Dicho esto, así, casi sin quererlo, acabamos de listar la nómina de los enemigos del bisbe Novell. Y esperaron su oportunidad. La oportunidad surgió cuando Xavier Novell conoció a una psicóloga en un seminario de ésos que se imparten por ahí y se enamoraron. Resulta que, además, la señora Caballol escribe libros. A mí me da igual si esta señora escribe libros satánicos (esperemos que tenga mejor suerte que Sir Salman Rushdie) o «loas a San Apapulcio». Por más que pueda extrañar (un poco, la verdad)… bueno, éste es todavía un país libre.
Y aquí es donde los separatistas se han subido al carro de los enemigos del bisbe emèrit. No les ha gustado nada que el bisbe, puesto en el brete de tener que elegir entre el amor y el cargo, eligiera el amor. Perder un bisbe es, en su concepto, «perder influencia», por lo que eso no se lo han podido perdonar. Y así han salido a la palestra personajes de lo más variopinto, hablando «con autoridad» de lo que le pasa al bisbe emèrit. Por salir, ha salido hasta sor Lucía Caram (caram amb la monja: quién fue a hablar) diciendo poco menos que está chalado y que siente una pena mú grande por él. Otros han sido mucho menos «compasivos» y le han tratado poco menos que de «endemoniado» y otras cosas peores.
En mi opinión, todo esto no es más que un circo mediático. A fin de cuentas, no todos los días un obispo renuncia a su cargo por amor. Suelen renunciar últimamente (o les fuerzan a ello) por haber metido mano o consentido que sus sacerdotes metieran mano a «los pequeñuelos del Señor», o bien por haber metido la mano en el cepillo parroquial (sea éste el cepillo físico o el Instituto para Obras Religiosas, la famosa Banca Vaticana). Me imagino que, harto de que le acosaran por sus opiniones y por las exigencias de hunos y de hotros, les ha hecho un tall de mànega de tamaño maxi. Todos han querido sacar tajada del árbol caído y mostrar qué les puede pasar a los que no dicen et in secta Cepae voluntas mea est.
Por lo cual yo, que no soy más que un cristiano de a pie, no hago sino rezar por este hombre: primero, para que Dios le ilumine en su nuevo camino; y segundo, para que los que se concertaron para hacerle caer, simplemente, le dejen en paz.
También estaría bien que Roma, que supongo considera una «extravagancia» o un «exotismo» este asunto, mostrara más preocupación por el hecho de que la política haya echado unas raíces tan profundas en la Iglesia en Cataluña, hasta el punto de que algunos feligreses ya no hablan de Iglesia en Cataluña, sino directamente de Església Catalana, como si los «bisbes i mossèns trabucaires» (una tercera parte del clero obrante en Cataluña, según algunas cifras) pretendieran independizarse de Roma del mismo modo que parecen quererlo los obispos alemanes. La Iglesia, en mi opinión, debería poner coto a estas ambiciones nacionales y negar, entre otras cosas, el «derecho de presentación» que pretenden tener los que mezclan religión y política en Cataluña. Al final, va a resultar que lo que quieren los separatistas es adoptar los modos de actuación del franquismo. Todo un desliz freudiano. Daría para que la señora Caballol escribiera un libraco de los suyos, con posesiones demoníacas y ectoplasmas (de Companys, Dencàs y Laurencic, entre algunos posibles) incluidos.