantaban la victoria de Mariano Rajoy, además de sus dañinos efectos secundarios.

¿Por qué irse/quedarse?

Bueno, quedarse tiene inconvenientes varios. El primero de todos es que nadie con mando en plaza se ha atrevido a definir qué significa «ser europeo» más allá de las habituales definiciones mercantilistas. La primera vez que se intentó (2004), bajo la égida del masón Giscard d’Estaing, resultó una identidad europea tan inodora, incolora e insípida que nadie la votó y el texto prácticamente nació muerto. Se atrevió a ignorar o a borrar de un plumazo todo aquello que hace que los europeos seamos como somos: la filosofía griega, el derecho romano y, sobre todo, la religión cristiana en sus variadas formas (católica, ortodoxa, protestante…). Esto no invita a quedarse, desde luego.

Después, el famoso déficit democrático en la UE. Eurócratas que no escuchan, que trazan planes y planes en sus despachos sin conexión con la realidad y luego se topan con el rechazo de los destinatarios de los mismos. Y sobre todo, burocracia, burocracia y burocracia. El poder no está exactamente en el Parlamento Europeo, a pesar de las reformas que se han llevado a cabo para darle mayor poder. Sigue estando en la Comisión, cuyos miembros son nombrados por los Estados y por tanto, a cuyos intereses sirven.

Y tercero, una causa dinámica, que ha salido a la palestra poniendo en evidencia las dos anteriores: la crisis de los refugiados. Pone en evidencia que no existen unas Fuerzas Armadas europeas y una policía europea. Los Estados son muy celosos de su territorio… y de sus cloacas. Todo esto sale a la palestra cuando Bruselas dice alegremente que «cada país se ocupará de defender sus fronteras marítimas». Ya no sólo para que no entren inmigrantes de forma ilegal, sino para que entre ellos no se cuelen los terroristas islámicos. Después de los acontecimientos de Dover, Calais, Zaventem… queda clara esa debilidad de la Unión Europea como superestado. O superestado masónico, como algunos pretenden.

Y sin embargo, la forma de que este panorama cambie no es pegar el portazo y decir: «Hala, que os den». De entrada, porque eso ha creado problemas en la propia Inglaterra. Menos mal que a Nicola Sturgeon le han dado con la puerta en las narices; de otro modo, Escocia podría haber negociado de gratis su entrada-permanencia en la UE. Y con el efecto rebote de que aquí el senyor Puigdecony y su troupe de carísimos cómicos de la legua se sentirían reivindicados. La forma de cambiar las cosas es desde dentro, con todos los inconvenientes que eso pueda conllevar. Lo demás son rabietas de niño malcriado al que se le ha tenido demasiada paciencia y se le ha consentido demasiado.

2 comentarios en “Reflexiones de urgencia sobre el Brexit (II)

  1. Esto del brexit me recuerda un vídeo de una niña que la dice a su mascota: «Ay pollito la que estás liando».

    Buenas noches desde el «catre» y escribiendo con el pugar izquierdo.

    Le gusta a 1 persona

Gotas que me vais dejando...

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