Seguramente algunos de ustedes se plantearán un dilema que yo me estoy planteando en estos días previos al 28-A. Lo plantearé de la siguiente manera: pongamos que abstenernos es una opción apetecible pero no conveniente y, por lo tanto, decidimos votar. Pongamos también que no queremos votar a lo tonto, lo que es una especie de moda generalizada y que, como dice Schumpeter, es característico de los procesos electorales: rebajar el rendimiento mental cuando se trata de elecciones. Pongamos que queremos votar en conciencia y teniendo como referencia esa cosa tan etérea denominada bien común; lo que significa que nos tomamos nuestro derecho al voto con el mismo interés con el que compraríamos un coche o una casa.
En este sentido se me plantea el dilema siguiente: votar como católico o votar como español. Si pretendo votar como católico, es decir, sin renunciar a ninguno de los principios los cuales pretendo que articulen mi vida, resulta que me veo abocado a la abstención. ¿Por qué? Descartemos la izquierda, que directamente es anticatólica y por tanto un servidor no la votaría ni harto de vino: ¿qué nos queda? El famoso trifachito o lo que la «ninfa de las cloacas», ministra de Justicia en ejercicio, dijo en un momento en que le traicionó el inconsciente: la «derecha trifálica». Sin embargo, mirando con más atención, resulta que para el católico que quiere serlo y que no es «meramente estético», tampoco hay mucho donde elegir.
Pablo Casado tiene un problema de credibilidad. No ha eliminado, ni mucho menos, los restos del síndrome sorayomariano que tenía postrado a su partido. Todo lo contrario; y por ahora, que se sepa, tiene dos granos en salva sea la parte: uno, que es Feijóo, que se le sube a las barbas y que por ahora, es la prueba de que si alguna vez toca el poder, no se enfrentará per se a los separatistas vascos y catalanes. Y el otro es un director de campaña que se toma confianzas con los etarras: «Ya me conoces y sabes que yo…». Añadamos al tejido otra puntada: Casado dice «proteger la vida y la familia», pero en realidad su partido ha mirado siempre hacia otro lado cuando se ha tratado del aborto (de hecho, en Madrid ni con Esperanza Aguirre se dejaron de practicar esos asesinatos legalizados, manteniéndose un número constante).
Albert Rivera es otro que cuando le hablan de «vida y familia» se revuelve como un vampiro al que rocían con agua bendita. No se me olvidará lo que alguien me dijo cierta vez cuando yo le pregunté: «¿El partido defiende o no defiende la vida?». Respuesta: «Damos libertad». En este blog ya hemos defendido que nadie, ni siquiera una madre, es quién para decidir sobre el derecho a vivir de un feto que se va desarrollando en el vientre de la madre. Ése es el liberal-progresismo de los naranjitos… siempre, naturalmente, que no les afecte a ellos. De las consecuencias personales y sociales del aborto ya ni hablamos –a quien no admite una responsabilidad personal sobre el aborto menos le van a preocupar las implicaciones sociales de ese acto inicuo–.
En cuanto a VOX… bueno, sigue siendo una incógnita. Tengo entendido –y que me corrija alguien si me equivoco– que los de VOX rechazan el aborto… salvo en dos supuestos: la indicación «moral» (supuesto de violación) y la «eugenésica» (malformaciones del feto). Como católicos rechazamos esas «exclusiones», pues la Iglesia rechaza que pueda existir en ningún caso motivo o razón para un aborto. Y tengo entendido que, al menos una persona marcadamente católica salió de VOX pegando un portazo al ver que algunos de sus directivos consideraban los principios católicos como «meramente instrumentales», es decir, sólo para captar el voto del sector conservador católico que antes siempre había votado al PP, aun con la nariz tapada, y que se descolgó del todo durante el sorayomarianismo.
Todo lo cual me lleva a pensar que cuando las posturas son tan contrastadamente coincidentes (todas llevan al mismo resultado), es que hay gato encerrado. Cuestión que desarrollaremos en próximas entradas.
Señor Aguador, ¿Y si dejamos que cada uno viva su fe como quiera y al margen de la política?
Es decir, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. No por ser más o menos religioso-practicante debe ser definitivo para votar, aunque el voto sea a uno u otro partido. Blanco o nulo, lo importante, creo yo, es participar y votar y hacerlo con la conciencia de que se hace para mejorar (aquí sí que hace falta tener fe).
Saludos
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Pues lo siento, amigo Pablo, Ante todo, quiero dejar claro que éste es mi análisis y que no trato de imponer «mi verdad» a nadie. En este sentido, creo que dejo libertad para que cada cual tenga su propio criterio. Pero allí donde mi fe choca frontalmente con los programas ─y sobre todo, con los hechos de los partidos─ como lo hacen en tema de familia y aborto, yo elijo mi fe. Naturalmente, el que quiera votar conforme a otro criterio puede hacerlo. Pero si aplico el criterio de la Iglesia a los partidos del sistema me quedo huérfano. Ésa es mi tesis.
Saludos,
Aguador.
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Querido Aguador, partiendo de la base que ambos somos creyentes y practicamos la misma fe, y esta la aplicamos a nuestra vida diaria, al menos en mi caso procuro hacerlo, no podemos pretender que los partidos políticos y sus dirigentes hagan lo mismo. Solo podemos aspirar a elegir lo que más se aproxime a nuestros principios y a lo que queremos que hagan en pos de nuestro bienestar, pero sin que sean calcos nuestros. No sé si me explico.
Lo que pienso es que la fe en lo divino es algo interno de cada uno, que cada uno gestiona a su manera, y la política es esa cosa humana hecha para humanos en la tener fe es muy difícil. Sobre todo en los tiempos que corren.
Un saludo
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