Volvemos a la Diada Nacional de Catalunya un año más, y visto lo visto, más indios que nunca. El año pasado era el milió i mig de catalans que según el (des)Govern de CiU se lanzaron a las calles y plazas de Barcelona para «pedir la independencia» (que tal vez fueran milió i mig, pero desde luego, allí había de todo: desde marroquíes con niqab, de ésos que no se integran y pasando por negros con aspecto de haber acabado de saltar de la patera, hasta algunos catalanes de tercera generación que se hacen perdonar su origen extranjero).
Este año se ha dado otra vuelta de tuerca: en vez de concentrar al personal en la Plaça Sant Jaume, en la que no cabían todos, se les ha distribuido por toda la costa catalana, desde Salses hasta Alcanar. No a Guardamar, como reza la canción; porque Guardamar, según dicen, es más murciano que otra cosa y además la Benemérita les salió al paso antes de llegar a Vinaroz, ya en tierras del llamado País Valencià. La reivindicación tampoco es la misma. Ha pasado un año y las cosas han cambiado: hasta el año pasado daban la brasa con el refotèndum, en el que naturalmente sólo podían votar los catalanes. Eso sí, con rebajas: mayores de 16 años (buen punto: los adoctrinados son legión en esa franja de edad) hasta nouvinguts a los que se puede camelar con la remota esperanza de poder arreglar sus papeles en una hipotética Catalunya lliure. Hoy las cosas han cambiado: ya no piden el refotèndum. Increíblemente, se han avenido a que las próximas elecciones que se convoquen no tengan carácter plebiscitario.
Ni qué decir tiene que, ante la habitual pasividad del Gobierno central, la cadena ha sido un éxito mediático. Mucho más cuando por parte de ese Gobierno se ha comisionado precisamente al ministro de Exteriores –todo un signo– para que parlamente con la Generalitat de Artur Mas. Y aún se puede añadir un clavo más al ataúd si tenemos en cuenta que el Gallo Margallo, como se le conoce, ha cacareado que «se hagan reformas a favor de Cataluña», según informaba hoy la portada de El Mundo. La «mayoría silenciosa» lo ha tomado como lo que es: una jornada festiva i prou. En cuanto a los que no formamos parte de los creyentes ni tampoco de esa mayoría silenciosa (que por otro lado está lentamente dejando de ser silenciosa), reivindicamos tener la fiesta en paz. Reivindicamos que el país tenga un equipo dirigente cuyo fin sea el mayor bienestar de todos los españoles, no sólo de los de su partido (o de su región).
Por si faltaba algo, la posición del iluminado Artur Mas se está volviendo harto complicada: no puede forzar la marcha para alcanzar a ERC porque entonces se situaría fuera de la legalidad constitucional; pero tampoco puede recular sin más porque eso supondría un corrimiento espectacular de votos hacia ERC. Supongo que no se lo esperaba; pero éste es el resultado exacto de casi 35 años de adoctrinamiento nacionalista: ahora la masa (bien teledirigida) quiere más, sabiéndole a poco los avances de Mas. E, incomprensiblemente para los cervells gloriosos de CDC, la masa de votantes antes nacionalistas va mirando con más simpatía a Junqueras.
Tampoco han faltado las comparaciones. Y, en esto, Mas ha ido mucho más lejos que L’Avi II. Éste, por lo menos, no dejaba de tocar pie cuando hablaba de que Cataluña «se parecía al Québec»: una región francófona en medio de un Canadá metido en la Commonwealth. No importaba que desde que allí empezaron con el coñazo nacionalista las cifras reales se desplomaran, tanto en economía como en educación. En CDC han llegado a comparar Cataluña hasta con Kossovo: todo sea por la identificación con un pueblo oprimido y colonizado. Lo mismo con Irlanda (fijación también del nacionalismo vasco). Pero esto es peccata minuta, señores, con lo que ha hecho Artur Mas: el Molt Collonable pretende ser un híbrido entre Moisés (elecciones del 25-N) y Martin Luther King, nada menos. Lo que ni él ni sus adoradores saben es que todavía no se ha inventado un combustible para ese híbrido y que funcione en Cataluña. Salvo, naturalmente, la gasolina en forma de aportaciones del FLA y que en Cataluña utilizan para quemar todo rastro de presencia estatal en su territorio.
Un hecho ha venido a cambiar la monotonía reivindicativa de la Diada, aparte de la cadena: que unos cuantos elementos de extrema derecha (¿la «extrema izquierda» no existe, señores periodistas?) se personaran en la Llibreria Blanquerna de la Generalitat en Madrid y dejaran unas cuantas tarjetas de visita. Vaya por delante que opinamos que está mal, como hecho castigado por la ley. Sin embargo, creemos que el Gobierno debería tomar nota de que esa pequeña erupción es un síntoma del cansancio y del cabreo que producen fuera de Cataluña el continuo chantaje al Gobierno y las interminables cesiones a un Gobierno que dentro de sus fronteras se comporta de una forma inequívocamente totalitaria. Muchas personas necesitan un Gobierno que sea capaz de decir YO; algo que por ahora este Gobierno es incapaz de hacer, en virtud de no sé qué pactos previos a la Constitución con el nacionalismo. Situación que tampoco se arregla ni con el federalismo asimétrico, ni de otro tipo (a RbCb sólo le queda terminar de dividir España para tener una pequeña posibilidad de gobernarla, aunque sea a cachos). Y todo, con el corolario del art. 139.1 de la Constitución, que la casta se pasa por el forro:
Todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado.
¿Y qué nos queda a los ciudadanos de Cataluña que no comulgamos con las ruedas de molino nacionalistas, ni, como Pere Navarro, nos dejamos seducir por sus cantos de sirena? Les propongo que, en vez de sentirnos desamparados por el Gobierno central (en realidad, por todos los Gobiernos centrales que en democracia hemos padecido) cantemos algo parecido a esto…
El wàter ja està ple,
ja vessa pels costats;
i la seva cadena
a tots ens té lligats.
Si tu l’estires fort per aquí
i jo l’estiro fort per allà
segur que l’aigua baixa, baixa
i el podrem desembussar
Si tu l’estires fort per aquí
i jo l’estiro fort per allà
segur que l’aigua baixa, baixa
i ben net tot quedarà.