Se la pegó Arenas por cuarta vez en Andalucía. Parece mentira, pero el frío relato de los hechos así lo demuestra. Por un lado, la participación descendió significativamente un 16% respecto de la última convocatoria, hecho que perjudicó precisamente al candidato popular. En segundo lugar, otro dato a considerar es que obtuvo casi 500.000 sufragios menos que en 2008, cosa aún más increíble teniendo en cuenta que la Comunidad andaluza está social y económicamente postrada, razón por la cual era más que deseable un cambio.
De lo anterior cabe deducir dos cosas: personas que en 2008 votaron PP han dejado de hacerlo en 2012. Parece posible que el impuestazo del jienense Cristóbal Montoro, mal explicado por éste y metido a los españolitos con calzador, por el fuero y por el huevo, no ha gustado nada a sus paisanos. Por otro lado, la reforma laboral de Fátima Báñez, bien jaleadas sus maldades por aquellos que, cuando nadie les ve, la aplican sin contemplaciones, tampoco ha entrado por el ojito derecho a los paisanos de la ministra. Son argumentos de Rubalcaba, así que cabe sospechar que arrima el ascua a su sardina si lo leemos en clave nacional.
Cabe preguntarse si Arenas era un buen candidato para Andalucía. Tiene ya 55 años, 20 de los cuales gastados en intentar ser el inquilino pepero del Palacio de San Telmo. Es la cuarta vez que le derrotan. ¿Era idóneo? Parece ser que le han encajado demasiado bien la etiqueta de señorito cortijero (cuando Chaves lo es tanto o más que él). Por otro lado y aunque en principio parecía buena idea, Arenas hizo mal en no aceptar el envite de la izquierda respecto al famoso debate, siquiera en TVE. Que sí, que aquello era una encerrona; pero Arenas tal vez debió ir, para dejar bien claro que acepta debates y no encerronas.
Al margen de esas causas sociológicas y políticas referidas exclusivamente a Andalucía, apunta Almudena Negro una causa más general: la dimisión de los principios.
Dicen desde la izquierda, que no está tan tranquila como aparenta, que el fracaso ha sido consecuencia de las reformas emprendidas por Mariano Rajoy. Sí y no. La debacle del PP comenzó en realidad mucho antes de las generales de 2012, en que sólo consiguió subir unos míseros 600.000 votos, pese a la que estaba cayendo. La cuarta derrota de Javier Arenas -que se vaya ya- comenzó a fraguarse cuando los votantes populares empezaron a otear la rendición ideológica de su formación política ante el consenso socialdemócrata entre la derecha y la izquierda. El día en que José Antonio Ortega Lara abandonó la formación de centro-derecha. El día en que intuyeron que el PP, con sus diecisiete baroncitos, dejaba de ser un partido político para transformarse en una burocracia tan apegada al consenso y tan desapegado de la realidad como el PSOE, pero con menos garra.
Ha sido denigrante esa dimisión, cuyo último hito ha sido el ninguneo (me perdone D. Fernando Lázaro Carreter por el palabro) al que se ha sometido a las víctimas del terrorismo por seguir (¡!) la hoja de ruta marcada por ETA, uno de cuyos puntos posiblemente sea «que las víctimas no molesten», dicho así o con otras palabras. Sólo así se explican las expresiones del lumbrera Oyarzábal (que cualquier día se nos cambia a la grafía euskaldún y se nos llama Oiartzabal) llamando ultras a quienes no piensan como él en ese tema concreto. Sólo así se explica que la (presunta) Soraya buena no acuse recibo de la carta que le envió Rosa Alcaraz, cuando ha sido publicada por varios medios.
Posiblemente con todo eso comulgue el señor Arenas. Por algo es alguien tan cercano a Mariano Rajoy. Pero no su electorado (mucho menos el electorado natural del PP) y tampoco buena parte de su militancia, que no se cree el mensaje de buen rollito arriolista y ven que su jefe se va a peces con la izquierda un día sí e outro tamén. El elector, confuso, dice: «Para votar a una mala copia del socialismo, me quedo con el original». Otros en cambio, han dicho: «Me quedo en casa. Más aún cuando no queda nadie que defienda mis principios». Y unos por otros, la casa sin barrer. Quizá en el PP andaluz debiera calar este mensaje: que para cambiar Andalucía deben cambiar ellos antes, dejando de formar parte del paisaje. No estaría mal la idea de un Congreso extraordinario. Veremos por dónde respira la cosa.
Clic.
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Juasjuas. Me ha encantado lo de que «han hecho una cena con todos los responsables provinciales y todos ellos han jurado lealtad a Arenas»… 😛
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