Sepan ustedes que llevo algún tiempo observando un fenómeno determinado en Facebook —también en Twitter, pero han convertido esa red de microblogging en un cenagal y no gusto demasiado de frecuentarla—. Dado que las noticias son las mismas desde hace bastante tiempo —para el proletariado; en las altas esferas es seguro que fluye más información— y que prácticamente todas nos hablan de escándalos judicializados (los Pujoles, los EREs, la Gürtel, el Pokémon…) y de algunos otros allende nuestras fronteras (la limpieza de infieles practicada por el llamado «Estado islámico», ante la que Occidente está reaccionando no sabemos si mal, pero sí tarde), hay una especie de cansancio y de hastío, sólo roto por esa picota 2.0 que les menciono en el título.
¿En qué consiste ese conceto? Es muy sencillo. En los viejos tiempos de la Inquisición se obligaba a los condenados por el Tribunal del Santo Oficio a vestir de una determinada manera (sambenito, con o sin especificaciones) y, en ciertos casos, se les exponía a la vergüenza pública (con o sin azotes). De ahí nació la detestable costumbre batueca de lanzar terrones al expuesto a la vergüenza pública y de «colgar el sambenito», que hoy no es una ropa, sino un hecho o apodo que puede acompañar a uno de por vida.
Retomando el hilo de lo que les quería contar, resulta que Facebook se ha convertido en esa picota virtual en la que todo el mundo tiene derecho a lanzar un terrón virtual (insulto) al personaje expuesto. Se cuelga la foto de un personaje junto con tal o cual declaración desafortunada o estúpida que haya salido de su boca, y a partir de ahí comienza el circo. No hay mucha imaginación en cuanto a los insultos (para algo sirvieron la LOGSE y la televisión, faltaría más); y al cabo de un tiempo resulta aburrido leer la ristra entera.
Lo curioso es que a muy poca gente se le ocurre dar un paso más allá y plantear una acción constructiva, por llamarla de algún modo. Es decir: los insultos, en realidad, no sirven para nada práctico. Por un lado, al personaje le da igual porque duerme a pierna suelta; y si además es de la farándula lo ofensivo para él sería que no se hablara ni bien ni mal. Es una detestable aunque ¿legítima? forma de seguir en el candelero. Por otro lado, hay un segundo interés, nada inocente: desfogar la ira contra ese personaje hace que esa ira se disuelva en vez de concentrarse. Es una ira canalizada hacia objetivos inocuos, puesto que quienes lo hacen no van a sufrir represalias de ningún tipo. Y todos contentos: los parroquianos, porque han podido decir al impresentable hasta de qué mal se iba a morir; y el poder, porque ha conseguido desviar el foco de la ira del respetable.
La acción constructiva, en cambio, es mucho más peligrosa. Porque no nace de la ira, sino de la reflexión. Y en el momento en que se convierte en una convicción, se están dando las condiciones para llevarla a la práctica. Y una vez que eso se pone en marcha, ahí sí que puede haber represalias, amenazas, intentos de acallar la acción… E incluso si se ha llegado a formar una estructura, como por ejemplo un partido político, se intentará demoler la estructura desde dentro. Podría ser el caso de VOX, que están en plena operación limpieza y los navajazos van que vuelan todavía.
Volviendo nuevamente a la red social, lo que comentamos no tiene nada de peligroso. Se parece también a los llamados por Orwell Dos Minutos de Odio, que sirven precisamente para eso: para desviar la atención de quien realmente les está manteniendo en la esclavitud (para los que no la desvían siempre queda el Ministerio del Amor). Y como dice la vieja canción…
Die Predigt geendet,
Ein jeder sich wendet,
Die Hechte bleiben Diebe,
Die Aale viel lieben.
Die Predigt hat g’fallen.
Sie bleiben wie alle.