Culpa y vergüenza

Ya saben ustedes que un servidor no se declara especialmente afecto a la Monarquía. Principalmente porque eso implica que en un régimen monárquico hay alguien que se comporta como si estuviera a legibus solutus. Así es como se sanciona en nuestra Constitución, art. 56.3: «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad». Claro que aquí habría que matizar que aquellos que forman la casta y las fuerzas vivas tampoco: la última muestra acaban de tenerla ustedes en el indulto concedido in extremis a Alfredo Sáenz, mano derecha de Don Botinone. Y que lo de Barrionuevo (¿tal vez también de Felipe?) era tan gordo que no había manera de dejarlo estar sin que nadie fuera responsable.

En resumidas cuentas: para mí ya es malo que haya alguien en nuestro país que no se someta a responsabilidad judicial en caso de cometer una pifia de las reguladas en el Código penal. Fíjense que incluso los militares, a pesar de que existe una jurisdicción especial para ellos, no dejan de tener también su Código Penal y están sometidos a él como los demás lo estamos al general. El problema surge cuando alguien del círculo del Rey cree que puede actuar como si estuviera a legibus solutus (exento de cumplir la ley). Alguien que cree que por estar dentro del círculo participa de esa misma «invulnerabilidad» que la Constitución concede al Rey.

El mecanismo funciona en esas alturas a otro nivel. El conceto, que diría Pepiño, no es aquí «culpa», sino «vergüenza». La vergüenza no nos habla de lo que hemos hecho mal, sino de aquello que somos y que nos incapacita para ser. Por la misma razón, lo que se aplica aquí no es la ley escrita, sino la moral. Es decir: esos principios no escritos que rigen (o deben regir) la actuación de las personas y que funcionan como mecanismos de autocontrol. Sin embargo, en esta época de relativismo moral y de, como diría Nietzsche, nichts es wahr, alles ist erlaubt, parece que nada iba a parar al ex deportista de élite y empresario de nuevo cuño, emparentado con el Rey (el triunfo en persona, vamos).

De que está todo inventado no cabe duda. Pues bien: el caso de Urdangarín, que desde hace semanas colea en los medios y que posiblemente salpicará a más personas conocidas (de momento, parece que a González Pons le ha costado la designación como portavoz del Gobierno), es otra muestra de la hybris griega: el que se comporta como si no tuviera límite alguno acaba partiéndose el cuello. Cabe imaginar que quienes no hace tanto se sentían orgullosos de «hacer negocios con el yerno del Rey» se hayan apresurado a aplicar el photoshop a las fotos en que aparezcan dándole la mano.

De aquí surgen dos preguntas:

  1. ¿Ninguna de esas personas con las que contrató tuvo las narices (por no decir otra cosa) suficientes para decirle «Me pides demasiado por este informe y no te lo voy a pagar»? ¿Tan contentos estaban todos de «contratar con el yerno del Rey»? Fíjense ustedes que hasta ayuntamientos catalanes gobernados por ERC (republicanos de toda la vida) recibieron de la Generalitat la recomendación de contratar con él.
  2. Dicen que todo ese dinero que obtuvo de manera muy poco clara o directamente no ejemplar lo evacuaba a paraísos fiscales tipo Belice y similares. ¿Qué necesidad tenía él de manejar dinero, cuando no viene precisamente de familia pobre de solemnidad (su familia es una familia bien del PNV), y menos cuando probablemente reciba una asignación real que para sí quisiera cualquiera de los 5 millones de parados de este desventurado país?

Xavier Horcajo da un buen repaso a la trayectoria de Urdangarín. Presenta una versión, aunque «mala», benevolente con Urdangarín: que sí, que está metido en todos esos feos asuntos en que dicen que está metido; pero que sus compañeros de ESADE le liaron. A día de hoy no podemos saber si esto es verdad o es, por el contrario, un intento de diluir su responsabilidad. Suena más bien a que le animaron a usar del real paraguas y que luego, en vista de los éxitos, naturalmente, le creció la ambición. Creyó que tenía poder y que podía usarlo en su propio beneficio sin ningún tipo de límite. Hasta que finalmente el paraguas real mudó en paraguazo en los medios.

También hay quien se pregunta, malicioso, por qué han sacado precisamente ahora el tema. ¿De qué otro tema hay que desviar la atención? ¿Acaso del traspaso de poderes? ¿Acaso de los nubarrones que vienen de Europa? Habrá que estar atentos. De lo que sí estamos seguros es de una cosa: de que el verdadero patrimonio de un Rey (y por extensión, de su familia) son la honorabilidad y el prestigio, que le exigen actuaciones no sólo dentro de la legalidad, sino moralmente intachables. Ahora Urdangarín se los ha cargado. Ya veremos cómo queda de tocada la institución (en nuestra opinión, bastante).

Palabras dolidas y sinceras

(tomado y editado del muro de Facebook de Ángel Rico Escribano).

A S.A.R el Príncipe de Asturias, de Gerona y de Viana, Duque de Montblanc, Conde de Cervera y Señor de Balaguer

Señor:

Las palabras de un Príncipe son del máximo interés para los ciudadanos que, por ser tal, le deben pleitesía. De ahí que Vuestras palabras, Señor, en el discurso de entrega de los Premios «Príncipe de Asturias» me hayan causado zozobra. Por ello, con el debido respeto, desde mi condición de ciudadano y haciendo uso de la Libertad de Expresión, me dirijo a Vuestra Alteza. Continuar leyendo «Palabras dolidas y sinceras»

Palabras de la Reina

Hay que ver qué polvareda han levantado las palabras de la Reina, puestas en negro sobre blanco por Pilar Urbano. ¿Y por qué? Bueno, porque mayormente ataca los presupuestos progres de las legislaturas zapateras. No está de acuerdo con lo del matrimonio homosexual (que, fíjense, no se llama así ni en Francia, república laica por excelencia). No está de acuerdo con la modificación de la ley del aborto ni de la introducción del suicidio asistido (que vulgarmente traducimos como «eutanasia»), apelando, para ello, a una ley natural superior a la ley positiva.

Quiero dejar constancia aquí de mi opinión al respecto. Con independencia de que lo que piensa la Reina lo piensa bastante gente en España y de que yo soy republicano y no monárquico, la Reina es ciudadana española. Y eso le da perfecto derecho a opinar sobre las cuestiones que preocupan a los españoles, guste o no.

Pero resulta que a los progres de Chuecadilly no les ha gustado. Y rápidamente Zarzuela (probablemente por consejo o recado del señor Alberto Aza) ha intentado censurar la edición. ¿Cómo dice usted? CENSURAR. Anda, pero si creíamos que la censura era cosa de fachas y franquistas… Pues va a ser que no. O sí, porque ya es bastante conocido que no pocos rojillos de visa oro cantaron en otro tiempo lo de Yo tenía un camarada (empezando por el camarada Bermejovski).

¿Y en qué para todo esto? En que los progres defienden tu presunto derecho a opinar si tu opinión coincide con la de ellos. Si no coincide, eres un carca-facha-pepero-y-no-sé-qué-más. Esa es la tolerancia unidireccional que los progres muestran. Si la Reina hubiese opinado en distinto sentido –o mejor aún: se «hubiese callado»–, todos contentos. Pero si con 70 años que tiene la Reina no puede todavía opinar lo que le parezca mejor sobre los asuntos que le preocupan, apaga y vámonos.

Soy republicano, repito. Pero defiendo el derecho de doña Sofía a dar su opinión. Y lo defendería igual si no coincidiera con lo que yo pienso. Creo que ése es el fundamento de la democracia. Y de la libertad.

En estos tiempos de paz y concordia…

Ésta es una de las muletillas más famosas de los discursos del Rey, junto con aquella de «La Reina y yo» (que ahora no viene al caso). Suele dejarla caer en tiempo de Navidad, cuando a mucha gente se le reblandece el seso y te saluda en vez de clavarte los dientes en la yugular, por aquello de que en Navidad «somos todos buenos».

Pero qué duda cabe que éstos no son tiempos de paz y concordia, por mucho que lo diga el Rey. A pesar de ello, su discurso de apertura de la IX Legislatura abundaba en ésa y otras ideas. El Rey pedía «consenso a los grandes partidos», como si fuera posible que éstos pudieran ponerse de acuerdo en los grandes temas de Estado. Las palabras del Rey sonaron a «menos crispación y más consenso», en el sobreentendido de que quien «crispa» es el PP.

Extraña postura la del Rey, que toma partido por quien desearía darle la patada. Toma partido el Rey por quien desea retomar la II República, aquella que prácticamente echó a patadas a su abuelo. Y ZP, sonriente en la forma y malvado en el fondo —ha demostrado sobradamente que de tonto no tiene un pelo—, le deja hacer lo que quiera. A cambio, le pide discursos favorables al Gobierno, como el que comentamos. Y el Rey cumple, por la cuenta que le tiene.

Y la confirmación de que no son tiempos de paz ni de concordia nos ha venido por dos vías: la primera, la polvareda levantada por el trasvase-que-no-es-trasvase para Barcelona (que no Cataluña), mientras el mismo remedio se deniega a las sedientas huertas valenciana y murciana. ZP ha demostrado sobradamente también que no gobierna para todos los españoles, sino sólo para aquellos que le han votado. Y la segunda, más terrible si cabe, ha sido la aparición en escena de ETA, con un atentado en Bilbao contra la sede del P(SOE).

El Rey pedía «unidad de los demócratas contra el terrorismo». Unidad, sí. Pero «unidad» no significa apoyo incondicional al Gobierno. No significa acompañar al Gobierno en la aventura del «proceso de paz». No significa ausencia de crítica ante una política antiterrorista que ha supuesto hasta hace bien poco clamorosas bajadas de pantalones. Otra cosa no se le puede pedir a los demócratas. Claro que de una unidad así conformada el PNV se desmarcará con cualquier excusa, porque ya es notorio que el PNV necesita a ETA para llegar al «fin común», que es la independencia.

Nos hubiera gustado oír decir al Rey algo como esto: «Que sea ésta la Legislatura en la que, a través de medidas contundentes en lo legislativo, lo policial y lo judicial, se ponga fin a la barbarie terrorista, y se desenmascare a quienes han dado todo tipo de cobertura al terrorismo». Claro que para decir eso se tiene que ser libre… ¿y qué libertad se tiene cuando los discursos te los escribe un negro a sueldo del Gobierno?

En fin, pues. Queda abierta la IX Legislatura. El 9 es un número de finales. En el terreno musical es de todos conocido que nueve sinfonías escribió Beethoven. (Bruckner y Schubert no terminaron sus respectivas Novenas). Mahler dejó apuntes para una Décima. Sin duda, algo importante acabará para España en estos cuatro años que tenemos por delante. Esperemos que no sea la propia España.

De derechas, pero repubicano

Créame el lector que ni siquiera un servidor pensaba que en tan corto espacio de tiempo sus ideas iban a cambiar tanto. Hasta hace poco se puede decir que uno era respetuoso con la institución monárquica, por varias razones. En primer lugar, porque de acuerdo con la Constitución, el Rey es el Jefe del Estado y como tal se le debe un respeto. En segundo lugar, porque figuras respetables del periodismo como puedan ser Alfonso Ussía o Luis María Ansón lo son. Probablemente, también influyó toda la «construcción histórica» del 23-F, en la cual «un valeroso Rey sale en la televisión a ponerse al frente de las Fuerzas Armadas y aplastar el golpe de Milans del Bosch».

Recuerdo muy bien que en un lejano 1985, una amiga de entonces, hablando de cierta visita de un señor importante de Madrid a su Facultad de Agrónomos, vino a decir a los presentes que la consigna era «el Rey no se toca». ¿Que el Rey caza en Doñana, pese a ser Parque Natural? Como «el Rey no se toca», no aparece nada de eso en la prensa. ¿Que el Rey tiene un affaire con una determinada artista? Como «el Rey no se toca», no aparece nada de eso en la prensa. Y si a dicha artista se le ocurre insinuar que «podría saberse», se tapa su silencio con dinero. ¿Que el Rey tiene negocios privados? El Rey, naturalmente, «es un ciudadano como los demás y tiene tanto derecho a hacer negocios como el hijo del vecino». Que se lo pregunten, si no, a Manuel Prado y Colón de Carvajal.

Y lo que vale para el Rey vale también para su familia. Por aquellos años (o tal vez más adelante), un periodista se dedicó a seguir los pasos del Príncipe Felipe cuando éste andaba medio enamoriscado de la americana Gigi Howard. No hizo falta más que una llamada de Zarzuela a la Casa Blanca para que Bush, Sr. se ocupara inmediatamente de apartar de la circulación al molesto moscón, que dio con sus huesos en la cárcel. Tanto fue así que el padre del periodista tuvo que ir prácticamente a suplicar clemencia al Rey. El Rey, mostrando su gran generosidad, magnanimidad y longanimidad, le perdonó la vida a condición de que no escribiese más sobre el Príncipe. Es posible que ahora el muchacho esté en algún oscuro periódico de provincias escribiendo en la sección de necrológicas.

Conclusión: el Título II de la Constitución no es muy diferente a algunos contratos blindados de la Administración o la empresa privada. Suena feo, pero se podría decir así: «Seré Rey vuestro a condición de que no se me pueda empapelar por nada que hagamos yo o cualquier miembro de mi familia o mi casa».

Entresacamos unos párrafos de la página de Altermedia, que explica con claridad algunos detalles. El artículo es de 2003 (firma el periodista Gonzalo San Segundo), pero se puede extrapolar, mutatis mutandis, a nuestros días:

Ni siquiera se sabe, al menos oficialmente, si los miembros de la familia real española cobran un sueldo, directa o indirectamente, de la asignación que La Zarzuela recibe de los Presupuestos del Estado, que para este año 2002 asciende a 6,98 millones de euros (1.161 millones de pesetas), 8 veces menos que la asignación estatal de la familia real británica. Según dispone del artículo 65 del Título II de la Constitución, el Rey «distribuye libremente» dicha cantidad, cuyo fin es «el sostenimiento de su Familia y Casa».


Ante ese panorama, algo más nítido en otras monarquías europeas, como la familia real británica, especialmente después de los escándalos de carácter económico que ha protagonizado (ver recuadro), ¿se deben regular las actividades privadas, concretamente las empresariales, de los miembros de la Casa Real española?


Algunos juristas, en línea con la postura que mantiene Carlos de Inglaterra, Príncipe de Gales, en relación con su familia, sostienen que la dedicación de los miembros de la realeza debería estar limitada a actos oficiales y tareas institucionales. Otros son partidarios de que se establezca algún tipo de incompatibilidad que evite sospechas y situaciones incómodas. Y no falta quien aboga por la libre actividad, según la conciencia de cada cual. Pero los consultados prefieren guardar el anonimato.


¿Y qué opinan los políticos? De izquierda a derecha, las respuestas son cuando menos, digamos, comprometidas. Y es que el asunto parece delicado, cuando no tabú. Luis Carlos Rejón, miembro de IU en las comisiones Constitucional y de Justicia e Interior del Congreso, es tajante y claro: «Sí, por supuesto, como cualquier persona que reciba dinero del erario público». En el Grupo Parlamentario Socialista, cuyo portavoz es Jesús Caldera, se considera que no es un tema para abordar ahora. No están ni a favor ni en contra, simplemente «no lo tenemos en la agenda como asunto prioritario». Luis de Grandes, portavoz del Grupo Parlamentario del PP, prefiere no opinar y se remite al Título II de la Constitución, que trata de La Corona. Y Xavier Trías, de CiU, ni se manifiesta.

Así las cosas, uno tiene todo el derecho de dudar. Añadamos un dato más. Últimamente, el Rey se dedica a fustigar a la COPE y en especial a Federico Jiménez Losantos. Diríase que no tiene nada más importante en que pensar Su Majestad que en quitarse de en medio a un periodista «molesto». Parece ser que no es mentira que el Rey está más «cómodo» con el PSOE que con el PP (probablemente el Rey no perdona a Aznar que éste ordenara cerrar el grifo de los gastos reservados de la Corona, entre otras «perrerías»). Será verdad que el Rey trata a patadas a quien le podría defender si fuera un Rey mejor y en cambio hace amigos entre quienes están deseando darle a él la patada. Digamos que la foto amable del Rey como amante abuelo rodeado de sus nietos y familia toda se resquebraja, al menos en mi imaginario.

Por otro lado, hemos de contar que la experiencia republicana en España se ha saldado con dos sonoros fracasos. Y el segundo, además, con una guerra civil que se llevó casi a un millón de personas por delante y marcó a fuego el inconsciente colectivo de la nación (ahora vuelven a sacar a pasear los fantasmas de aquellos tiempos, algo que nunca se debiera haber hecho). Pero con los mimbres que llevamos contados (y otros que se pueden recoger aquí), quizá se pudiera intentar la experiencia de una República de derechas. Francia lo es, hoy por hoy, y no pasa nada. Los únicos que se han rasgado las vestiduras allí son los socialistas, pero probablemente sea más una rabieta por haber perdido las elecciones que otra cosa. Alemania también lo es, y dirigida por la fracasada Angela Merkel, va marcando los tiempos en el concierto de las naciones (mal que le pese a algún progre descafeinado de aquí).

Pues lo dicho: que desde hoy me declaro de derechas, pero republicano.

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