Dos cabezas (II)


La siguiente diapositiva muestra a Susana llorosa y pataleando en las escaleras de la iglesia. El pie de foto no puede ser más cruel: «Compuesta y sin novio». ¿Qué ha pasado, se preguntarán ustedes? Pues no mucho, la verdad. Tentada Teresita, resulta que desde Madrid le han mandado un politkom que ha conseguido reducir su voz poderosa en defensa de los oprimidos a un hilillo más propio de un ridiculus mus (y no precisamente el de Susanita, por cierto). La orden fulminante de Madrid ha sido «De pactar con Susana ni hablar». Muy a su pesar, Teresita ha tenido que abandonar su sueño de la toga y el birrete (degeneraciones kapitalistas, por supuesto), al menos por ahora.

El caso de Juanillo Marín es más curioso. Hasta hace cuatro días era un oscuro concejalillo en el gaditano Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, conocido en su casa a las horas de comer, en el que hasta esos cuatro días besaba la mano de su jefa Susana. Pero al parecer, le vino Dios a ver cuando un Albert Rivera necesitado de estructuras municipales llamó a su puerta y le dijo «Andalucía necesita hombres como tú». «Tó er mundo tié derecho a progresá. Éhta é la tuya, Juanillo», se dijo el gran hombre. Y ni corto ni perezoso, cambió del rojo al naranja en cuatro días.

Las elecciones sonrieron al partido otorgándole nueve escaños y marcaron el comienzo de los problemas. Susana lo tenía casi en el bote; tanto, que en el segundo debate de investidura, el de la mayoría simple, Juanillo empezaba a hablar de «colaboración», de «pactos puntuales», de «buen rollito», en suma. Tras un descanso en el acalorado debate, Juanillo ya no estaba tan dispuesto a pactar y hablaba de líneas rojas que no se debían traspasar. ¿Qué había pasado, se preguntarán ustedes? Pues que en el intermedio recibió una llamada furibunda de su jefe Rivera, que pudo haber ido así….

—Dime, jefe. Por aquí zin novedá, jeje.

—Te he estado viendo por la televisión en el debate de investidura —empezó Rivera—.

—Lo ehtamo hasiendo bien, ¿verdá?

Rivera, conteniendo su enojo, le dice con voz gélida y amenazadora:

—¿Bien? Mira, Juan. Como Ciudadanos de Andalucía dé su apoyo de investidura te fulmino sin contemplaciones.

Juanillo cree que todavía le va a servir su gracejo gaditano.

—¿Qué furminá ni furminá, pisha? Ciudadanoh ehtá para apoyar la gobernabilidá de Andalucía. Ademá, zon pazto puntuale y…

—¡Que no me toques las narices! —estalla Rivera—, Y hazme caso: no apoyes a Susana. No me tientes. No te conviene enfrentarte a mí.

—¡Pero el ehcaño no me lo ha dao tú! ¡Me lo han dao lah urnah! —intenta aún Marín.

—Es verdad —concede Rivera, calmado pero amenazador—. Pero tú dirás si quieres ser diputado con el respaldo de tu partido o verte de una patada en el Grupo Mixto y a los cuatro años, o antes, cuando se le antoje a Susana convocar elecciones otra vez, quedarte fuera de la política, donde no tienes nada. Piénsatelo.

Rivera cuelga.

Gotas que me vais dejando...

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