Escribió ayer José María Carrascal en ABC una columna cuando menos curiosa. Hablando de la leche derramada en el mal llamado «problema catalán», el señor Carrascal reparte culpas en el tema de por qué se ha dejado crecer al monstruo hasta sus dimensiones actuales. Pero además dice esto:
(…) A los que se unen quienes, por una razón u otra, se han cansado de criticar la «pasividad e inacción de Rajoy en el problema catalán», proponiendo unos el uso de la fuerza para resolverlo, y otros, negociar sobre temas como el reconocimiento de asimetrías, singularidades o historicismos predemocráticos, auténticas bombas bajo el Estado-nación español. Voy a ser generoso con ellos y atribuirlo a incultura. Cualquier otra cosa sería mucho más grave. No se daban cuenta de que el nacionalismo es una pasión, por lo que de nada sirve razonar con él. Lo único que sirve es dejar que se queme en su ardor, se ahorque en sus contradicciones y se estrelle contra la realidad. Ha sido la tan criticada táctica de Rajoy ante el problema catalán. Resulta que tenía razón. Sin sacar los tanques ni detener a nadie, ha logrado que el independentismo quede reducido a cenizas de ambiciones personales y políticas, que llevan a la desintegración y parálisis, en vez de a una Catalunya Lliure.
Como me siento aludido, paso a exponer mi argumentación. El señor Carrascal se esfuerza en defender a todo trance a Rajoy, pero no le sale bien del todo. En primer lugar, porque los que verdaderamente han hecho daño a la causa antinacionalista «del otro lado del Ebro», como dice él, son los que, como cierto Luis de Galinsoga, director de La Vanguardia (antes «Española»), piensan y dicen: «Todos los catalanes son una mierda». Esa gentuza le hace el trabajo gratis a Mas y a su banda, sembrando el odio de signo contrario, porque eso justamente también interesa en la Plaça de Sant Jaume (retroalimentación, ya saben). Tampoco estaría de más recordar al señor Carrascal la comatosa historia del PP catalán (salvo el período en que fue dirigido por Vidal-Quadras). Historia que alcanzó su punto más bajo con la decisión (o instrucción recibida desde Madrit) de Sánchez-Camacho de apoyar en 2010 los presupuestos de Artur Mas, cuando éste no paraba de dar el coñazo con el famoso pacte fiscal.
Mi posición ante este artículo es una que el señor Carrascal no se ha molestado en mencionar. Un servidor de ustedes se considera incluido en ese grupo de gente —no sé si numeroso o no— que opina que no era necesario sacar a pasear los tanques por la Diagonal, pero tampoco bajarse los pantalones hasta el punto de «aceptar todo lo que salga del Parlament». En mi modesta opinión, el Gobierno tiene suficientes recursos como para doblegar la voluntad de un Parlament (en su mayor parte) y un Govern rebeldes sin necesidad de acudir a los tanques ni esconderse tras los faldones de los jueces del TC, máxime cuando se tiene la mayoría absoluta que tiene Rajoy. Quién sabe por qué, Rajoy no se atreve él solito a tomar esa decisión y necesita el cariño del TC.
En cuanto a las bondades de la solución rajoyesca… Bien, es posible que el separatismo (no lo llame usted «independentismo», por favor) vaya ahora de capa caída. Al menos, aparentemente. Bien. ¿Pero a qué precio? En mi modesta opinión, los españoles hemos pagado tres precios:
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Uno, en tiempo. Todo el tiempo que se tarda en tomar decisiones que no admiten demora es tiempo perdido y tiempo que los enemigos de la Nación española utilizan contra nosotros. Y es además tiempo que se pierde en ocuparse de «lo que verdaderamente importa a losh eshpañolesh», dicho en politiqués. Mientras tanto, se sigue discriminando por razón de lengua, se sigue gastando dinero que se entregó para otros fines. Parece que como ese dinero no es propio de Rajoy, no le interesa.
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Otro en dinero. Se han dado carretadas de dinero a la Generalitat (que no a «Cataluña», como reza la propaganda oficial) que lo ha administrado pagando las soplapolleces identitarias del procés y derivados. Por eso fuera de Cataluña ocurren cosas como ésta y nadie dice gran cosa de ello. Algún día hablaremos un poco más en extenso de ese tema.
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Y finalmente, un precio en prestigio. Lo admitamos o no, a los españoles no nos gusta que nos consideren un país «adorablemente disfuncional» (traducción: «poco serio»). No nos gustaría ser Bélgica. Sin necesidad de que los bilderberger vayan a por nosotros (que sí van), ya es de por sí una mengua y una vergüenza que tengamos que aguantar este circo de Mas y sus payasos-comparsa, que es en lo que ha quedado la región más avanzada (económica y culturalmente) de España a primeros de los 70. La destrucción de la obra de Franco avanza a buen ritmo, muchas gracias.
Fíjense ustedes que no pido otra cosa que la aplicación de la Ley ─de toda ella─, sin apelaciones baratas al mal llamado principio de oportunidad. Si por sostener esta opinión, que es diametralmente opuesta a la estrategia del pudridero de Rajoy, soy un «inculto», como dice el señor Carrascal, alabado sea Dios.
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¡¡¡¡SI!!!!
Ese es mi comentario.
Salud.
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Lo mismo, Ramsés: Salut i peles! 🙂
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Good niiiiiiiighttt!!!,
Opto por una retirada estratégica conocida normalmente como «voy a hacer el vago el resto del fin de semana»
Salud 😆 😆 😆 😆 😆
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