Casco cerebral

Ya saben ustedes que en este blog, por lo general, no se habla más que de política o de cosas curiosas que acontecen en la sociedad.

No obstante, hoy romperé esa costumbre y les hablaré de un invento de una empresa australiana, Emotiv Systems. Lo llaman EPOC y viene a ser un artilugio que, colocado en la cabeza, sirve para realizar acciones básicas en relación a un videojuego. Me llaman la atención estos párrafos de la noticia leída en Libertad Digital, que a su vez toma la noticia del blog de Brian Crescendo, uno de los afortunados que ha probado el citado artilugio:

El resultado es que el jugador puede realizar acciones básicas como mover o hacer desaparecer objetos en la pantalla sólo con imaginar estas acciones. Además, EPOC es capaz de analizar el estado de ánimo del usuario y, por ejemplo, aumentar la dificultad del juego si detecta que está aburrido.

Emotiv ha trabajado durante cinco años en este producto y ha preferido centrarse en sus aplicaciones para videojuegos, pero sus responsables reconocen que los usos podrían ir mucho más allá. «Consideraremos también en el futuro las oportunidades que ofrece el sector médico», dijo Le. Entre otras aplicaciones potenciales citó «la televisión interactiva, el diseño de accesibilidad, la investigación de mercados o la seguridad».

Probablemente en la literatura de ciencia ficción hay bastantes precedentes. No soy muy leído en ese género, pero mencionaré dos que yo recuerdo. El primero de ellos, en algo tan inofensivo como una serie de dibujos animados llamada Ulises 31. En el capítulo 19, Nereo, los hombres-tiburón controlan a la población mediante la colocación de una rémora, un aparato capaz de mandar órdenes al cerebro cuyo control por los hombres-tiburón (criaturas de Poseidón, el malo malísimo de la serie) permitía esclavizar a los ciudadanos de Nereópolis.

El segundo es menos «inofensivo». Se trata del casco cerebral (Braincap en el original inglés), descrito por Sir Arthur C. Clarke en 3001, odisea final (la novela que cierra el ciclo de las Odiseas). Es requisito indispensable para funcionar en la sociedad del siglo XXX. Tiene sus inconvenientes: aquellos que adolezcan de algún defecto genético no podrán llevarlo. Para los que sí, la vida se simplifica muchísimo: pueden enviar y recibir e-mails, aprender carreras universitarias en una noche (opción más que interesante, tal como se está poniendo hoy en día la Universidad). Sólo tiene un problema: que en cuanto uno piensa en cometer el delito, rápidamente le echan el guante. Pero en fin, mientras uno se mueva en los parámetros de la legalidad (de cualquier forma que se defina, hoy o dentro de mil años) no tiene por qué haber ningún problema.

No sé si desear que semejante artilugio se invente dentro de mil años o que la ciencia avance lo bastante como para tenerlo listo en menos de diez. ¿Se imaginan lo peligroso que podría ser un tal artefacto en manos de un ZP o un Pepiño? Es decir, personas que tratan de esconder sus ansias totalitarias bajo un manto de (presunto) progresismo. Personas que tratan de sojuzgar a los demás so pretexto de redimirlos. Mientras tanto, parece que a Marianito le han puesto algo parecido, porque lo único que le falta es dar vivas a ZP y besar el suelo que éste pisa.

La morsa y el carpintero

Hay cosas que, al parecer, no cambiarán nunca: ni en el tiempo, ni en el espacio…

Una de viñetas


Que dicen que una imagen vale mil palabras. Para los que no conocemos los secretos del ars pingiendi, bien valen estas imágenes. Alguna va con un poco de retraso, pero creemos que las van ustedes a disfrutar lo mismo…

«Respaldo responsable»

Por fin se ha terminado el Congreso. Ese Congreso que casi consigue distraernos de las pifias del Gobierno porque informativamente no parecía haber otra cosa (ahora sí: queda el fútbol). Ese Congreso al que todas las ambiciones, todos los deseos (probablemente todos los odios también) se posponían. «Eso se verá en el Congreso» oíamos incontables veces, en vez de oír que Fulano o Fulana le saltaba a la yugular del «querido compañero o compañera de partido». Pero tenían razón: los trapos sucios, de haberlos, se lavan en casa y no ante una alcachofa que algunos profesionales casi te obligan a comer.

Después de tanta expectación que ha levantado el famoso Congreso, casi parece obligado hacer un balance del mismo. Obviamente, mi «balance» no será el mismo que el de un compromisario o militante del PP («siemprre positifo, nunca negatifo»). Veo ese tipo de acontecimientos desde fuera y me guío posiblemente más por mis impresiones que por certezas contrastadas, por ejemplo, con el haber estado ahí, en el lugar de un compromisario. No obstante y como poseer un blog me da la oportunidad allá vamos, asumiendo que nuestra valoración pueda estar equivocada.

Lo primero de todo es, probablemente, rectificar un poco a mi admirado Federico. que ha alcanzado ese grado de popularidad sin apellidos que es garantía de pasar a la posteridad. Al igual que cuando en España hablamos de «Felipe»: todo el mundo sabe que no nos estamos refiriendo al hijo del Rey, sino al ex-presidente Felipe González. Pues eso: comentarle que a nuestro humilde entender Valencia no fue exactamente Sofía, capital de Bulgaria, aunque se acercó bastante. Desgranemos algunas impresiones a este respecto.

La primera de todas está en el propio Rajoy. El candidato buscaba esa legitimidad popular que no le dio el dedazo de Aznar. Después de dos derrotas consecutivas en las urnas era obligado hacer un Congreso extraordinario para ver si se continuaba en las mismas o había cambios. Pues bien: si Valencia hubiese sido la capital de Bulgaria, Rajoy hubiese obtenido el 100% de los votos. Sin embargo, hubo una horquilla de votos entre el 16% y el 25% (dependiendo del número de compromisarios que se tome como referencia, como comentaba ayer Ignacio Villa en LDTV) que se atrevió (¡pecado y condenación!) a votar en sentido distinto al de los demás.

Por lo tanto, aun dando por bueno el resultado más favorable (84% de los votos), estaremos de acuerdo en que Valencia no fue del todo capital de Bulgaria. Y en que una legitimación del 84% no es una legitimidad total, que es la que hubiera debido obtener Rajoy libremente. También significativos en el pre-congreso son los portazos de María San Gil (¿por qué José Manuel Soria le hizo la gracia de enviarle un SMS con el texto «Arriba España» después de conocer la ponencia política? ¿Qué clase de broma de mal gusto es ésa?) y de José Antonio Ortega Lara. Ambos entendieron que los valores morales que ellos representan ya no tienen cabida en el nuevo PP.

No menos significativo es el hecho de que en el pre-congreso (y por la razón apuntada anteriormente), Rajoy y «su equipo» se dedicaron a laminar cualquier candidatura alternativa. No cuajó la de Esperanza Aguirre, que tal vez hubiese sido una alternativa sólida de haberse planteado de otra manera, ni tampoco la extemporánea («¿te presentas de una puta vez o qué?») y casi testimonial de Juan Costa. Nadie se atrevió a plantar cara al jefe, de manera que el Congreso se convirtió en una suerte de referéndum de ratificación con la siguiente pregunta: «¿Aprobamos o no aprobamos al jefe?».

Y la otra impresión con la que me quedo son las relaciones entre Aznar y Rajoy. Dejando aparte el supuesto —o no— enfado de Aznar por haber sido postergado al sábado, hay dos momentos fundamentales: el primer saludo entre ambos, que fue más frío que correcto, y el discurso de Aznar, recordando cómo y por qué se llegó al Gobierno, lo que en sí es un reproche apenas velado al candidato fallido. Algo así como «Fallaste porque olvidaste lo fundamental». Y en política lo fundamental, aunque no lo parezca, son los principios y valores que uno, en tanto que candidato, trata de transmitir a su partido primero y a la nación después. No lo es tanto «ganar las elecciones», porque éstas no se ganan si no hay un proyecto sólido detrás, amén de capacidad de ilusionar y galvanizar energías en torno a ese proyecto. Y en cuanto a «ejercer el poder», que es lo que parece preocupar a algunos dentro de ese partido, pues… de eso sólo hablan los totalitarios.

El discurso de Aznar me ha parecido muy bueno. Y no me resisto a copiar unas líneas del mismo.

[…] Un partido que cree y que defiende la libertad y la responsabilidad. Que cree y que defiende la convivencia basada en el respeto a la ley. Que cree y que defiende la política como expresión de ideas, y no como un ejercicio cotidiano de oportunismo y ocultación. Que cree y que defiende la democracia como garantía de los derechos y libertades individuales. Que trabaja para fortalecer las instituciones democráticas, frente al abuso, la arbitrariedad y la corrupción. Un partido comprometido con el gran legado histórico que fue la Transición, y que defiende lealmente cada día la Constitución de todos. Un partido, en suma, que levanta muy alta la bandera de la libertad y la bandera de España, nuestra Nación.

Creo que esto lo firmaría cualquier demócrata. Y no menos esto otro:

[…] mi compromiso inequívoco con un proyecto político con objetivos comunes y ambición nacional. Un proyecto comprometido con la unidad de la Nación española y con la igualdad de derechos de los ciudadanos. Un proyecto cohesionado de Nación que tiene como motores de progreso la libertad amparada por la ley y la solidaridad entre los españoles. Un proyecto que cree en la responsabilidad y en la ampliación de las oportunidades para que todos puedan desarrollar sus capacidades.

Me gustaría saber si Rajoy firma esas ideas también. Por de pronto, se ha apresurado a decir que «Aznar es el pasado y yo soy el presente», como queriendo enterrarlo o encerrarlo en una vitrina para sacarle brillo de vez en cuando. Ya hoy Esteban González Pons ha coreado hoy al jefe diciendo que Aznar «no está actualizado en cuanto a las formas de un discurso político». Comparado con Fraga, puede que sí. Pero a Estebanillo González se le olvida que los principios y los valores no pasan de moda y que, justamente porque muy pocos políticos parecen creer en ellos, están de rabiosa actualidad.

A los demás, a los que votamos el 9-M por el PP (no precisamente por Rajoy) y hoy nos sentimos un tanto estafados por el giro al centro rajoyesco nos queda la alternativa del respaldo responsable (voto útil, pero desganado y/o con la nariz tapada). O tal vez cambiar el voto y votar por Rosa Díez, que aunque repugna en algunas cosas (apoyo a la EpC, laicismo militante o defensa del aborto), tiene menos complejos a la hora de defender las bases que fundamentan nuestro régimen político.

El caso Federico

Hace ya bastantes días que Federico Jiménez Losantos está en el candelero. Por activa o por pasiva, se habla de él: se le idolatra, se le odia a muerte, se le alaba, se le vitupera. Eso sí, a nadie deja indiferente y, al parecer, hablar de él es prácticamente tomar postura no solamente ante él, sino ante la vida en general (ésta y la del otro lado). ¿Te gusta Federico? Eres un facha, un ultramontano, un meapilas, un crispador, un mentiroso, un favorecedor de asesinos… ¿No te gusta Federico? Entonces eres un rojo, un masón, un enemigo de la libertad, un comecuras, un lameculos de Pepiño y de la Vogue… Dos retratos robot que se dan de tortazos, como en la paz de España de toda la vida (alguien dijo que cuando no teníamos con quién pelear, nos peleábamos entre nosotros)…

Quizá el pecado de Federico es la pasión con que él vive las noticias que da. Es exactamente lo opuesto al difunto Juan Antonio Fernández Abajo retransmitiendo un partido de fútbol (los que tenemos alguna edad recordamos aquellos muermos de retransmisiones, dicho sea con disculpa para el finado, que valdría para otros menesteres periodísticos pero no para Deportes). Esa pasión que a veces le arrastra y que, por supuesto, le hace destacar en medio de la sumisión lanar de otros medios a lo que viene de arriba, o sea del Miniver.

Bien es cierto que Federico a veces chirría y que en los últimos tiempos (o penúltimos) convirtió a Gallardoncito en su bête noire: no le nombraba sino para atacarle y muchos empezamos a creer que el asunto ya no era solamente crítica política sino querencia personal del comunicador, por mucho que el otro mereciese los ataques. Pero por lo general, Federico suele dar en el blanco, con el consiguiente cabreo de los afectados (así pertenezcan al P(SOE), al ex-PP, a otros colegas lanares… la lista es bastante larga).

Y ahora Federico, digno representante de la oposición mediática (digo mediática, porque política aún no la hay digna de tal nombre, con la honrosa excepción de Rosa Díez), al que ni Prisa ni el hoy todopoderoso Jaume Roures pueden acallar, ha sido sentado en el banquillo por Gallardoncito. ¿Por qué? Por decir la verdad. Cuando es peligroso decir la verdad, siquiera ocurra ello en un corrillo de ciudadanos, es que verdaderamente estamos ante una dictadura.

¿Debería sorprendernos que Gallardoncito haya sentado a Federico en el banquillo de los acusados? No nos dejemos engañar por su adscripción actual. Gallardoncito sólo pertenece a su propio partido, que es él mismo, y ha pactado una alianza con el PP para ganar y mantener poder. Lo mismo que anteriormente fue secretario del Fragasaurus Rex, ése que no se resigna a alimentarse de morriñas y saudades en su provecta edad (el poder es una droga dura). Por algo Aznar le tuvo confinado en la Alcaldía de Madrid, mientras pudo. Sin embargo, Gallardoncito ha compradreado con todo el mundo, incluso con amistades peligrosas como la de Juan Luis Cebrián, que parece ser su consejero áulico. Todo por el poder.

El dedo acusador de Federico se levantó contra él y, a pesar de la querencia personal, Federico tiene al menos su parte de razón. No es de recibo que el alcalde de una ciudad que ha padecido el atentado más sangriento de Europa diga que «hay que obviar el 11-M» y que «hay que mirar hacia el futuro». Como tampoco lo es llevar a juicio a quien le afea esas frases. Y máxime cuando quien habla no es solamente comunicador, sino también víctima del terrorismo (sí, Terra Lliure era una organización terrorista) de hecho y de derecho.

Luego, Federico está en su derecho de decir que lo de menos es el motivo por el cual está acusado, sino que se trata de un juicio político, en el que Gallardoncito «usa» a Federico para «mostrar sus poderes» y en el que probablemente también, alguien que no es bueno que dé la cara «usa» a Gallardoncito para escenificar la demanda, pues hacerlo por sí descubriría el pastelazo.

Al margen de estas consideraciones de carácter más o menos político, quizá también esté Federico en lo cierto cuando dice que si hay sentencia condenatoria contra él, la libertad de expresión se verá un poco más cercenada. Y sentará precedente, por supuesto. Un precedente más en la larga vuelta al cierre gubernativo (es decir, sin necesidad de autorización judicial) de los medios de comunicación u opinión hostiles. Lo que hacía Franco, ¿recuerdan? Lo cual significará que los blogs que nos dedicamos a observar la realidad, contarla tal cual la vemos y valorarla, tendremos que cerrar. O andar con mucho cuidado. O simplemente hablar de las costumbres del ornitorrinco en la Australia profunda para que sobre nosotros no caiga el brazo justiciero de la censura zapatera. Recordemos a Martin Niemöller.

Der Fall Friedrich (no le acertaron el nombre, puesto que significa «el que gobierna para la paz») no está cerrado. Esperemos que siga así por mucho tiempo. Que entre tanta oveja es bueno que haya alguien que levante la voz y que con tozudez baturra se resista a que lo callen, ya se trate de periodistas lameculos o políticos ambiciosillos de epidermis exageradamente fina. Y no se arrugue, Federico: que por más que se haya perdido la esperanza, que no sabe o no se acuerda de dónde está, siempre le quedará su tozudez baturra y el aplauso agradecido de la AVT y de dos millones de oyentes. Va por usted, Federico

Operación bikini

Ya conocen ustedes lo que significa esa expresión, sobre todo las señoras o señoritas. Hay que conseguir entrar en el bikini en el que se entraba el año pasado con más o menos comodidad. Se hacen dietas, se hace ejercicio… todo para poder lucir un dos piezas y una figura con forma de botella de Coca-cola. Para los señores es prácticamente lo mismo, aunque ciertamente, algunos lo llevamos con muchísima más calma o —para ser sinceros— resignación. Hoy en día tanta risa, conmiseración o pena causa un señor pasado de kilos como una señora en pleno desarrollo ventral (la obesidad es unisex, gracias a Dios), ya sea por la adicción a la rubia (cerveza) o al moreno (chocolate). Los paseos marítimos —entre ellos el de mi ciudad— se llenan de ciudadanos que quieren conseguir, cuando menos, que la curva de la felicidad sea un poco menos curva. Cosas de la primavera, que la sangre altera.

Este largo exordio viene a cuento de la operación bikini que al parecer está llevando a cabo el PP. No sabemos quién ha diseñado el bikini de este año al PP, pero a lo que parece es sumamente estrecho. «¡Hay que caber!», truena el jefe. Y la directiva empieza a cavilar la dieta. Hay que adelgazar. Por el momento, se han deshecho de los principios. ¿Quieren una prueba? La EpC, contra la que siempre tronó el PP, es ahora favorecida en Valencia. ¿Otra? Núñez Feijóo está tonteando con los nacionalistas. Y en Cataluña, al parecer, ninguno de los candidatos descarta pactar con los nacionalistas por aquello de que «ya nos hemos metido en la cama juntos, cariño, ¿no te acuerdas?».

Y aquí viene cuando la matan: hay que eliminar los michelines. Para caber en el nuevo bikini hay que hacer un esfuerzo y quitarse los michelines cueste lo que cueste. Por eso se han aligerado por la verdú Zaplana primero y Acebes después. Y ahora llega la eliminación (autoeliminación, cabría decir) de otro importante michelín: María San Gil. ¿Su pecado? «No haberse enterado de que el PP ha cambiado». Y sabedores de su nobleza, sus enemigos dentro del partido no se han enfrentado a ella a cara descubierta, como ella lo ha hecho siempre contra el nacionalismo. Han intentado pegarle la puñalá trapera. Y ella, harta, se ha ido. Y Rajoy, que parece que va de esfinge indiferente, la ha dejado marchar.

Mientras tanto, los funcionarios de partido que han tomado al asalto la cúpula van demostrando que en el nuevo PP lo que sobran son los principios. Vamos, que da lo mismo gritar «Viva España» que «Viva el moro Muza». Y por supuesto, la gente que los defiende. Se miran en ZP —valiente espejo— y dicen: «Los principios no sirven para llegar a la Moncloa». Y diligentemente los han mandado a tomar por el culo. Y a las personas también, claro. ¿Qué importa que cuando un tal Lassalle fuera aún un pipiolo que iba a tomar apuntes a la Universidad, María San Gil ya expusiera su vida —no su moqueta— por los principios en que creía y cree?

Ya lo dijo no hace mucho Juan Luis Cebrián: «Ha llegado la hora de reconstruir a la derecha». Dicho y hecho. A ver si el diseñador del bikini va a ser él…

Le parti c’est moi

Esto es lo que parece decir ZP en su partido. Dice que quiere reorganizarlo. A mí particularmente, palabras como «reorganización» o «reestructuración» me inspiran un saludable pavor, derivado del hecho de que siempre que se pronuncian esas palabras no menos de cien personas acaban de patitas en la calle. Dice ZP que quiere modificar a los responsables actuales territoriales por unos coordinadores, que según deduzco, serán poco menos que marionetas al dictado de la Ejecutiva Federal, o más exactamente, del sector zapaterino que ahora es dominante. Los infieles y los contraopinantes, a callar o a la calle. Hay que adorar al líder, que cada vez es más líder porque con un movimiento de su zircunfleja zeja consigue quitar el estreñimiento a sus cercanos. Pero es lo propio de los regímenes socialistas, cuyo contacto con la democracia se ha limitado a las elecciones.

Del otro lado las cosas no van mejor. Sigue la noche de los cuchillos largos, y los navajazos van y vienen. Las bajas son importantes: Zaplana, Acebes (a quienes la agit-prop zapaterista ha presentado con y sin motivo como «las dos caras del horror»), posiblemente Juan Costa… Claro que eso ya lo avisó Rajoy: «quería hacer su equipo». Mientras tanto, el marasmo ideológico en el que se mueve por ahora el PP se ha cobrado otra baja: María San Gil. Que no se va del PP, no; pero se ha desmarcado de la ponencia política. Algunos barones han apostado por «hacerse los simpáticos con el nacionalismo» (Núñez Feijoo, Sirera, González Pons) y han querido que ese detalle constara en la ponencia política en la que participaba María.

Mucho me temo que esos barones se están volviendo marxistas. Pero no marxistas de Karl, sino de Groucho. Partiendo de un análisis electoral en el que la autocrítica ha brillado por su ausencia, ahora dicen: «Tenemos estos principios. Pero si no gustan, tenemos estos otros». Es decir: al parecer, para estas personas los principios son sacrificables en aras de obtener un mayor poder. ¿Mayor poder? Bueno, en realidad obtendrían las migajas, como le pasó al PP con CiU (salvo en la etapa Vidal-Quadras, claro, ésa que Fernández quiere que olvidemos). Y hay que luchar por las migajas, no faltaba más, aunque sea a costa de los principios. Y si hay que pactar, se pacta, ¿no?

Pues miren. En primer lugar, vaya toda mi simpatía por María San Gil, que al parecer es de las pocas personas que tiene claras las ideas en cuanto a lo que es el PP, por qué y para qué existe. En su momento ya le dediqué una pequeña entrada y lo que ha ocurrido en estos días ha aumentado mi simpatía por ella. Es de agradecer y admirar que haya alguien en la política que pueda afirmar desde todo punto de vista que sus principios no están en venta. Y saber que luchará por ellos hasta entregar la vida si es preciso (en Euskadi, por desgracia, podría ocurrir).

En segundo lugar, ¿qué les pasa a determinadas gentes del PP? ¿Se han dado un golpe en la cabeza o es que sufren síndrome de Estocolmo? No hay que pactar gran cosa con los nacionalistas. Y mucho menos a costa de los principios de uno. Al nacionalismo hay que derrotarlo. No sólo electoralmente, sino ideológicamente. Hay que dar la batalla por las ideas, como decía Esperanza Aguirre, porque el vacuum ideologicum se acaba llenando de buitres y arribistas de todos los tamaños y pelajes.

Estoy seguro de que los 10 millones de votos que ha obtenido el PP (no las personas, sino el partido) no lo han sido para sugerir ahora que el PP se meta en la cama con los nacionalistas. No sé de qué podrán hablar Núñez Feijoo con Anxo Quintana; pero lo que sé seguro es que María no tiene nada que hablar con Ibarretxe o Urkullu, y mucho menos Sirera con Mas o Puigcercós. No se han ido 10 millones de votos al PP para que éste sea tomado al por trileros o políticos ful, despreciando la progresión llevada hasta ahora.

Me he desviado del tema, pero vuelvo a él. A Rajoy (y a sus cuatro muleros) le gustan tan poco los contraopinantes como a ZP. Por eso también va reestructurando y reorganizando. Quiere un partido a medida, como ZP. Pero verán la diferencia: ZP reestructura y reorganiza sin coste ideológico alguno, puesto que la ideología del partido zetapero es mantener al líder como sea en el poder y no hay más. A Rajoy la reorganización le sale más cara, porque tiene que olvidarse de algunos principios básicos, como son la idea de España unida y la igualdad de todos los españoles en todo el territorio español, entre algunos.

Malo cuando hay demasiadas similitudes entre el partido en el Gobierno y el de la oposición. Añadimos, pues, esta otra: que el PP se va convirtiendo lentamente al credo de la libertaZ y que su presidente, Mariano Rajoy, pretende convertirse en un Luis XIV de cuarta. Así que, como otras veces, permitan que dé rienda suelta a mi vena lírica y recupere una canción de Lluís Llach (aunque es obvio que él la compuso y cantó con otras motivaciones):

No era això, companys, no era això
pel que varen morir tantes flors,
pel que vàrem plorar tants anhels.
Potser cal ser valents altre cop
i dir no, amics meus, no és això.

No és això, companys, no és això,
ni paraules de pau amb garrots,
ni el comerç que es fa amb els nostres drets,
drets que són, que no fan ni desfan
nous barrots sota forma de lleis.

No és això, companys, no és això;
ens diran que ara cal esperar.
I esperem, ben segur que esperem.
És l’espera dels que no ens aturarem
fins que no calgui dir: no és això.

No es esto compañeros, no es esto
por lo que murieron tantas flores,
por lo que lloramos tantos anhelos.
Quizás debamos ser valientes de nuevo
y decir no, amigos, no es esto.

No es esto compañeros, no es esto,
ni palabras de paz con barrotes
ni el comercio que se hace con nuestros derechos,
derechos que son, que no hacen ni deshacen,
nuevos barrotes bajo forma de leyes.

No es esto, compañeros, no es esto;
nos dirán que hace falta esperar.
Y esperamos, bien es cierto que esperamos.
Es la espera de los que no nos detendremos
hasta que no sea preciso decir: no es esto.

Para este viaje…

… no hacían falta tantas alforjas. Pues nada, nos vamos. Yo defendí el voto al PP, aunque fuese tapándose la nariz, porque creía que era el único que podía echar al P(SOE) y reconducir las cosas en este país. Ahora ya veo que no. Me ha defraudado Rajoy; me han defraudado los sorayos y los arrioleros, que creen que el partido es «suyo». Muy bien, quédenselo en buena hora. Si los conservadores y los liberales no caben en su partido, nos vamos. Si cree Rajoy que para ganar tiene que parecerse a ZP, nos vamos también. Siempre es preferible el original a una mala copia.

A partir de ahora me declaro huérfano de toda representación política y me quedaré esperando que vengan tiempos mejores para quienes ZP no nos paga el sueldo. Quizá eso sea lo mejor: que siempre nos quedará la esperanza.

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