Como llevo casi un año sin escribir nada, me decido hoy a comentar unas impresiones sobre X (antes Twitter), una red insocial que estoy valorando abandonar, sobre todo desde que me he dado cuenta de la enorme cantidad de tiempo que me roba. Desde hace ya bastante tiempo, me llama la atención el gran número de personas que confunden X con la realidad. Me he encontrado con gente que me ha mandado a tomar… viento al intentar hacerles ver que pierden el tiempo discutiendo con gente a la que nunca van a convencer (signo claro y evidente de adicción).
No menos aquellas otras que, como ven que la realidad no coincide con su visión de las cosas, se dedican a promover esa visión berreando a más y a mejor y peleándose con quienes no están de acuerdo con esa visión, buscando la bronca: particularmente, en España, los indepens, que ya me dan pena, porque resulta que de ese momio viven bien quatre gats y el resto de ellos, aunque aspire a vivir como ésos de arriba, nunca será otra cosa que número. Y en cuanto a la población, una mera comprobación física da como resultado que la gente empieza a hartarse de ellos porque, a fin de cuentas, la situación no cambia y perciben (correctamente) que les están metiendo la mano en el bolsillo y robándoles a manos llenas. Que sea una causa que nunca vaya a cumplirse es lo de menos.
Quedan los que creen que por mostrar su disconformidad con una situación en X «el mundo va a cambiar con su sola palabra». Son los de los dos minutos de odio orwellianos. Uno los ve desgañitándose contra el presidente, ministro o político que les desagrada… y no pasa nada. Y todos contentos: el político, porque recibe feedback aunque sea malo (es decir, le hacen casito y hablan de él aunque sea mal) y el usuario porque, aunque ha soltado un exabrupto, no le va a caer ninguna demanda ni la policía va a llamar a su puerta a las 2 de la mañana.
Aunque muchos parecen no haberse dado cuenta aún, el poder taumatúrgico de la palabra es nulo en X, a no ser para que la censura (sí: «viva la libertad de expresión… más para unos que para otros», que hubiera dicho Orwell) tuitera te persiga, te suspenda la cuenta por una semana o te la tumbe si creen que la infracción de sus reglas es lo bastante grave.
Descartemos a los contratados vía astroturfing, que también los hay y que son de la familia de Upton Sinclair («Es difícil lograr que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda») y con los que es inútil hablar de la razón por la que fueron contratados.
Salir de todo esto debe ser como salir de Matrix, supongo. Y muchos, al parecer, no quieren. Y sí, puede que tengan razón: «Si tanto lo criticas, ¿qué haces tú ahí?». Cada vez estoy más convencido de que X, desde el punto de vista del usuario, no sirve para nada. O para perder el tiempo. O, tal vez, para sustituir relaciones de personas de carne y hueso por relaciones virtuales. Se rompen matrimonios y familias y se sustituyen… ¿por? Y no pasemos por alto el hecho de que cada vez más la mentira y la doblez planean por las relaciones personales y sociales (con el obvio correlato de la desconfianza). Pero esto es consecuencia de una sociedad líquida, donde al parecer hasta el tiempo del que se dispone en este mundo importa poco o nada.
Debería hacernos pensar el hecho de que todo un país esté sumido en el hechizo y la ensoñación virtual. Que España, tradicionalmente, haya tenido un mal despertar de estos ensalmos debería enseñarnos algo.