Llegamos por fin al gran perdedor. A Mariano no le han bastado los avisos de las europeas, de las andaluzas, de las municipales… Sigue la racha. Un servidor de ustedes está cada vez más convencido de que lo que quiere Mariano es destrozar no sólo a su partido, sino también a la derecha en general, la que podría votarle si sus principios fueran firmes y su actuación aseada. Pero como en Cataluña no ha sido así, los descontentos se le van yendo con cuentagotas a C’s, que hasta ahora nunca ha cedido un milímetro en la defensa de aquellos que se han visto desamparados tanto por el PPC como por Madrit, que es el escudo que ha puesto siempre por delante para no hacer lo que tenía que haber hecho hace mucho.
Por eso ni siquiera el nombramiento de un buen candidato como García Albiol ha frenado la caída libre de ese partido en Cataluña. Por si algo faltara, alguien ha repetido la jugada andaluza. Recordarán ustedes que Cospedal había tomado un AVE durante las andaluzas para nombrar al alcalde de Tomares, Sevilla, como candidato a las andaluzas. Buen candidato, conocido entre la militancia y además, exitoso gobernante municipal. Nadie sabe por qué, mientras estaba en ese AVE, alguien la llamó y le dijo: «Vuélvete, que ha sido designado Moreno Bonilla como candidato». Un mindundi al que nadie conocía en Andalucía y tampoco mucha gente lo conocía en Madrid. Ocurrió lo que tenía que ocurrir, naturalmente.
Pues algo así ha vuelto a ocurrir esta vez. Bien es verdad que el currículo de García Albiol presenta un único mérito: su éxito como alcalde de Badalona; pero mal candidato no era. Nuevamente alguien ha decidido que este hombre, alt com un Sant Pau, no debía remontar los resultados de la campaña. De ahí que apareciese de la nada y como un meteorito el gallo Margallo, protegido y amigo del alma del gran jefe. Tan gallito estaba que pasó por encima de Albiol y de Jordi Cornet, al que presumo menos personalidad que una almeja. De haber tenido una miaja de personalidad se hubiera negado en redondo; pero claro: nadie dice que no al jefe ni al amigo del jefe.
Hábilmente provocado por Junqueras, al gallo Margallo le importó un carajo que ese debate se cargara la campaña del candidato regional. Podrían haber escogido otro momento, pero no. El debate se redujo a poca cosa más que a (presuntas) encendidas declaraciones de amor de los españoles hacia los catalanes y réplicas en el estilo de «por eso nos tenemos que ir». Pero melón: si quieres un debate como éste, lo haces en otro momento; y si quieres que sea en este momento, deja que pelee el candidato, que para eso está. Pero quiá. Resultado: imposible frenar el resultado de la mala gestión de la Sánchez-Camarga, que hace por lo menos un año que debió haber sido fulminada. Algún día en Madrit se darán cuenta de que el pequeño Fernández nunca ha hecho ni va a hacer otra cosa que acumular trienios de cara a la jubilación.

Es de prever que en Génova, 13 emitirán un comunicado acerca del magistral manejo de los tiempos de Mariano y poco más. Tan inexistente ha sido la autocrítica que ni siquiera ha tenido Rajoy la nobleza de felicitar a la ganadora moral (Inés Arrimadas) la noche electoral. Por no existir, no existió nadie de la ejecutiva nacional para consolar a García Albiol del monumental hostión cosechado: de 18 diputados que tenían pasan a tener 11, los mismos que Lluís Rabell. Como ya expusimos aquí y aquí nuestras impresiones acerca del candidato, no nos vamos a repetir. Nuevamente, jugada andaluza. Los responsables de joder la campaña a García Alblol, tanto «cercanos» como «lejanos», que hubiera dicho Aznar, completamente missing en esa Noche Triste.
Y lo que le faltaba a Mariano: la aparición de Aznar como fantasma de las Navidades futuras. O, si quieren ustedes, como heraldo de A Santa Compaña. Pero Mariano, que ya padece el síndrome monclovita en toda su extensión, probablemente habrá contestado igual que Ebenezer Scrooge: «¡Paparruchas!». Dejemos de lado que el propio Aznar arrastra el pecado original de haber posado su dedazo sobre Mariano y, por tanto, no puede piarlas muy alto. Valdría más que nos hablara de esos «desiertos lejanos» a los que en cierta ocasión se refirió. Pero quiá…
Lo ha bordado usted en esta entrada, Señor Aguador.
Del PP actual, no coment.
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