Pregunta del 12-03-2007 – Bitácora de los lectores de Libertad Digital
(Gracias, Sinuhe19)
Ya no hablemos de los partidos nazi-onalistas. En realidad también muchos socialistas, que por su educación ideológica tienen un concepto muy negativo de España, y no consideran la subsistencia de nuestro país un objetivo importante. Diría más aún: para muchos de ellos, en Cataluña y Vascongadas sobre todo, acabar con la unidad de España es, si no un empeño definido, sí algo perfectamente deseable. Por tanto no ven ahí una razón de peso para oponerse al terror.
Una u otra causa para combatir el terror sería la defensa de la democracia; pero la izquierda ha vivido (y parte de ella vive aún) ensoñada en hueras utopías de fondo antidemocrático, y en intentos de aplicar una “pedagogía” de arbitrarias buenas intenciones, básicamente contrarias a las libertades. Para eso quieren el poder y su balance habla por si sólo. El poder les interesa solamente por el poder. Sus partidos, los de la izquierda y los nazi-onalistas han llegado a ser poco más que aparatos en busca de mando y empleo para una legión de aspirantes a vivir del erario público.
No era de esperar del P$O€ una verdadera política antiterrorista ni una alianza con el único partido que sigue defendiendo la unidad nacional. Ellos han elegido la “negociación”, mientras el españolito no sabe que se está pagando y que se pagará, aunque todos lo intuimos.
Aunque el odio africano cause estragos en su propia militancia, incapaz de entender el enfrentamiento y el rencor sin límite hacia la derecha y aunque zETAp, La Vicemico, Llamacafres y sus amigos lo nieguen, es una realidad incuestionable que la izquierda española demuestra sentirse más a gusto en compañía de terroristas como Otegui y Josu Ternera, de separatistas y de nacionalistas que desprecian la constitución, como los seguidores de Ibarretxe y Carod Rovira, que con los integrantes del Partido Popular y con las víctimas del terrorismo.
Para llegar a esa barbaridad ideológica, algo sumamente grave ha debido ocurrirle a la concepción que la izquierda tiene del gobierno y de la política en democracia, cuyo envilecimiento ha ido más lejos de lo que se temían los más pesimistas. Sólo existen dos explicaciones racionales: o se ha perdido hasta la última gota de principios ideológicos o la obsesión por el poder se ha hecho tan enfermiza e insana que cualquier cosa es lícita, hasta lo antinatural y lo absurdo, con tal de aplastar al adversario y conseguir o conservar el ansiado poder.
Los dirigentes de la actual izquierda deberían reflexionar y analizar qué enfermedad es la que les ha llevado a negarse a cumplir los deseos ciudadanos, partidarios de que se restablezcan el diálogo y la cooperación entre los partidos, optando a cambio por compartir objetivos y estrategias con los pistoleros, los violentos, los que han asesinado a decenas de socialistas en el pasado, los que han profanado la tumba de Gregorio Ordóñez, los que vuelan por los aires los aparcamientos de Barajas o los que arropan a Ibarretxe y niegan la igualdad ante la ley, afirmando, por ejemplo, que el lendakari no es un ciudadano común.
Estamos a un paso de repetir la historia. Quiera Dios que no resolvamos el asunto a hostia limpia como de costumbre.