Hasta hace apenas dos semanas, fuera de Burgos eran cuatro gatos los que sabían que en esa noble ciudad existe un barrio llamado Gamonal, anteriormente un pueblo, que fue absorbido por el crecimiento urbano de la capital y en el que hoy viven unas 60.000 personas. Y en estas dos semanas se han dicho tantas cosas de ese barrio y ha hablado tanta gente –mucha de ella sin conocimiento o, peor, con argumentario– que para quienes no vivimos allí es difícil distinguir la verdad de todo lo demás.
Les contaré en esquema lo que yo he entendido de lo de Gamonal. Todo empezó con la decisión del Ayuntamiento presidido por el popular Daniel Lacalle de construcción de un boulevard (zona comercial) con un aparcamiento adyacente. Conviene recordar que las tres fuerzas con representación municipal (PP. PSOE e IU) llevaban en su programa la construcción de ese boulevard, si bien ahora parece que IU se ha desmarcado de ese proyecto, a la vista de lo ocurrido.
A partir de aquí se empieza a complicar la cosa, porque como es sabido, la primera víctima de toda contienda es la verdad. De todo lo visto y oído se desprende la impresión de que el barrio es una zona deprimida de la ciudad, con problemática social y demás. Y que contra esa decisión del Ayuntamiento se levantan las asociaciones de vecinos del barrio: que «no es el momento de iniciar unas obras de tal envergadura», «que no hay dinero»… Las posturas se enconan y el barrio se calienta. Pero hasta aquí es todavía una postura legítima.
¿Y cuándo deja de ser legítima? Deja de ser legítima, por principio, cuando en la protesta vecinal se introducen elementos extraños. Ya no hablamos de justificaciones extrañas, tales como los presuntos tratos con el cacique del lugar, un tal Méndez Pozo, que parece ser algo así como el «Fabra burgalés». No hablamos de otras argumentaciones que se han buscado como (falsa) justificación de la «ira del pueblo».
Segundo punto: en Gamonal hay tres asociaciones de vecinos, una de ellas con filiación política (IU). De las informaciones más fiables se desprende que unas estaban en contra del proyecto y otras a favor. Es decir, los vecinos estaban divididos (nada de «todos somos Gamonal y estamos todos contra el alcalde») y el alcalde cometió el error nada diplomático de no escucharlos a todos, aunque después tomara la decisión que le conviniera más. Creería que estaba todo atado y bien atado, que habría un poco de burbujeo y ya está. Y se equivocó. de medio a medio.
Tercer punto: se terminó de liar cuando aparecieron los antisistema, que vieron en el conflicto vecinal una estupenda ocasión para armarla y de paso para soltar sus consignas (¿qué sería de la izquierda, «extrema» o «moderada», sin sus consignas?). Ahí ya aparecen los cristales rotos, los contenedores quemados (¿por qué siempre que entran estos profesionales del incendio social en acción acaba destrozado el mobiliario urbano?). El nivel de demagogia, a estas alturas de la película, roza lo sencillamente sublime: menudean las alusiones al «pueblo» (como sujeto marxista de la protesta, suponemos) y a su «ira». «Ira» que, como es «justa», nadie tiene el derecho de parar. Ni siquiera cuando hace algo que acabarán pagando todos los burgaleses, sean del barrio o no. Las alusiones a la «lucha» (otro concepto marxista) también son de rigueur. Por si faltara algo, algún diputado comunista entona el mantra que llevan repitiendo desde hace meses del «estallido social». Pero se entiende: los comunistas nunca han pescado nada en ninguna parte que no fuera río revuelto. Y la historia está ahí para demostrarlo. Vamos, que sólo faltó alguien que gritara: «¡Vamos a tomar el Palacio de Invierno!».
Cuarto punto: el alcalde intentó hacer caso omiso a la «justa protesta vecinal», continuando las obras y le dejaron solo. El Subdelegado del Gobierno le dejó solo. El Delegado del Gobierno y el Ministro, mucho más. Se negaron a traer más policía al barrio para controlar precisamente a esos profesionales del incendio social (no tanto a los vecinos, por cierto), conscientes de que el hecho ya había adquirido una dimensión política que les podía salpicar en tanto en cuanto no estaban seguros de poder controlar el efecto bola de nieve. Y decidieron estarse quietos. De forma que al alcalde de Burgos no le quedó otra salida política que recular. Por supuesto, las otras dos fuerzas (que, recordemos, también llevaban la construcción del boulevard en sus respectivos programas), se apresuraron a «pedir la dimisión del Alcalde». Imaginamos que por «evidente incompetencia e incapacidad de contener la «ira popular»» (bien caldeada por los agitadores y los quemacontenedores).
Resultado: el boulevard no se hace. ¿Han ganado los vecinos? Un servidor no está muy seguro de ello. Pero de lo que sí está seguro este servidor es que han ganado quienes han querido imponer por la fuerza sus criterios. Quienes creen que ya no vale sentarse a una mesa a negociar, en un necesario tira y afloja que, finalmente, debiera haber redundado en beneficio de los vecinos del barrio. Y se crea el lamentable precedente político de que «si se presiona con la suficiente fuerza (entendiendo por tal cualquier medio), se puede doblegar al Consistorio municipal». Remarquemos aquí otro detalle importante: Consistorio del PP. La imagen que dio fue de «derecha acomplejada»; imagen que, por cierto, tienen no pocos de sus votantes. La pregunta del millón: ¿se habría organizado el cirio si el Ayuntamiento estuviera gobernado por cualquiera de las otras dos fuerzas municipales con representación? Me permito apostar a que no, pese a que no es factible conocer con brevedad esa respuesta.
Lo que demuestra que lo de Gamonal estaba perfectamente preparado y organizado («Manual del agit-prop», capítulo 3)
es que después se intentaron réplicas de esos hechos en… Madrid (cómo no), donde también y curiosamente gobierna el PP. Pero ahí cambió la cosa: la delegada Cifuentes les estaba esperando con un fuerte dispositivo policial (el que faltó precisamente en Burgos) y sí hubo cargas, hubo heridos (no muchos) y detenidos (unos cuantos). Y ya parece que desistieron de exportar la revolución. Pero desgraciadamente, el precedente está sentado.
Y en todo el lío que se ha montado, ¿no han notado ustedes algo extraño? Yo sí: el silencio de nuestro petit Fouché. Él sabrá por qué no ha dicho nada, pero eso es lo curioso…
No me queda sino evocar a Martín Antolínez, ese burgalés e home de pro, para que la noble y castellana capital recupere la calma y la cordura frente a aquellos que quieren hacer mal negocio con su ciudad y también frente a aquellos que intentan responder con la violencia sin límite a los primeros. Y recordar que ni unos ni otros representan a la austera capital burgalesa.
¡Dios, qué buen vassallo si oviesse buen señor!
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