Hace ya unos días que ando por el bello y muy caluroso país llamado Ecuador. Dicen que uno, durante el año, debe ir a algún sitio en el que nunca antes hubiera estado y, en lo que a mí respecta, me privaba escaparme a 10.000 kilómetros de mi atribulada España, a fin y efecto de ganar distancia respecto de toda la circunstancia que nos rodea allá. El terremoto financiero llamado Bankia se oye desde aquí como un cañoneo lejano, lo mismo que la victoria de Hollande en Francia, que en Ferraz celebran como si fuera la suya (so weit ist der Weg zurück ins Heimatland), haciendo de tripas corazón y soñando con algo parecido… hasta dentro de 8 años.
Como les digo, aquí el protagonista es el calor. Más sorprendente cuanto que estamos en las postrimerías del invierno. Es un calor pegajoso y sofocante: el tipo de calor que hace que ustedes corran raudos a la ducha y que al cabo de más o menos 15 minutos vuelvan a sudar ostentosamente. Como sea, nos habituamos a la climatología, y también a la comida, que recomiendo encarecidamente a aquellos de ustedes que no soporten el picante en general y el chile en particular. Claro que, a cambio, deben cumplir dos condiciones importantes: la primera, que les guste el arroz, pues el ecuatoriano no sabe vivir sin arroz: con choclo, con pollo, con guineo (así llaman ellos al plátano frito), con menestra de frijoles o arverjas (así llaman ellos a los guisantes)… Y la segunda, naturalmente, es que les guste picar entre horas. Para el ecuatoriano nada es más natural que “ir picando”, que se acerca un poco al tapeo andaluz. Comen de a poquitos tantas veces al día que cuando llega la noche ya no cenan (“meriendan”, dirían ellos).
También hay que diferenciar entre regiones, aunque la distinción básica, según uno ha aprendido, es la que trata del costeño (de la costa) y del serrano (de la sierra). O más exactamente, entre la mujer costeña y la serrana. Y créanme que el cariño es mutuo: así como la costeña dice ser de natural cariñoso y ardiente, la serrana le replica que es que en realidad es una… bueno, que se abre de piernas con mucha facilidad. La costeña, por su parte, no argumenta demasiado: dice que la serrana es fea y de carácter… este… difícil, lo cual sin duda habrá que atribuir al aire más frío que corre en la sierra.
No menos importante es la tendencia a la fiesta del ecuatoriano. En eso se parecen a los andaluces: aunque no haya nada que celebrar, ¡viva el lujo y quien lo trujo! No les digo que aquí tienen su cuota de mujeres bellas (y yo estoy con una de ellas), porque éste es un blog serio y no un catálogo turístico para viciosos. Aquí la reina, dueña y señora es la música caribeña, tropical, sabrosona: el merengue, la bachata… todos esos ritmos caribeños que conocimos de la mano de Juan Luis Guerra suenan aquí con absoluto señorío, sin espacio para nada más.
No obstante, y siguiendo mi inveterada costumbre, he querido enterarme un poco de la dinámica y del ambiente que se respira en el país. Ya sabrán, pues, que en este país casi reina Rafael Correa, digno émulo de Hugo Chávez como éste lo es, a su vez, de Fidel Castro (el dinosaurio que siempre está allí cuando uno despierta). Y que por lo tanto, a nivel ciudadano hay bastante desmadre. No solamente fue un garrotazo la dolarización de la economía del país (personas de clase media que tenían millones de sucres pasaron a poseer apenas unos miles de dólares, con la consiguiente y brutal pérdida de poder adquisitivo), aunque esto no fuera culpa del propio Correa. El gran problema hoy a nivel ciudadano es la inseguridad. Pregunten ustedes a un ecuatoriano sobre el tema y una de las primeras palabras que saldrá de su boca será sicariato. En un país empobrecido, mucha buena gente que en otras circunstancias ni se lo plantearía, toma el camino de abajo y mata por encargo para poder comer (y por poco dinero, que es lo triste).
De cualquier modo, aquí la revolución ciudadana avanza, de forma muy parecida a como lo hace en Andalucía: imparable… (hacia el abismo). Pero también veo a Correa saliendo por piernas de Ecuador y pidiendo la nacionalidad belga a través de su esposa, como sigan por ese camino.
Ve con cuidado con lo que comes y con el agua… Las enzimas… Ya lo averiguarás… ¿Tienes polvos de talco? :)))
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Pues de momento lo que he comido me ha sentado muy bien y para nada tengo queja de la comida. Lo del agua… pues mayormente ha sido cambiar de agua con gas a agua sin gas y empezar a sentirme mejor, jeje. Lo de los polvos de talco, si te refieres a los pies, me ducho con tanta frecuencia que no hay cuidado de que huelan a muerto. Por cierto, has estado por estas tierras?
Un abrazo,
Aguador.
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En Cuenca… De paso, hace muchos años… Ya te explicaré lo de los polvos de talco en «privado» 🙂
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Me dice mi chica que de Cuenca es la mejor agua del país, porque la toman directamente del manantial…
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