En esta entrada traigo a colación una estupenda entrada de mi amigo Daniel. La entrada tiene ya dos años, pero sigue siendo bueno recordar los horrores de todos. O mejor dicho: hacer pedagogía en mostrarlos, pues para muchos son simplemente desconocidos. Conocemos del horror nazi porque sus campos de exterminio fueron liberados por Eisenhower, y sobre todo, filmados y fotografiados: «fotografíen todo lo que estamos viendo porque dentro de unos años lo negarán, negarán que esto ha existido». Por mi parte, abrigo alguna esperanza de que si tengo nietos, algún día sabrán de los horrores del Gulag…
Al ver una esvástica, las personas de bien solemos reaccionar con un gesto automático de rechazo. Es lógico, pues relacionamos ese símbolo con una ideología despreciable, en nombre de la cual se cometieron crímenes atroces y se escribieron algunos de los capítulos más terribles de la historia. Sin embargo, cuando nuestra vista se topa con la hoz y el martillo, el símbolo por excelencia del comunismo, no sentimos el mismo rechazo. Resulta incomprensible, ya que ambas ideologías comparten muchas cosas, entre ellas el desprecio por la libertad individual, el gusto por los métodos represivos y totalitarios, y sobre todo, el dudoso honor de cargar sobre sus espaldas el asesinato de millones de personas. La diferencia estriba en la falta de información.
Todo el mundo sabe lo que es un campo de exterminio. Los hemos visto en el cine, en televisión, en la literatura… Hasta los hemos podido pisar con nuestros pies (yo tuve la ocasión de visitar el de Dachau). Sabemos lo que hicieron los nazis y el grado de crueldad que alcanzaron. Menos son los que conocen la existencia del Gulag. Se sorprenderían al comprobar cuánta gente ni siquiera conoce esta palabra. Y la realidad es que Stalin podría ser considerado el mayor asesino de la historia, superando de largo a Hitler. Más difícil de entender es la tibieza con que algunos bien informados tratan el asunto. Anne Appelbaum, autora de la extensa obra de documentación «Gulag: una historia», muestra así su perplejidad ante ellos:
«Los crímenes de Stalin no inspiran la misma reacción visceral en el público occidental como lo hacen los crímenes de Hitler. Ken Livingstone, un antiguo miembro del Parlamento y ahora el alcalde de Londres, una vez gastó toda una noche tratando de explicarme la diferencia. «Sí», dijo, «los Nazis eran malos. Pero la Unión Soviética estaba deformada.» Esa visión refleja el sentimiento de muchas personas (…) La Unión Soviética de alguna manera estaba mal, pero no fundamentalmente mal en el mismo sentido en el que lo estuvo la Alemania de Hitler.»
Hoy más que nunca, cuando los responsables del diseño del sistema educativo español han decidido que el conocimiento de los crímenes del estalinismo no es importante para la formación de los futuros ciudadanos, conviene explicar qué fue el Gulag.
Gulag: Glavnoye Upravlyeniye Ispravityel’no-Trudovih Lagyeryey i koloniy, es el acrónimo en ruso de la «Dirección General de Campos de Trabajo», un sistema instaurado desde los mismos inicios de la Revolución Rusa para castigar con penas de trabajos forzados a todo tipo de criminales, incluidos los que cometían el imperdonable crímen de oponerse al comunismo o cuestionar a sus líderes. Hasta 476 lagers estuvieron en funcionamiento en toda la historia de la URSS según Appelbaum, cada uno de ellos formado por otros campos de menor tamaño. Tras un vasto y largo trabajo de investigación, Appelbaum calculó que alrededor de un millón y medio de personas murieron en el Gulag, sin contar los fusilamientos masivos de «contrarrevolucionarios», en los que fueron asesinadas cerca de un millón de personas entre 1937 y 1938. A estos aberrantes números habría que sumar todavía más muertos en el historial de Stalin: La hambruna de Ucrania, las purgas… Solo ciñéndonos al Gulag, que Appelbaum define como «una nación de esclavos», constatamos que hasta 18 millones de personas pasaron por esas siniestras prisiones.
Kolymá
En Rusia pervive una expresión coloquial que equivaldría a nuestro «más se perdió en Cuba», para expresar la resignación ante una mala noticia o una pérdida. Ellos dicen: «Kolymá era peor». Kolymá es solo uno de estos campos, situado en los confines de Siberia, donde los prisioneros eran obligados a trabajar como esclavos en las minas en condiciones infrahumanas: mal alimentados, mal abrigados, sometidos a malos tratos y vejaciones. Kolymá es solo uno de tantos infiernos, pero su nombre ha quedado grabado en el subconsciente de los habitantes de los países que conformaron la antigua URSS como sinónimo del infierno sobre la Tierra. El gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski resume en su obra «El Imperio» los macabros mecanismos internos del Gulag:
«Una estructura ideada con sadismo y precisión, cuyo objetivo era destruir y aniquilar a la persona de tal manera que esta, antes de morir, experimentara los mayores sufrimientos, humillaciones y tormentos (…) Se componía de los siguientes elementos: El frío, el hambre, el trabajo sobrehumano, la falta de sueño, la suciedad, los insectos, el sadismo del NKVD (el organismo precursor del KGB), la brutalidad de los presos comunes hacia los presos políticos, la sensación de injusticia, la añoranza, el miedo.»
Sobre Kolymá hay relatos espeluznantes acerca del sadismo con que se empleaban los comandantes y dirigentes de los campos, como Stepan Garanin, sobre el cual en su obra «Las piedras negras» escribió Anatoli Zhigunin. La escena es la siguiente: Una inspección del campo, con todos los prisioneros, sucios y débiles esqueletos andantes, en formación. Garanin pregunta a los guardias cuáles son los doce peores trabajadores. Éstos son sacados de la formación para que el comandante los abata a tiros con su propia pistola, por holgazanes. Después pregunta cuáles son los mejores trabajadores. Una fila de hombres sale de la formación. Garanin recibe una nueva pistola cargada que le entrega su ayudante y les habla: «Así que vosotros sois los trabajadores que sobrepasáis la norma… Enemigos del Pueblo sobrepasando la norma. Hay que eliminar a gentuza como vosotros», y acto seguido vacía su cargador contra ellos.
Veinte años de su vida pasó Varlam Shalamov en Kolymá. Una vez libre, empezó a escribir su libro «Relatos de Kolymá», lleno de terroríficas historias como la del párrafo anterior. Sobre los lagers, Shalamov escribe:
«La experiencia en el lager es negativa, lo único que se consigue es que la persona se vuelva peor. El lager entraña mucho de lo que el hombre debería ignorar.»
Otro superviviente del Gulag fue el austríaco Alexander Weissberg, comunista convencido, que era incapaz de entender su presencia en tan horrible lugar: «Lo que aquí ocurre no tiene ningún sentido, es un exceso donde no cabe interpretación racional». Ser comunista y proclamarse orgulloso ciudadano soviético no le libró de ser encarcelado, golpeado, maltratado y humillado como los demás.
El Gulag hoy
El Gulag comenzó a desmantelarse tras la muerte de Stalin en 1953, aunque muchos de esos campos siguieron existiendo. Occidente no llegó a conocer esta realidad hasta que el escritor Alexander Solzhenitsyn publicó clandestinamente su famoso testimonio «Archipiélago Gulag», escrito durante su prolongado encarcelamiento. Lo que la URSS quería esconder, él lo sacó a la luz, y ello le costó el exilio. El impacto que esta obra causó en su momento, allá en los años 70, ha ido diluyéndose lentamente en la conciencia colectiva. Tanto que ahora parece no tener la suficiente importancia para que los estudiantes conozcan lo que fueron el Gulag y el estalinismo, y la manera en que se levantó y sostuvo durante años el imperio soviético. El trabajo de Solzhenitsyn –«todo tuvo lugar tal y como se describe aquí. Dedico este libro a todos los que no vivieron para contarlo, y que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordar todo, y por no poder decirlo todo»-, no habría servido para mucho si no nos preocupamos de recordarlo.
Lamentable estos datos son desconocidos por la gran mayoría y algunos como Gaspar Llamazares, si los conoce los defiende.
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Llamazares es «de la cuerda», así que no se puede esperar otra cosa de él.
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