El último día del año pasado leía yo en la Tercera de ABC un artículo de D. Pedro González-Trevijano que me llamó particularmente la atención. Después de pintarnos el cuadro de la realidad, tétrica tal cual es, el señor González-Trevijano se agarra a la grandeur gaullista como solución para sacarnos del pozo.
La lectura del artículo, no obstante, suscita varias cuestiones. La primera, que para monsieur De Gaulle la grandeur está bien porque es francés y a ellos les suele sentar bastante bien (y bastante menos bien a los demás). Pero, ¿dónde o en quién ubicar la «grandeza» en España hoy? Ya afirmamos en su momento que esta crisis no es solamente económica, sino que empieza siendo una crisis moral o espiritual por vaciamiento, y que el círculo se cierra ahora con la crisis económica. El panorama de «desconfianza de la política» es desolador: hemos tenido aprendices de brujo que lo único que han conseguido es multiplicar los problemas (porque a lo mejor ése era también su objetivo). Y estamos soportando a «mandaditos» que, aunque a velocidad más lenta que los aprendices de brujo, nos están llevando igualmente al carajo. No sé si es gracias a la «democracia», pero hoy en España no hay «estadistas que piensen en las próximas generaciones», sino «políticos que piensan sólo en las próximas elecciones». No hay grandeza en ello. Ninguna. Aparte, las propias estructuras de los partidos se encargan de aquellos que vienen con ideas que lleven a recuperar esa grandeza, para que el panorama quede en una plana y gris mediocridad (viva la «democracia interna» de los partidos).
En cuanto a los famosos momentos estelares (segunda cuestión), D. Pedro acude en primer lugar a lo que podríamos llamar mitología transicional: la «nada santa Transición». En ella, la presunta «grandeza» del pueblo español quedó, simplemente, en el hecho de que pasamos de una situación a otra sin disparar un solo tiro. Todo lo demás, incluida la Carta Otorgada que es nuestra «Constitución» de 1978, se coció intra portas, con el «pueblo español» de convidado de piedra. Conviene recordar ese detalle, porque ahí está el origen del blindaje de lo que hoy llamamos «casta parasitaria». Bien podría decirse, parafraseando aquella frase presuntamente atribuida a Louis XV (otra vez la grandeur francesa), «tó pa nosotros y sin el pueblo». Y eso fue todo. El café para todos de Bartolomé Clavero no fue otra cosa que el pistoletazo de salida para el reventón del Estado por hinchazón de sus diecisiete partes, aliñada con la deslealtad institucional de varias de ellas, que amenaza con extenderse al resto. Todo ello apunta más a que volveremos a Goya antes que a Juan Genovés.
Y respecto de la otra figura que pone de ejemplo, Nelson Mandela, no estará de más recordar que Madiba, como le llaman ahora queriendo igualarlo al Mahatma Gandhi, fue antes de eso un feroz y violento comunista (foto con Fidel incluida), con una colección de asesinatos a sus espaldas. Y que si se pasó 27 años en prisión fue precisamente para purgar esos delitos y no sólo su «oposición al apartheid». Por supuesto que celebramos su «conversión en un hombre de paz», no faltaba más. 27 años de reclusión dan para pensar mucho y de verdad sobre lo que uno ha sido, es y quiere ser. Pero pongamos todos los factores en la balanza, no sólo los que interesan. Por cierto, no sé qué pensará de su entierro, allí donde esté. Al mismo, como a un panal de rica miel, acudieron todos los pájaros importantes de la fauna política y artística del mundo mundial. Sin embargo, la gente sencilla nos hemos quedado como si al acontecimiento le hubieran lanzado el hechizo ridiculus: recordaremos los pases de manos que cierto señor nos hizo creer que eran «lenguaje para sordos»… y el flirteo del Obamesías (inocente o no, pero absolutamente fuera de lugar) con la primera ministra danesa (y el consiguiente cabreo de la First Lady of America). Eso sí que fueron momentos estelares y lo demás son cuentos.
Por mi parte, todavía estoy esperando a alguien no sólo «grande», sino que sea capaz de recordarnos la «gran nación» que fuimos. No tiene aún visos de aparecer.