«Es imprescindible quitar a X»


Aunque un servidor de ustedes ya va peinando canas –en algunos lugares; en otros no–, aún le queda memoria, no demasiado baqueteada por las noticias progres, que es lo que ven los batuecos –cada vez menos, eso sí–. Y sin bucear demasiado en los recovecos de la memoria, recuerdo muy bien lo que se decía en 2011, especialmente en redes sociales. Tronaban muchos, unos pagados y otros de gratis: «¡Hay que quitar a ZP! ¡Es imprescindible que ese tío salga del poder!». Y bueno, el chorreo era de tal calibre que si uno intentaba poner un poco de sentido común y preguntaba «¿Para poner a quién?», porque no veía que la respuesta caía por su propio pesoRajoy, naturalmente»), era un «traidor a la patria», poco menos.

El ruido mediático no nos dejó ver a muchos que, para traidor, el propio Rajoy encajaba bien en el perfil. Rajoy obtuvo una mayoría absoluta porque muchos estábamos hasta los cojones de ZP, de su corte y de sus «afluencias, confluencias, injerencias y flatulencias» (toda la patulea de miserable roedore que se apresuraron a aprovecharse del festín en que ZP convirtió a España). ¿Y qué hizo Rajoy con ella? Tirarla a la basura, sin más. Perdió cuatro años –que se dice pronto– en la inercia de la política de ZP –sin avanzar en ella, pero sin derogarla tampoco–. Va a ser que tuvo razón la Voguemomia: «Ustedes no van a cambiar nada». ¿O será que, como sospechamos muchos, un hermano no deshace lo que ha hecho otro hermano?

Ahora estamos en una situación parecida. El monstruo de Sánchezstein apresura la faena para entregar más España a sus enemigos (habría que ver quién paga a esos enemigos, además de nosotros) antes de las elecciones, que se huele como su fecha de caducidad. Imaginen el follón que se organizaría si, ganadas las elecciones, el tripartito PP-Cs-Vox pretendiera recuperar lo que el PS (el partido de Pedro Sánchez, que ni es O ni mucho menos E) mal entregó como contraprestación a su apoyo. «Éxito asegurado (del pifostio)», que diría la ninfa de las cloacas de Interior, ministra de Justicia en ejercicio.

Como sea, haría falta un acuerdo entre las tres fuerzas políticas que, en teoría, se oponen a esta situación. Pasar revista al panorama no invita, no obstante, al entusiasmo. Un servidor pertenece, más o menos, a lo que Luis del Pino no hace mucho llamaba «abstención estructural», es decir, la que cree que «no vale la pena votar a nadie porque todos son la misma eme de distinto color».

Tomemos a Casado. Tal y como van las cosas, ¿creen ustedes que el líder actual del PP va a cortar en seco la subasta de España cuando ni siquiera es capaz de cuadrar al pepero separatista Feijóo? Hay que tomar eso como una contradicción típicamente gallega: non se sabe si Feijóo (¿acabará galleguizando su apellido en Feixóo?) sube ou si baixa, ou si ven ou si vai. Que lo que tendría que decirle Casado a Feijóo es «Si vas, no vuelvas». Y luego persiste en la venerable tradición pepera de dispararse en el pie. Están haciendo un buen trabajo en Andalucía, junto a Cs y VOX; pero con el sorayo Maroto de jefe de campaña no hay forma de que le saquen provecho. Los hechos de Casado hablarán por sí mismos. Esperemos que el pesadísimo bagaje que carga (el PP-de-Mariano es la peor estafa de la derecha política a su base electoral) no se lo impida.

En cuanto a C’s, más que catalanes parecen también gallegos: no es fácil saber de qué van. Quizá ahora que el torrente de votos que les llegaba del PP se ha cegado, aspiren a ser la izquierda nacional que el ex-PSOE ya no quiere ser, llevado de la mano de Iceta. En esa dirección apuntan los últimos fichajes, entre ellos y señaladamente los de Celestino Corbacho (el ministro del típex) y de Soraya Rodríguez, que no tenía ni media torta frente a la otra Soraya.

Supongo que en política es importante pertenecer a un partido del que uno no se tenga que avergonzar… demasiado. E incluso a alguien del nivel de Soraya Rodríguez, ver como su jefe se baja los pantalones ante los enemigos de España le debió resultar repugnante, tanto que se fue con el petate a otra parte. Por más que hubiera razones personales (no contaban con ella para nada, ni en la política ni dentro del Partido), es de suponer que las razones externas pesaran lo suyo. Lo de Monsieur le Commissaire (Valls) es otra historia.

De VOX no vamos a hablar mucho, porque aunque en Andalucía parece estar haciendo buen trabajo, no hay aún información fiable a nivel nacional. En el caso de VOX, sólo los hechos acallarán los dimes y diretes, a veces dichos con buena intención y otras con intención de «conducir las esperanzas». No es que uno esté a favor de ellos; simplemente es que son nuevos y uno espera a ver por dónde tiran, más allá del «harán esto» o «no harán lo otro».

En resumidas cuentas, el pacto de Tordesillas firmado entre «derecha» e «izquierda» durante la Transición se está yendo a tomar viento, porque los dos partidos que sostenían dicho sistema están corrompidos hasta la médula y las redes de intereses creados les impiden actuar de otro modo, lo cual les resta toda credibilidad. Y porque los nacionalistas –hoy ya directamente separatistas– no se contentan con ser meros comparsas. Quieren su taifa «libre de tutelas y tu-tías» y además, mandar en Madrit. Los españoles de bien, que aún son muchos, no pueden consentir eso. Siquiera sea porque no llegue un tiempo en que uno pasee por la calle y un miliciano le pegue un tiro por decir que va a misa.

Sigue, pues, en pie la pregunta: ¿quitamos a Sánchez para poner a quién?

 

Gotas que me vais dejando...

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