No sabía cómo titular este texto, que he leído en Facebook y que proviene, al parecer, de un profesor universitario (o más arriba), el cual parece saber muy bien de qué habla. Por supuesto, no puedo estar más de acuerdo con él. Pero digo más y me incluyo en el paquete: nos quejamos, sí; ¿pero dónde estamos a la hora de actuar? ¿Será el problema que «hemos dejado la política en manos de los políticos»? ¿Será que la verdadera democracia no ha llegado aún a los partidos (pues sólo desde dentro de ellos se nos permite actuar)? Juzguen ustedes mismos.
Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo y asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general.
Ha llegado la hora de reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel, y admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana, o en tres o cuatro años, sino que es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.
Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan, porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.
Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera mínimos conocimientos sobre política internacional.
Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.
Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo trece veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.
Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro que sin embargo encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas.
Es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.
Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.
A mi me ha llegado por mail… Muy cierto, para nuestra desgracia y pesar…
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Para luchar hacen falta estímulos, ilusiones, desear algo. Por desgracia varias generaciones de españolitos no han tenido esos estímulos, solo televisión y todos sus deseos satisfechos. Agravado por la dichosa LOGSE que tantos incapacitados intelectuales ha dejado como secuela. El resultado es la mediocridad. Si algo bueno tiene esta situación de crisis es que quizá algunos sean capaces de reaccionar, a veces, la necesidad hace milagros.
Lo de la clase política son palabras mayores, ni siquiera entre ellos existe democracia y la mayoría son unos iletrados babeantes que aprietan un botoncito cuando se les ordena.
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