Éste parece ser le dernier cri en materia de creencias religiosas en Europa. Por supuesto, los que lo profieren ni tienen la misma estatura moral ni la cultura de Catón el Viejo cuando, allá por el año 150 a.C., en el Senado romano insistía machaconamente en su Delenda est Carthago. Sin embargo no cejan en su matraca, convencidos de que «una mentira, repetida mil veces (y por procedimientos goebbelsianos) puede ser verdad».
Sí hay verdadero odio a la Iglesia Católica. No está muy claro aún por qué, puesto que quienes lo propagan no se molestan en dar explicación alguna y los demás tenemos que esforzarnos en intuir por qué (esa pregunta que a los bomberos de Fahrenheit 451 les asustaba tanto) hacen lo que hacen y dicen lo que dicen. En este post intentaremos reflexionar en voz alta acerca del particular.
El porqué
De entrada, pues, ¿por qué ese odio a la Iglesia Católica? Hay un razón fundamental, a mi entender. La Iglesia Católica es, para empezar, un grano en el culo de todos aquellos que piensan que «no existe la verdad absoluta» y que «los principios no son máximas que puedan usarse en todo tiempo y lugar», ni mucho menos deben condicionar la presunta «libertad» de la persona. Es decir, de los «relativistas» y demás adictos al «depende». La Iglesia Católica proclama la existencia de principios como respeto a la vida, tanto en su inicio como hasta su final. Proclama la protección a la familia como célula fundamental de la sociedad. Proclama la dignidad de la persona por encima de todas las cosas.
Sin embargo, quienes atacan a la Iglesia saben muy bien por qué lo hacen. Sin principios, sin raíces (familia) y sin autoestima (conciencia de ser libre, verdadero y autónomo), una persona no es muy diferente a un simio que acaba de bajar del árbol. Es decir, perfectamente manipulable y esclavizable. Un pelele, vamos. Llama la atención que los anticlericales acusen a la Iglesia de «haber manipulado durante siglos», cuando ellos, en el fondo de su corazón desean hacer eso mismo (pero sin crucifijos, naturalmente), cuando ellos desean esclavizar moralmente al hombre, algo que ya estaba presente en las peores pesadillas de Orwell y Huxley. El lamentable quítate tú pa ponerme yo de toda la vida.
Por ello, la Iglesia se yergue todavía como un muro frente a tales bastardas pretensiones. No es de extrañar que esas pretensiones, además, se tiñan de color rojo. La izquierda se la tiene jurada a la Iglesia Católica prácticamente desde su aparición. Posteriormente, con el protagonismo de la Iglesia en Hungría (en la persona del cardenal Mindszenty, que denunció los abusos del totalitarismo comunista). Y finalmente y de forma no menos importante, en Polonia, a través de Juan Pablo II, cuya enérgica actuación en combinación con Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Mijail Gorbachov y Otto de Habsburgo (entre los del más alto nivel), consiguió que cayese el muro berlinés de la vergüenza y el posterior derrumbe del Imperio soviético por colapso. Eso no se lo han perdonado nunca los comunistas a la Iglesia. Por eso cuando le preguntan a un cantamañanas de la izquierda, invariablemente la respuesta es ésta: «Yo no tengo nada que celebrar el 9 de noviembre».
Demostrado el fracaso del comunismo (que, no olvidemos, es una variante o rama del árbol socialista) como sistema político y económico, y huérfanos de patria terrenal (la URSS) e ideológica (Marx-Lenin), la izquierda se echó en brazos de cuanta otra ideología le permitiera disfrazar sus verdaderas intenciones: la paz, el medio ambiente, la mujer, la defensa de los derechos de los homosexuales (que le pregunten a Fidel Castro si cuando era él quien mandaba respetaba mucho esos derechos)… etc. En España, además (desconozco lo que ocurre en otros países), el socialismo desnortado se ha echado en brazos de la masonería, por ser ésta una «creencia» con la que tienen un punto muy especial en común: el odio a la Iglesia Católica.
El cómo
Los ataques a la Iglesia han asumido variadas formas en el tiempo. Sin voluntad de ordenación cronológica, veamos unos cuantos:
a) Se ha intentado el ataque a través del borrado. Es decir: la negación de la influencia eclesial en cantidad y calidad en el proceso de formación de Europa. Esto ocurrió en la tristemente famosa no-Constitución Europea, para cuya redacción se comisionó al masón de grado 33 Valéry Giscard d’Estaing, viejo conocido de los Gobiernos españoles por el cariño que siempre profesó a los etarras. Conociendo este dato, nada tiene de extraño que ese texto ignorase tal influencia. Mucho más chirría la omisión cuando en un período de la Historia existió un Sacro Imperio Romano Germánico, del que fue máximo representante Carlomagno, ¡un francés! Pero eso no pareció importarle mucho al Hno.: Giscard.
b) Como ese ataque no funcionó (es del género tonto negar esa influencia y el peso de la tradición católica en Europa), intentaron otras vías. Una de las que más juego parece estar dando es la de la pedofilia sacerdotal. Al final, es verdad que hubo sacerdotes afectados y que hasta la llegada de Juan Pablo II no se empezó a afrontar el problema. La Iglesia ha pedido profusas disculpas y ha ido entregado a los responsables a la justicia civil; pero para los laicones-con-grelos no es bastante. Ha afectado el problema a un 1% de sacerdotes; pero de acuerdo con las reglas goebbelsianas, ellos magnifican el asunto de tal manera que parece que toda la Iglesia está podrida, en medio de lo que se podría llamar una Operación Tujachevski 2.0. Sobre este particular hemos hablado aquí y a ello nos remitimos.
c) El estado actual de la cuestión nos remite a una doble campaña: desde arriba y desde abajo.
- Desde arriba: el favorecimiento legal (y sobre todo económico) de una religión como el Islam, que considera a Al-Andalus (que no es solamente Andalucía, sino toda España) como «paraíso perdido a reconquistar». Creen quienes así lo hacen que podrán usar a los moros contra los cristianos. Lo cual es un peligrosísimo error, porque los musulmanes tienen sus propios objetivos. De cualquier modo, piensen ustedes en este detalle: en Cataluña, durante la etapa tripartita, el número de musulmanes censados ha aumentado hasta colocarse entre 300.000 y 400.000. Sonaría extraño, si no fuera porque en el Tripartit mangoneaba un hermano: nada menos que José Luis Pérez Díez, aka Carod Rovira. Por supuesto, no sólo él; pero él fue el más importante de todos ellos.
- Desde abajo. Personas «del pueblo», debidamente aleccionadas, hacen el trabajo sucio que hacían antes los anticatólicos de posición respetable. Personas (al menos las que yo he podido tratar) que muestran mucho odio y ningún respeto a lo que huela a religión, particularmente a religión católica. Unos pocos años de deseducación laicista han bastado para que aparezca esta especie de criaturas de Saruman, cuya agresividad verbal e incluso física sobrepasa lo tolerable en lo que se pudiera llamar convivencia pacífica en sociedad. El mayor argumento que presentan –en España– es «lo que nos cuesta la Iglesia a los españoles». Argumento fácilmente desmontable, porque la mentira tiene las patas muy cortas. Para ello les remito a ustedes a este artículo, para que como muestra tengan un botón.
Finalmente, y para no hacerles más largo el cuento, les remito a este artículo de Juan Manuel de Prada, que tal vez a algunos les suene muy «esotérico», pero que da cuenta de que «algo se está moviendo en el fondo del mar» y de que si no estamos preparados, el maremoto se nos llevará por delante:
Muchas gracias por tu post.
Hablan de razón y de «ciencia» (odian creer en Noé, pero creen que la materia orgánica y la vida apareció por azar…) y desprecian la creencia y la filosofía.
El objetivo está claro: Desmontar todo. Privar al hombre de cualquier referencia que no sea política. Fusionar al pueblo con las «supuestas» tendencias políticas «discordantes».
Sumergirnos en una dictadura relativista, tecnócrata y «científica».
Romper con los básicos principios de la convivencia, la libertad de pensamiento, de conciencia y de creación, la vida privada y el secreto profesional, la presunción de inociencia, el principio de legalidad y separación de poderes.
Su «ciencia» lo devorará todo y dejará tan solo colectivismo y totalitarismo.
Animo a ver la última entrega de Zeitgeist (o esa otra bazofia «Debtocracy»), donde nos venden un futuro idílico gobernado por la ciencia y los científicos para el bien, de «toda» la humanidad y que es el germen ideológico (que sigue la estela de Moore) de los movimientos antiglobalización, los 15M, y demás movimientos «espontáneos» y «populares» que enmohecen por doquier. Esto no significa que esté de acuerdo con el estado actual de las cosas, que idolatre a Rajoy o que me encante la dinámica de la Iglesia, pero creo y estoy convencido de que este teatrillo tiene las cartas marcadas, que el futuro es negro y que no se hace nada malo por defender los principios le pese a quien le pese.
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La Iglesia no son solo las jerarquías, la fe de muchos millones de personas es lo que les asusta, porque la religión católica trasciende lo material y ofrece esperanza. Sin esperanza las personas, ante cualquier contratiempo material o espiritual, se convierten en muñecos manejables por doctrinas totalitarias que les ofrecen bienestar a cambio de sumisión absoluta.
Las normas y las convicciones morales de los cristianos chocan frontalmente contra el todo vale que nos ofrece esta gentuza. Deben sentir terror ante tantos jóvenes exaltando nuestra doctrina.
Atacan porque tienen miedo.
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