Encaramos ya la sexta prórroga del mal llamado «estado de alarma, que sólo puede ser denominado tal por la alarma que ya está causando en los sectores productivos de la nación. Ahora, a los que decíamos que el 10-N España había votado un desastre, ya no nos dicen nada. Cada uno está preocupado hoy con el dinero que no llega del ERTE o con las magras posibilidades que hay de que recupere el trabajo que tenía antes. Eso sí, como ha ocurrido otras veces, la versión oficial se ha caído con todo el equipo. Lo de menos es ya la «salud»: las mascarillas y los guantes son un timo y este gobierno empieza ya a recordar al «Réfor» de Se buscan fulmontis («Soy pintor… un pintor que no pinta nada, ja-ja-ja»). También y como siempre, algo que uno ve en una película puede ser gracioso, pero pierde toda su gracia cuando lo ve las noticias de las 9.
Pero hoy, parafraseando a los recordados Tip y Coll, «no hablaremos del gobierno». ¿Para qué vamos a hablar de un tipejo al que no le importa poner a España en almoneda, simplemente para que le sigan llamando «Presidente»? Una pregunta subsiguiente sería «¿por qué tenemos que aguantarlo una legislatura completa?». Que eso, recordemos, se cumpliría en 2022 como pronto, si tenemos en cuenta que le aguantamos desde 2018 tras la infame moción de censura que se dejó plantear Mariano —recordemos eso también cuando le veamos reírse a carcajada limpia de los españolitos mindundis como un servidor y del confina-miento—.
Tampoco importa mucho quién es el que lleva la batuta. Me da igual decir que «Pablemos es un comunista» o que «Pedro Sánchez es un psicópata». No me importa, a estas alturas, quién es más responsable de los dos de la situación que se ha creado en estos momentos y cuyos efectos tienen visos de perdurar bastante tiempo, aunque haya quien no se lo crea. Todo este teatro de las mascarillas y los guantes, a pesar de que el virus ha afectado a personas que no presentaban ninguna patología previa, ha tenido unas intenciones mucho menos evidentes y que, como algunos nos maliciábamos, tenía menos que ver con la «sanidad» que con la política y la economía: provocar una crisis económica de gran calibre que, a su vez, forzara un cambio de sistema político. ¿Cómo, si no, se entiende que en España se hayan matado mosquitos a cañonazos (declarando un estado de alarma con restricciones de derechos constitucionales propias de uno de excepción) cuando en otras partes de Europa (Alemania, por ejemplo) se ha acudido a legislación ordinaria y exclusivamente restringida al ámbito sanitario?
Pero lo que quería comentar hoy son las posibles respuestas a la pregunta: «¿Hay alguien enfrente?». Por de pronto, el «confina-miento» ha impedido la rápida organización de una oposición frontal a este «golpe de estado» jurídico. Tanto es así que los Juzgados no vuelven a ponerse en marcha hasta el próximo jueves. El Gobierno tendría planteados dos frentes:
a) el estrictamente judicial, que iría por dos caminos:
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el penal: por las flagrantes negligencias (y está por verse si hubo dolo en algunas decisiones que se tomaron) en la gestión de la crisis «sanitaria», tanto antes de su declaración como durante ésta. Con un resultado que según cálculos puede acercarse peligrosamente a los 50.000 fallecidos.
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El contencioso-administrativo y el social, que se desdoblaría en dos ramas:
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los perjudicados por los ERTEs, que también son legión y de los cuales muchos de ellos no cobrarán ya la prestación correspondiente. Y algunos sectores, como el turismo, que si Dios no lo remedia ya puede mandar a tomar viento la temporada.
- la prevención de riesgos laborales: negligencia en la facilitación de la realización de tests fiables (los confiscaron en muchas empresas) y de material sanitario adecuado (o no lo proporcionaron, o era defectuoso).
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b) El constitucional: por lo que hemos mencionado antes de los excesos de los estados de alarma, con restricciones propias de un estado de excepción.
A nadie le preocupa ya que algún tonto vaya diciendo por ahí (se lo habrán dicho al oído Pedro Sánchez, Iván Redondo o alguno de sus paniaguados, seguro) que la culpa de la situación es de «los recortes del PP», como si con una consigna se pudiera borrar la responsabilidad de este Gobierno. Otra cosa es que uno se pregunte qué es lo que tenían en la mollera todos los que el 10-N votaron a Pedro Sánchez. Y si yo hiciera ahora como el ínclito Pedro Castro, diría que «no entiendo cómo hay tanto tonto de los cojones que vota a las izquierdas». Pero digamos que el mal ya está hecho y se trata «sólo» de reparar lo mal hecho.