Bueno, pues poco a poco el movimiento se va definiendo. Sigue sin ser transversal, puesto que no he visto a nadie que no sea de la izquierda perroflauta mover el rabo, ya sea en las chabolas de Sol o en las de Plaça Catalunya. Al menos ha dejado de ser «violento», tras los graves incidentes de Barcelona. Sí, señores: por más que no me guste que ciertas personas hayan logrado acta de Diputado regional, ni esto es una «guerra» (como la que tienen montada los gudaris vascos contra los «Estados francés y español opresores y torturadores») ni vale todo, como agredir a un diputado invidente («es ciego, pero es diputado»), lo cual dice mucho del respeto de esas personas por los discapacitados y personas en general indefensas.
Resulta que la fascista Marcha sobre Madrid, la de los herederos de las columnas Durruti y Ascaso, fue un fracaso. Supongo que ellos considerarán que es un éxito haber podido convocar a alguien (15.000 marchistas y ni uno más), según las cifras más autorizadas. Es lo de siempre; lo mismo de las noche electorales, cuando cada candidato, ya sea con una sonrisa de oreja a oreja o con lágrimas en los ojos, comparece ante los medios diciendo «Hemos ganado».
Y va más: ahora han dejado de ser «movimiento» para convertirse en embrión de partido. Lo llaman Equo. Es, por lo que he podido deducir, una alternativa plenamente «de izquierdas», aunque no sé si hablamos de la izquierda histórica o de la izquierda post-constitucional, que bajo su disfraz socialdemócrata no le hace ascos a nada. Es el artilugio político que está preparando la izquierda en su caldero para hacer frente al maremoto azul, del cual de aquí a un tiempo sabremos qué dirección ha tomado.
Sin embargo, se habrán dado cuenta ustedes de que en todo este sarao, esta alegría, este jolgorio representativo-asambleario-izquierdista ha habido ausentes. Y sí, los ha habido. Son los cinco millones de parados, que dado que no trabajan, no tienen quién les represente (ni siquiera los sindicatos, porque como los parados cobran poco o no cobran, aquéllos no les pueden sangrar como es debido). Son las familias que, aun trabajando, se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, muchas de ellas con una piedra al cuello llamada hipoteca. Más aún si son funcionarios: han visto afectado su poder adquisitivo de forma impensable en estos dos últimos años (hasta un 30%, gracias a los recortes que ZP había prometido no hacer). O si son pensionistas, que hoy han salido a la calle para protestar por la rebaja de las pensiones (el Gobierno cree menos indoloro subir menos las pensiones que los precios que directamente congelarlas o bajarlas).
Estos son los cabreados. Un montón de personas que, por desgracia, no aparecen mucho en la televisión, ni mucho menos en los debates del Congreso. Gente que rumia su cabreo en silencio porque la casta ha decidido que no tienen voz. Los periodistas no van a hacerse fotografías con ellos, no los miman en artículos pedantes y nostálgicos por representar «la revolución que ellos no pudieron hacer». Ni los personajes de la cultura les echan discursos sobre la noble obligación de resistir a la tiranía aunque sea jodiendo a los que tienen al lado (como los comerciantes de Sol).
Sí, señores: en ese movimiento (nada nacional y mucho menos transversal) faltaron los cabreados. Personas como ustedes y como yo.