Hoy, supuestamente, es un gran día. Un día de celebración institucional, de fiesta, de recepción oficial… en fin, de todas esas cosas que ustedes se imaginan. Están allí los representantes del «primer poder» bien orondos y ufanos del papel que juegan ellos en la «fiesta de la democracia» –y también de haberse conocido–. Todos ellos posarán sonrientes. Hasta los de Amaiur, que quieren cargarse nuestro sistema por la brava, y la Minoria Catalana, que quiere cargárselo pero por lo finolis, pondrán sonrisa de pasta dentífrica mañana.
Habrá posado Posada, tan contento de ser él quien presida el magno evento. Y todos ponderarán lo estupendo de la efeméride. A un lado los diputados del PP, al otro los del PSOE (que no los vean juntos al menos en las manifestaciones públicas, que en privado ya sabemos que hacen manitas y confirmarían las sospechas del respetable). Todos bien contentos, brindando al sol con la copa de Veuve Clicquot (no hay recortes para sus señorías) y haciendo votos para poder seguir bebiendo de ese champán muchos años más, aunque ni por un momento se crean la comedia. Cent’anni! Prego!
El pueblo, esa entelequia que ya ni siquiera existe para muchos de ellos, ha ido a lo práctico: ha decidido que la semana laboral tiene cuatro días y se marchó ayer por la tarde. Para ellos –los que todavía tienen trabajo– es algo que celebrar. Para los demás da igual: todos los días son iguales, porque esos señores que brindan tan alegremente con Veuve Clicquot llevan pasándose el artículo 35 de la Constitución por el forro del arco de triunfo con la excusa de que «no es un derecho fundamental». O el art. 41, por la misma razón (y porque no hay dinero para pagar tantas pensiones: hay muchos viejos y «no se dan prisa en morir, los muy perros»). Pero no le hacen ascos a nada: pretenden cargarse el art. 27, que sí es fundamental, para tener controlado ideológicamente al futuro de la nación (al presente ya lo controlan gracias a la televisión). Y el 20 va por el mismo camino.
Y ahí está ella: la muerta. De tantas puñaladas que le han asestado dejó un día de respirar. Hace mucho que ha muerto, pero todavía la sacan cada 6 de diciembre. Le ponen sus mejores galas, la maquillan bien… como una muñeca a tamaño natural. Hasta su sonrisa parece natural, aunque todos saben que no va a abrir los ojos. Su expresión es de placidez (los embalsamadores consiguieron que el rictus mortis no se congelara). Todos procuran quedar bien al lado de la muerta; pero sólo porque, como decíamos antes, no va a despertar. Nadie le hizo caso cuando estaba viva. Y ahora todos la prefieren así: bien vestida, bien maquillada… pero muerta.
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