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Sin comentarios…
En esta (por ahora) última entrada plantearemos una esperanza, que siempre es la posibilidad de actuar. Porque está muy bien analizar la situación y valorarla de acuerdo con el criterio de cada uno. Pero si no se actúa se corre el riesgo de quedar en la crítica pura, sin conexión alguna con la realidad que se está analizando. Quedaríamos encerrados en nuestra torre de marfil, tranquilizada nuestra conciencia porque «ya hemos dicho lo que pensábamos» y nada más se nos va a exigir.
Hoy ya no es posible cerrar los ojos y decir que «no sabemos nada». El fenómeno blog nos acerca a realidades que tal vez de otra manera no hubiesen sido accesibles. Ante la tendencia del periodismo profesional a quedarse en las «versiones oficiales», o a creerse los únicos con derecho a transmitir lo que pasa en el mundo, han aparecido ahora millones de ojos y oídos que pueden dar una visión diferente. Se puede comprar o amedrentar a un periodista incluso dentro de una democracia (ha ocurrido en Estados Unidos); pero no se puede hacer lo mismo a millones de personas sin caer en una dictadura.
Esto es lo que ha ocurrido en Birmania. Ante la posibilidad de que el mundo se entere de las atrocidades que el régimen comete contra su propio pueblo, han cortado el acceso a Internet y convertido la posesión de un móvil 3G (que puede captar y enviar audio o vídeo) en causa de condena a muerte. A pesar de eso, hay bloggers que, jugándose la vida, todavía mandan información al exterior, de forma que es posible saber, aunque sea de forma limitada, lo que ocurre en el interior del país aislado. Sintomático es también que en China exista una especie de control sobre Internet, que veta la entrada a páginas relativas a derechos humanos. Internet es el gran enemigo a batir; y es curioso que en eso coincidan dictaduras de todos los tamaños y pelajes y empresas multinacionales.
¿Y qué podemos hacer nosotros, habitantes del primer mundo? Birmania es un país que, a pesar de tener 100 millones de habitantes, está condenadamente lejos. No pertenece a nuestra área cultural y tampoco es uno de los países con más peso en el orden mundial. Para colmo, el régimen comunista asesino que lo gobierna está protegido por China e incluso nuestras empresas (y cuando digo «nuestras» me refiero a nivel europeo) sacan provecho de esa situación, cuando no se trata de nacionales que viajan al país atraídos por el deleznable turismo sexual, ante el que la comunidad internacional cierra convenientemente los ojos (se denuncia, pero no hay medidas concretas de presión que obliguen a desmantelar la oferta).
Siendo realistas («un realista es un pesimista con motivos»), las posibilidades de influir directamente en nuestros gobiernos para que surja una acción decidida son más bien pequeñas. Digamos que esto también da una medida de la calidad de nuestra democracia, pero eso sería ya objeto para otra entrada. Incluso en los USA, que cuando alguien tiene algún motivo de queja sobre algo amenaza con «escribir a su senador», las acciones directas no tienen demasiada incidencia. En Europa, además, hay que traspasar dos barreras: la primera, la de las partitocracias nacionales, que sólo se mueven por su propio interés y con la vista puesta en las próximas elecciones. Y la segunda, la de la eurocracia, que se ha constituido como un pequeño y cerrado grupo de poder que decide lo que es bueno y lo que es malo para 300 millones de personas prácticamente sin consultarlas.
Por supuesto, en mi opinión habría que boicotear los JJ.OO. del año próximo en Pekín. Comprendo que es una jugarreta para los deportistas, que llevan preparándose años para participar en ese gran evento deportivo. Pero precisamente por ser un gran evento deportivo, no puede bendecir y dar cabida a un país que está esclavizando a otro, aunque se trate de China y sean 1.500 millones de chinos. Se podría tal vez buscar una ubicación alternativa. Quizá el COI debería pensarlo seriamente. No confío nada en que una tal decisión se llevara a cabo; pero en cualquier caso, pueden contar con mi voto y conformidad si se propone.
Distinto sería, por ejemplo, una campaña que, por su seguimiento popular, obligase a los políticos y —sobre todo— a los gobiernos a pronunciarse. En este sentido, es «curioso» que nuestro Gobierno, que sin duda sabe mucho más que los bloggers que escribimos, aún no se haya pronunciado oficialmente (ni siquiera a título individual) condenando la bárbara situación que se vive en ese país. Tampoco he visto que los titiriteros, ni los manifestantes ni los abajofirmantes profesionales, tan «amantes» de la libertad ellos, hayan salido en tromba a la calle por ese motivo. Y fíjese el lector que ésa sería una manifestación que posiblemente sería seguida por muchas personas, sin distinción de ideología, raza u orientación sexual.
Mientras tanto, los hijos de puta disparan sobre los hijos de Buda (que es la razón del título). Aunque a nivel no oficial, ya son varios miles los muertos, entre ellos unos cuantos monjes budistas y muchas mujeres y niños indefensos. Sus gritos de dolor y de horror, su petición de auxilio, no pueden ser silenciados, no deben ser ignorados. Aquí sólo cabe recordar dos palabras: Martin Niemöller. La barbarie birmana es motivo suficiente para plantearse qué hacer o seguir todas las iniciativas que se propongan, aunque sólo sea porque los próximos podríamos ser nosotros.
A todo lo que hemos argumentado en la entrada anterior hay que añadirle otro ingrediente: el ingrediente colonial. Birmania, por desgracia, sigue siendo una colonia. Durante el período de colonización inglesa no puede decirse que estuviesen mal, pese a ser colonia. El dato interesante es que cuando los ingleses se fueron, Birmania era uno de los países más ricos de su entorno, cuyas amables gentes recibían con agrado las visitas extranjeras.
No obstante, debido al área cultural en la que se ubica y sometida a la enorme influencia del poderoso vecino chino, Birmania no tardó en caer en las garras del comunismo maoísta, desde 1949. Y en 1962, Birmania escribe el capítulo más negro de su historia, como decíamos en la entrada anterior: cae bajo una dictadura militar pro-china (sin dejar de ser comunistas, claro). Desde entonces, llevan 45 años arruinando al país. Puede decirse que sobre Birmania ha caído la doble desgracia de ser una dictadura comunista con mando a distancia controlado desde Pekín. Los generales birmanos no son otra cosa que sátrapas títeres con permiso de vida y muerte, siempre y cuando dejen que China los expolie. Si alguien tiene alguna duda, que vaya a este enlace y puede llorar o cabrearse, o ambas cosas, a gusto del lector:
http://www.elmundo.es/papel/2006/01/15/cronica/1915600.html
Así, pues, China emprende la escalada imperialista que llevó a la URSS a comerse media Europa ante la mirada transigente de los masones Churchill y Roosevelt. Se morían de hambre, pero, ¡qué carajo!, tenían imperio y un ejército potente para defenderlo, como se demostró en 1956 y en 1968. La diferencia fundamental con la URSS es que Birmania es colonia de un país híbrido, que en unas pocas regiones es capitalista y en el resto comunista.
Ahora bien: ¿qué interés puede tener China en Birmania, aparte de la expansión territorial y el lebensraum? Al emprender China (aunque sea sólo en parte) el camino capitalista, necesita recursos naturales. Muchos recursos naturales. Asusta pensar en las «necesidades capitalistas» de una nación de 1.500 millones de chinos (y creciendo). Y Birmania, al parecer, posee grandes cantidades de gas, que hoy por hoy son muy apreciadas por Pekín.
¿Y la presión internacional? De risa. Es decir, de risa al más alto nivel. China es miembro permanente del Consejo de Seguridad y es difícil que pudiera dejar de serlo (no se puede ignorar por la brava a 1.500 millones de chinos). Por otro lado, recién incorporada al mundo capitalista, las posibilidades de negocio son sencillamente colosales. Esto significa que cualquier país que mantenga relaciones comerciales con China mirará convenientemente hacia otro lado si quiere conservar su posición de mercado en ese país. A China le basta con enarcar una ceja y mirar al país protestón como diciendo: «¿Qué decía usted de los derechos humanos?». «Nada, nada… Fue un desliz. Usted perdone» contestaría, acollonado, el otro país. De puertas adentro se puede justificar con la tan traída y llevada «razón de Estado», que puede traducirse como «en determinados casos, uno hace lo que tiene que hacer».
Si hay «presión internacional» es porque los bloggers y otras personas de bien estamos machacando un día sí y otro también acerca de la situación. Y porque intentamos traspasar el denso telón de acero que se ha impuesto sobre Birmania. Y porque todos los días pedimos por la liberación de la señora Aung San Suu Kyi, verdadera representante del pueblo de Birmania. De los gobiernos, tal como pintamos las cosas, no es aventurado desconfiar. Y de la inoperante y corrupta ONU, mejor no hablar.
Tomo esta información del International Herald Tribune, a través del amigo Aquiles en Madrid. Traduzco libremente del original inglés:
«China es el principal socio y protector de Myanmar. Muchos otros países, incluyendo a los Estados Unidos, rechazan mantener relaciones comerciales con el régimen; pero la India y Rusia hacen dinero fácil con los generales y les ayudan a mantenerse en el poder, les facilitan armas y firman con ellos acuerdos energéticos. Más aún: todos ellos han rechazado utilizar eso como instrumento de presión (una sorprendente demostración de su codicia).»
Pero no solamente son los países de su propio entorno. Resulta que tengo que darle la razón a mi amigo Daniel cuando decía que era posible que Francia estuviese metida hasta las cejas. Lo está, a través de su petrolera Total. Sigo con el International Herald Tribune, vía Aquiles en Madrid y traducción libre (la cursiva es mía):
«El Ministerio Público belga ha reabierto una investigación sobre presuntos crímenes contra la humanidad cometidos por la petrolera francesa Total en relación al proyecto de oleoducto en Birmania, según informó ayer la oficina del Fiscal. La Corte Suprema de Apelación belga suspendió la investigación en 2005 al determinar que los cuatro refugiados birmanos que llevaron a los tribunales a la gigante petrolera no tenían los mismos derechos que los ciudadanos belgas para presentar una demanda. Un portavoz de la compañía ha declinado hacer comentarios por el momento».
Con estos antecedentes, no es fácil creer que la situación en Birmania tenga una solución fácil y mucho menos rápida. Cabría preguntarse qué clase política y empresarial sin entrañas tenemos en Europa, que no les importa mirar hacia otro lado con tal de hacer dinero, pasándose por el arco de triunfo los derechos humanos de 100 millones de personas (y si contamos a los que hacen negocios directamente con China, ya son 1.600 millones).
En la antigua Birmania, hoy República de Myanmar, suenan tambores de guerra. Hoy ya no es sólo la población civil la que se levanta contra el régimen dictatorial militar. Son los monjes budistas los que se levantan contra la tiranía, arrastrando a unas 300.000 personas, nada menos. Los militares, no obstante, no se han dejado impresionar y han disparado contra los monjes. El rostro presente de Aung San Suu Kyi ha guiado esta nueva protesta, cuyo motivo externo ha sido la brutal subida de los carburantes.
Birmania entraría en el apartado de «Curiosa geografía» de la que hablábamos en otro post, si no fuera porque allí a día de hoy se reparte leña para todo el que quiera (y para los que no quieren, que son muchos más, también). Está en el sudeste asiático, cerca de Malasia y Thailandia, que para el europeo traen referencias poco honorables referidas al «turismo sexual» y otras porquerías, que las autoridades de allí consienten porque dejan divisas y las de aquí «prefieren no conocer porque entra dentro de la libertad de la persona».
Birmania fue colonia británica hasta su independencia y hay un nombre ilustre vinculado a ella que hoy podría estar en boca de todos nosotros: en esas tierras sirvió al Imperio Británico el señor Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell). Pero los ingleses se fueron en 1948 y, aunque sólo fuese por la órbita cultural en la que se mueve, en 1949 se implantó una dictadura comunista (o lo que es igual: todos pobres y todos jodidos menos unos pocos, que también están jodidos pero menos porque son fieles esclavos del Partido o del dictador que controla el Partido).
El episodio más negro de la historia de ese bello país todavía se está escribiendo ahora. Desde 1962 sufre una dictadura militar pro-china. Es un detalle interesante porque deja al descubierto varias cuestiones:
Con estas tres premisas nos enfrentamos al caso de Birmania (el nombre de Myanmar fue impuesto por la dictadura militar).
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