Finalmente, terminaron la obra y la incertidumbre, la zozobra y el escándalo. Por fin México tiene un presidente electo (que no proclamado) en la persona de Felipe Calderón Hinojosa. Viéndolo con cierta distancia, lo que a mí me resulta claro es que Calderón ganó muchos puntos presentándose como un hombre de orden, el mismo que apenas ayer hablaba de «concordia», «pacto» y «acuerdo».
Por el contrario, Andrés Manuel López Obrador jugó la carta populista y perdíó. Sobre todo para los vecinos y comerciantes del Paseo de la Reforma, AMLO no es ahora sino un chiquillo caprichoso que no se salió con la suya. Quedan ahora muy lejos las irregularidades del proceso electoral. Irregularidades que, por lo demás, parece ahora que no fueron suficientemente relevantes o manifiestas como para anular el proceso electoral.
Así las cosas, Felipe Calderón Hinojosa avanza pasito a pasito, esperando que «las instituciones» (permeadas todas ellas por el PAN, desde luego), den un veredicto favorable a sus intereses. En cambio AMLO, como todo izquierdista que se respete, sale a la conquista de la calle, creyendo que el poder de la calle puede inclinar la balanza en su favor. Y AMLO, por desgracia para él, se equivoca. No sólo no consigue lo que pretende, sino que además, a los ojos de la República entera, pierde «talla» como estadista y político, degradándose al nivel de un vulgar agitador de masas. Y lo peor de todo es que parece que pudo haber tenido razón en denunciar las irregularidades del proceso.
No hace mucho pasé por delante del changarro del PRD en la Plaza de la Catedral aquí en Morelia. Se me pusieron los pelos de punta al leer una «resolución» de AMLO en la cual prácticamente se «invitaba» a la secesión, a la división del país, por no aceptarse el resultado electoral ni la designación de Felipe Calderón como presidente. Para mí eso es señal de una persona que, aun pudiendo habido tener razón, en el momento presente ha perdido el norte. Y las personas comunes, los mexicanos de la calle, si es cierto que no quieren más pobreza, menos aún quieren soflamas acerca de la revolución mexicana (qué cerca suena eso de la «revolución bolivariana»).
Los mexicanos corrientes quieren, a mi entender, lo siguiente: unas condiciones laborales decentes y estables, una buena educación para sus hijos, una vivienda digna de tal nombre, un sistema de salud que no los deje tirados en la calle cuando están enfermos porque no pueden pagar y que a cualquier hora del día o de la noche que transiten no corran el riesgo de ser atracados, apuñalados o secuestrados. Cualquier Gobierno que cumpla esas condiciones, en México o fuera de México, está destinado a durar muchos años, no importa si es democrático o no.
Debo reconocer que cuando oía hablar a Calderón ayer en una entrevista de un medio de comunicación, torcí el gesto. Bonitas palabras ésas de «pacto», «conciliación», «acuerdo». Pero Calderón, quien todavía no ha respondido por su mala gestión en asuntos turbios de su pasado, no debería olvidar que el «pacto», la «conciliación» y el «acuerdo» son con el pueblo, no con las grandes empresas que han apoyado y pagado su campaña. Parafraseando al gran Antonio Machado…
Mexicanito que vienes al mundo,
te guarde Dios;
uno de los dos candidatos
ha de helarte el corazón.
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