Acabo de terminar de leer la novela Norwegian Wood, de Haruki Murakami. Murakami es un autor al que por lo menos medio mundo adora, como una especie de Dan Brown de ojos rasgados. Por consejo de un amigo, al que expresé mi curiosidad, adquirí la novela (en cuanto a libros, aún soy bastante anticuado), que en castellano se ha titulado Tokio Blues, título (algo) menos críptico que el original japonés.
Tras leer la última página, la impresión que me ha dado es que debería llevar un subtítulo algo así como «El suicidio considerado como una de las bellas artes». La muerte autoinfligida está presente siempre, de una forma u otra: a veces muy directa, en los suicidios; otras, aunque no esté ahí, uno lo está percibiendo. Personajes siempre al borde del precipicio, colección de egos frágiles, no terminados de formar, como crisálidas fallidas. Quizá el único más «estable», aunque pueda parecer tontería, es Tropa-de-Asalto y su manía por la limpieza.
Me comentó mi amigo Dani que la novela me iba a gustar «si me gustaban los temas de la condición humana, la historia (en especial de la Segunda Guerra Mundial) y los gatos». Tal que así, yo me esperaba una Gatomaquia en pictogramas; pero finalmente el único tema que yo veo relevante es precisamente el de la condición humana, pues la Segunda Guerra Mundial es personificada y de modo ridículo por Tropa-de-Asalto y sus anécdotas. En cuanto a los gatos, no aparecen hasta la página 300 y pico (de 383 que tiene la novela, es un buen porcentaje) y ni siquiera mucho, así que no me puedo quejar.
Mucho más interesantes, a pesar de lo que me comentó Dani, son las referencias literarias. Y pesan, en mi opinión mucho más que el jazz o la música en general (otro tema recurrente en la obra de Murakami, según Dani). Sí que es verdad que uno de los personajes (Reiko, ex profesora de piano) se pasa el día tocando a la guitarra canciones diversas; pero me impresionó mucho más el juego de espejos que se provoca entre Ami, el sanatorio atípico en que vive la novia del protagonista Watanabe, y La montaña mágica, libro que lleva Watanabe en una de las ocasiones en que va a ver a Naoko, su novia o «persona muy especial». En ambos casos se produce una niebla que a veces apenas recubre el autismo maquinal de los personajes.
La novela termina de forma abierta. Reiko sale del sanatorio poco después del suicidio de Naoko. Watanabe y ella se acuestan; lo que visto desde el punto de vista de él, es una forma de cerrar la etapa para poder enfrentar sin ataduras otra relación que estaba gestándose (con Midori Kobayashi, compañera de clase e hija del viejo librero aquejado de un tumor, que se nos aparece muriendo en el hospital).
Mientras leía la novela no podía impedir el recordar la fascinación por el suicidio que recorrió Japón hace unos años entre los jóvenes. No sé si habría que verlo con ojos distintos de los occidentales (pareciera normal en una cultura donde el sepukku es un acto honorable). Sin embargo, que esos jóvenes decidieran quitarse la vida, citándose incluso en un bosque… Curiosamente, la novela es de 1987 y, si no entiendo mal, al asunto le faltaba aún tiempo para convertirse en la moda macabra que fue varios años más tarde.
Finalmente, una palabra sobre las opciones. Murakami plantea varias «opciones al suicidio». La primera, la soledad consciente y buscada, que hace tomar una cierta distancia de los demás porque se vibra en una onda distinta Un estoicismo muy a la japonesa, en fin. En segundo lugar, el desenfreno de otro personaje, Nagasawa, niño rico embarcado en una loca huida hacia adelante, atiborrándose de placer para no sentir el vacío interior que sienten los demás y para no verse arrastrado al borde del precipicio, como ellos.
No es una mala novela. Más bien es una novela para leer en días lluviosos, saboreando un whisky y dejando que el gran Miles nos cuente alguna que otra historia al oído…