Fumus Sathanae


Este artículo es complemento de una reflexión leída aquí.

Qué duda cabe que la noticia de la semana (y casi del mes) es la renuncia del Papa Ratzinger. Quizá no debería ser noticia, ni siquiera por el hecho de que muy pocos Papas han usado esta figura para dejarlo, perfectamente enmarcada en los cánones 331 y 332 del Codex Iuris Canonici. Se lo ha afeado el cardenal Dsziwisz, antiguo secretario de Juan Pablo II: según él (opinión no solitaria tampoco), los Papas deben morir ad Crucem en vez de mostrar la «debilidad» de dejarlo cuando no se sienten capaces de llevar las riendas del cargo. Pero para muchos otros, entre los que me cuento, no estar en condiciones vitales de manejar el cargo es una buena razón para dejarlo y en ese sentido opinamos que el Papa ha actuado correctamente.

No obstante y dado el criterio anterior, suponíamos que no se trataba solamente de una renuncia por motivos de salud. Había más. Si ya es complicado gobernar una organización a cuyo cargo están millones de almas, mucho más lo es todavía cuando sus pastores están afilando los cuchillos para utilizarlos no contra el lobo, sino contra los demás pastores. Como dice Mc 14, 27: «Jesús les dijo: «Todos me vais a abandonar, porque así lo dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas«». Suena el rumor de que bajo la cúpula de San Pedro se tejen y destejen complots dentro de complots y que lo que prima entre los purpurados es la soberbia, la ambición y los intereses oscuros.

Como siempre, todo hecho tiene varias perspectivas. La más completa es sin duda la de alguien que esté metido en la Curia, que no podrá decir todo lo que sabe por más que conozca la historia y sus implicaciones de principio a fin. Alguien que sepa, en suma, qué engranajes encajan dentro de otros engranajes, qué trampas existen dentro de qué otras trampas y qué complots se trenzan dentro de qué otros complots. Política vaticana, podríamos decir: más complicada por cuanto hablamos de personas que han dedicado mucho tiempo a meditar, a reflexionar, a estudiarse a sí mismos y a quienes les rodean.

Al nivel de un servidor de ustedes, en todo caso, que es el de un feligrés de a pie, todas esas conspiraciones palaciegas le pillan lejos. Me interesa –y me preocupa– mucho más el hecho de que mientras allá en las alturas están afilando los cuchillos, los enemigos de la Iglesia se han unido y van atacando cada uno en su frente. Y lo hacen, a mi modesto entender, por una ausencia de dirección firme. Falta de firmeza que a su vez nace de la debilidad de la comunicación de la fe. Con lo cual ya entramos en terreno pantanoso: ¿significará esa debilidad la debilidad de la misma fe en quienes han de proclamarla?

Lo que sí veo, al menos hasta donde me alcanza la vista, es que en España no todo el mundo va al mismo paso. Por supuesto, hay firmeza cristiana: hay cristianos que siguen el ejemplo evangélico cuando se ofrecen voluntarios allí donde su parroquia o su diócesis les manden a apostolar; hay sacerdotes entregados en territorios muy complicados, y no pocos de ellos han dado la vida por su fe. Pero hay otros que confunden el púlpito con otra cosa y ya no piensan en servir, sino en ser servidos. Olvidan el mandato evangélico de Mc 9, 35: «Si alguno quiere ser el primero, colóquese en último lugar y hágase servidor de todos». Otros, medrosos, se encierran en su sacristía esperando que escampe el temporal (los ataques anticatólicos, cada vez más agresivos). Por si faltara algo, la grey está confundida. Confusión a la que ayudan esos medios de comunicación que cuando no son exquisitamente neutros se dedican a crear un clima hostil (lluvia fina) contra la Iglesia, magnificando las pifias y ocultando los méritos de la institución. Y dando caña a aquellos que, como el obispo Reig Pla, se atreven a hablar en voz alta contra el discurso políticamente correcto dominante. Ello, frente a una jerarquía que parece querer «tener la fiesta en paz» con los poderes fácticos.

Queda muy claro que el próximo Papa (que espero no sea nombrado por el cardenal Bertone), se ate los machos para la pelea que viene. Porque lo que necesitamos ahora los católicos es prepararnos para combatir. Y necesitamos un Papa que nos acompañe en esa lucha. Los cánticos melifluos al sexo de los ángeles y las discusiones sobre qué color conviene a cada celebración quedaron arrumbados para siempre. Llegará el tiempo en que deberemos examinar en qué bando estamos. Los intrigantes, arribistas, ambiciosos y los que quieren hacer caer a la Iglesia desde dentro, de un lado, y los católicos verdaderos de otro. Parafraseando a Albus Dumbledore, «muy pronto tendrán que elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil».

Tenía razón el Papa Pablo VI: «Se ha introducido en la Iglesia el humo de Satanás». Lástima que no llegara a prever los efectos de ello ni la situación actual.

Gotas que me vais dejando...

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