Me faltaba comentar finalmente las salidas a la situación en que ha quedado el PSOE. Si yo fuera Javier Fernández llamaría a capítulo a Miquel Iceta y a Idoia Mendía y les plantearía la siguiente alternativa: ser nacionalistas como ellos quieren y desgajarse de un PSOE que no puede por ningún concepto perder la E, o permanecer unidos y dejar de comer en el pesebre nacionalista, que sólo aprovecha al nacionalismo radical. Para el caso, también incluiría en ese paquete a Ximo Puig, Francina Armengol y a Javier Lambán, que de un tiempo a esta parte han pillado el sarampión pancatalanista y no hacen más que decir tonterías en ese punto. Y decirles que no se puede estar al plato y a las tajadas. Claro que sería un poco raro ver a Meritxell Batet sentada en el Grupo Mixto; pero las consecuencias de los actos son las que son y uno las asume o se dedica a otra cosa.
Reunido el partido —o soltado el lastre, que también podría ocurrir—, queda el Miura: el famoso dilema entre abstención y elecciones. Ninguna solución es buena, en realidad. Si optan por la abstención, puede ocurrir que la mitad de los diputados y el electorado se echen al monte y se arrejunten con Pablenin. En ese grupo no sólo hay que contar a los asqueados por la filfa-corrupción, sino también a los partidarios pedristas. ¿Razón? El famoso «No es no» y el rechazo de plano de filiación zapatera. Al PP no hay que darle ni agua; y por eso, facilitar con la abstención un nuevo gobierno del PP es poco menos que una especie de traición a los «ideales socialistas», sea lo que sea que signifique esa expresión.
No obstante, si se opta por las elecciones, como les decía en las anteriores entradas, el panorama es más negro. Para empezar, tendrían dos meses apenas para recoser el partido o para soltar lastre. La experiencia demuestra que el electorado castiga —a veces con dureza— la desunión en los partidos. En segundo lugar, y atendidas las circunstancias anteriores, el batacazo puede ser monumental. Algo parecido a lo ocurrido en las autonómicas gallegas: el candidato «nato» está pringado en un asunto de corrupción y hay que poner a alguien. Y no se les ocurre mejor idea que poner a un señor llamado Leiceaga, por embudo y sin galleguizar el apellido. Y es, además, un señor al que, por lo visto, conocen en su casa a la hora de cenar. Con esas credenciales, Feijóo no tenía a nadie enfrente de suficiente fuste (lo siento por Cristina Losada y la campaña de juego sucio que, según ella, le orquestó el PP gallego). Así pues, la solución menos mala parece la abstención. Veremos qué ocurre al final.