Tranquilícense ustedes, que no les voy a traer a la memoria el espantajo del Rodolfo Chiquilicuatre ése (personaje, por cierto, interpretado por un xarnego, que dirían los catborregos hoy). Hoy, precisamente, ésa es la moda entre determinados colectivos de trabajadores que ejercen una función en régimen de monopolio debido a los conocimientos específicos que se necesitan para ejercerla.
Para explicar esto tal vez haya que acudir al viejo chiste de la mierda. Sepan ustedes que un día cualquiera los diferentes órganos del cuerpo humano iniciaron una discusión sobre quién debía mandar y quién era el más importante.
–Si yo no bombeo sangre, el cuerpo no funciona. Mirad si soy importante –dijo el corazón–.
–¡Serás creído! –le contestó el cerebro–. Si yo no doy órdenes y os coordino a todos, nada funciona. Mi función es la más importante y por eso yo debo ser quien mande aquí.
–Pues si nosotras no funcionamos, el cuerpo no camina –dijeron a dúo las piernas-.
–Nosotros debemos ser los importantes –dijeron los ojos-. Si nosotros no funcionamos el cuerpo no sabe a dónde va y andará tropezando.
Y así todos iban exponiendo su función y la razón por la cual debían mandar. En esto, habló la mierda:
–Yo soy más importante que todos vosotros y yo soy quien debe mandar.
El resto de órganos protestó:
–¡Oh, vamos! ¿Cómo vas a ser más importante? ¡No nos hagas reír! ¿Pero tú qué te has creído?
La mierda replicó, con una voz falsamente suave:
–¿Ah, sí? Pues ahora me voy a negar a salir hasta que yo sea quien mande aquí.
Al cabo de unos días, el cerebro se bloqueaba porque no recibía sangre del corazón. Éste estaba a punto de explotar. Las manos se hinchaban y las piernas flojeaban. Los ojos, igualmente hinchados y llorosos. Y así todos los órganos del cuerpo. Al final, todos ellos profirieron un grito unánime:
–¡QUE MANDE LA MIERDA! ¡QUE LA MIERDA SEA EL JEFE!
Y así la mierda salió, por fin, y todo volvió a su cauce natural.
La presunta fuerza de un colectivo, hoy en día, no está tanto en la unión de sus integrantes, como suelen decir los libros de Derecho sindical o Teoría de Organizaciones, sino que es directamente proporcional a la cantidad de ciudadanos a quienes pueden tocar las narices si dejan de funcionar. Y es en función de esa cantidad que ellos plantean reivindicaciones (generalmente económicas), tanto más injustas (elevadas) cuanto mayor sea la cantidad de ciudadanos perjudicados. Añádase a lo anterior la falta de elasticidad de estos colectivos: es decir, que si ellos no funcionan, nadie más puede hacerlo en un plazo razonablemente breve para que se mantenga el servicio en las mismas o similares condiciones que los otros prestaban. Ahí tenemos el conflicto servido y a los pobres ciudadanos, de rehenes del colectivo que se trate.
Ha sido el caso, por ejemplo, de los empleados de la recogida de basuras en Madrid (que se adapta casi como un guante al chiste que les acabo de citar). También ha sido el caso de los empleados del Metro de Madrid (aunque eso ya nos queda claro que fue una huelga política contra Esperanza Aguirre, que ya les digo yo: si es así como el PSOE piensa ganar la Comunidad de Madrid, Esperanza puede seguir tranquila en su sillón) Los que tengan alguna edad se acordarán en tiempos del poderoso SEPLA (sindicato de pilotos), hoy apenas sombra de lo que fue gracias a la competencia (¡ah, el mercado y su ley de oferta y demanda, siempre enemigos del socialismo!). Les han relevado los controladores aéreos, cuya dejación de funciones por motivos de huelga o conflicto colectivo es además un peligro no sólo para los aviones en tierra, sino también para los que están en circulación y los conductores de autobús, si bien éstos no reivindican más dinero, sino que luchan por conservar su trabajo, que los otros tienen asegurado.
En España necesitamos una clase política que pueda sacar adelante una Ley de Huelga que desarrolle el art. 28 de la Constitución, en vez de tener un Real Decreto-Ley de 1977 y constitucionalizado por el TC… en 1983. Necesitamos que ningún colectivo de trabajadores pueda tomarnos como rehenes y la Administración se vea obligada a bajarse los pantalones ante sus pretensiones injustas. Pero ocurre con la clase política española (mutatis mutandis) lo que ocurría con la Recon Platoon de los Marines en El sargento de hierro: «Los Marines buscan siempre hombres de verdad. Desgraciadamente, vosotros no lo sois».
Cuando los famosos «piquetes informativos» puedan ser condenados por delito de amenazas o coacciones si llega el caso (creo que no se ha condenado a ninguno aún) y cuando quienes ejerzan el derecho (constitucional) de huelga no tomen como rehenes a ciudadanos inocentes, puede que hablemos en otros términos. Mientras tanto, la moda es «Berrea, berrea… que el Gobierno te dará lo que pidas (aunque a veces se haga de rogar)».
Un comentario en “¡Berrea, berrea!”