Ya sé que algunas mentes políticamente correctas se me echarán encima por esta alusión. Pero no creo que haya muchas más formas directas e impactantes de referirse al fondo del suceso que paso a comentarles. Que se resumen en que el trabajo (en exceso y sin medida) puede matarte.
Me impacta la noticia de que un joven alemán de 21 años, llamado Moritz Erhardt, con un currículum que había que mirar con gafas de sol y un porvenir en el sector bancario a observar igualmente con telescopio, ha reventado, literalmente. Becario en la sucursal londinense del Bank of America Merrill Lynch, donde cobraba como tal unos 3.000 euros al mes (imposible para un becario en una empresa española cobrar esa cantidad), aspiraba a un puesto de trabajo fijo y a un sueldo diez veces mayor que el actual. Para ello, como decimos, estaba sobradamente preparado; pero además, añadía a la receta algo que probablemente no constaría en su currículum: ambición. Ambición que le llevó a esa beca en esa entidad bancaria. Ambición que le impulsaba continuamente a parecerse a quien él consideraba su alter ego cinematográfico en la película Wall Street, Gordon Gekko (Michael Douglas), echando más horas que un reloj en el trabajo, convencido de que había una plaza para él en ese banco si lo sacrificaba todo en función de obtener esa plaza. Ambición que le llevó a la tumba, finalmente.
Los hechos a considerar nos llevan a la verificación de que este muchacho brillante y motivado para triunfar trabajó nada menos que 72 horas seguidas antes de reventar. También, que había padecido o padecía algún tipo de epilepsia, lo cual sugiere que esa debilidad tuvo alguna influencia en el desenlace final. A un servidor de ustedes le da la impresión de que no era la primera vez que soportaba una jornada laboral tan salvaje como ésa, y que llegado a un determinado punto, su cuerpo dijo basta. Tal y como relata un compañero:
«Sólo lo haces durante 10 semanas, así que hay una aceptación general del mismo. Veo a mucha gente deambulando, con los ojos borrosos y bebiendo cafeína para aguantar, pero la gente no se queja porque las recompensas potenciales son muy grandes. Estamos compitiendo por algunos trabajos muy bien pagados».
Otro interno que vive en Claredale afirmó que el Sr. Erhardt, que había estado ganando 2.700 libras al mes o 45.000 libras a prorrata, se derrumbó por agotamiento. «Al parecer, empalmó ocho noches enteras en dos semanas. Te hacen trabajar un número exagerado de horas y tal vez fue demasiado para él al final», dijo.
Por consiguiente, aquí hay dos planos que hay que diferenciar: la propia actitud de la víctima y la cultura empresarial de la entidad en la que éste trabajaba.
Por lo que hace a la primera, ya hemos esbozado algunos trazos. Un muchacho brillante, pero forzado a trabajar hasta el límite, con una figura a la que parecerse o con la que identificarse (un mito personal), en una especie de salvaje Oeste llamado «banca de inversión». Uno se acuerda de aquellos yuppies de los 80: ejecutivos agresivos engominados, de camisa a cuadritos y pelotazo urbanístico… y de esnifar hasta las cejas para poder mantener su ritmo de trabajo. O aquellos otros ejecutivos de las puntocom de los 90, sus sucesores, que se pegaron el gran batacazo al final de la década. De todos ellos resulta el tal Gordon Gekko un icono; igual que podríamos, aunque con distintas razones y perspectivas, citar aquí a Mario Conde en sus días de gloria. A quien no se lo llevó a la tumba la cocaína se lo llevó por delante la Justicia, con cargos tan significativos como alzamiento de bienes, estafa, apropiación indebida y otros delitos societarios. Parece que era a esta cultura era a la que quería acceder Herr Erhardt, situado en las antípodas de casi siete millones de ciudadanos españoles: tenía más trabajo del que podía digerir.
En cuanto a la segunda, podríamos decir que es el brillante envoltorio en que se vende ese sueño de dinero, poder y éxito. Empresas así le venden a uno esa vida como una apuesta. Te dicen: «¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por llegar a lo más alto?». Y si uno es tan ambicioso como lo era Herr Erhardt, siente ese cosquilleo en el vientre, fruto de la edad y de la inconsciencia de los propios límites, y cae en la tentación de decir: «Todo». Y entra uno en esa rueda infernal, en la que una beca de tres meses se convierte en un infierno programado al segundo y en el que, sencillamente, no hay respiro. El famoso magic roundabout (empalmar turnos: te llevan a casa a las 6 AM, con el tiempo justo para cambiarte, y a las 7 AM te recogen de vuelta al trabajo) del que hablan los empleados de esa división de la empresa no deja lugar a dudas. Como decíamos antes, la «banca de inversión» es una especie de salvaje Oeste, cuyo territorio se ha ampliado con la llegada de Internet y de la «bolsa 24/7». Y el vaquero que no desenfunde rápido se ve acribillado inmediatamente. O ésa es la estampa. O tal vez fue, al estilo del nibelungo Alberich (por citar una referencia alemana), una renuncia al amor para poder robar el Anillo (dinero y poder, todo en una pieza). Huelga decir que Herr Erhardt perdió la mencionada apuesta.
Lo que no sorprende es la actitud de la empresa, por desgracia. Se puede leer entre líneas (y casi oír), tras las asépticas declaraciones de sus representantes del estilo «Vamos a revisar las políticas de la empresa… hay que esperar a la autopsia… no comment», otro comentario de este otro estilo, mucho menos aséptico: «Ese débil bastardo nos ha jodido la costumbre. ¿Por qué tenía que morirse?». El hecho de que a nuestros ¿responsables? políticos no se les caiga de la boca la palabra «competitividad» hace que algunas empresas estimulen sin ningún tipo de límite y escrúpulo un agresivo espíritu de competición. También estoy oyendo a los liberales, desdeñosos: «Las empresas no son hermanitas de la Caridad: están en el mundo para hacer dinero. Si no podía aguantar el ritmo que no se hubiera metido». Repugna mucho más todo el asunto cuanto que –según tengo entendido– los becarios tenían prohibido hablar de esas 72 horas. No es probable que Inspección de Trabajo les metiera un puro… o sí. Pero el caso es que no podían hablar de ello. Señal de que no era muy legal. O sí era «legal», pero nada ético. Que es un poco lo de siempre: se acepta una barbaridad «porque hasta ahora nunca ha pasado nada». Indulgencia criminal.
Señores, prepárense. La Nueva Edad Media (aunque la llamen «Nuevo Orden Mundial») que profetizó Umberto Eco ya está aporreando la puerta. Vean ustedes, si no: el experimento chino primero, reuniendo «lo mejor de cada casa» (explotación obrera y represión política) y ahora el exprimir a los ejecutivos (presuntamente los mejores de la manada) hasta dejarlos como cáscaras vacías, usados y tirados. Puede que la inscripción con la que iniciábamos la entrada rece algún día en las fábricas y empresas y nadie se escandalice por ello. Prometo que si me traen una inscripción de algún campo del gulag soviético la incluiré en esta entrada.
En fin. Descanse en paz Herr Erhardt.