Cállate la puta boca 1


Dijo ZP hace tiempo, cuando creía que nadie le oía, en conversación con el aita Gabilondo: «Nos interesa la tensión». Frase infame, que ha quedado para los anales de la infamia política de este período que algunos todavía llaman «democracia».

El panorama

Estamos en 2015 y, al parecer, seguimos en ello. Uno lo observa especialmente en las redes sociales. Twitter, sin ir más lejos, es un cenagal desde hace mucho, aunque ahora parece que el Gobierno se ha empezado a poner las pilas. Hoy en día sólo hacen falta ciento cuarenta caracteres para cometer un delito de injuria, «por escrito y con publicidad», como exigen las leyes penales y en especial, la venerable viejecita de 1882, que ninguno de estos partidos se atreve a tocar por si acaso le fuera más perjudicial un proceso penal moderno y adaptado a los tiempos. Las infames campañas contra Esperanza Aguirre cuando se operó de su cáncer de mama, o contra María San Gil (ésa tuvo la «gracia» de ser fuego amigo) y últimamente contra Cristina Cifuentes mientras se debatía entre la vida y la muerte demuestran hasta qué punto de abyección puede llegar un ser humano (o una sera humana, ya puestos) cuando cree que nadie le vigila o cuando cree que formar parte de la jauría le protege.

Facebook no es mucho mejor, aunque permita a uno expresarse más allá de los ciento cuarenta caracteres. Ha podido con la blogosfera, que si sigue viva es porque los que funcionan de verdad son los blogs corporativos, es decir, los de aquella gente a la que pagan por pensar. Los demás seguimos en ello fundamentalmente porque lo que tenemos que decir no suele caber en esas míseras «veinte líneas» (me pregunto cómo las contarán) en un diario en la sección «Cartas al Director», cuando no es que al señor director (o al jefe del señor director) no le gusta nuestra opinión y simplemente no nos lo publica por más educada y correctamente que esté escrita. Vamos, eso que dicen de «El diario (pongan ustedes el que más rabia le dé) se reserva el derecho a refundirlos». Ya no dicen «extractar» (creo) porque eso apesta correctamente a censura y la línea entre evitar dar el coñazo y censurar se difumina bastante.

Pero la gente ya no tiene tiempo para leer parrafadas largas. Se ha ido recortando esa capacidad cerebral para procesar información (algún día destriparemos un telediario de una cadena cualquiera y verán lo que quiero decir). Esto ya lo había visto venir George Orwell en su 1984: «¿No ves que la finalidad de la Neolengua es limitar el alcance de del pensamiento?». Buena prueba de ello son precisamente algunos grupos de Facebook. Cuelguen ustedes la fotografía de un personaje que pueda ser más o menos odiado (les dejo que elijan) y verán ustedes la catarata de insultos, mentadas de madre y alusiones malévolas a la orientación sexual que caerán sobre ese sujeto, preferentemente político o futbolista. Creo que ni Orwell imaginó una representación más perfecta de los Dos Minutos de Odio. Porque no llega más allá. Como los monos de la escena inicial de 2001:

Su contento se desvaneció al alcanzar el riachuelo. Los Otros estaban allí. Cada día solían estar, pero no por ello dejaba la cosa de ser menos molesta. Había unos treinta y no podían ser distinguidos de los miembros de la propia tribu de Moon-Watcher. Al verle llegar, comenzaron a danzar, a agitar sus manos y a gritar, y los suyos replicaron de igual modo.

Y eso fue todo lo que sucedió. Aunque los mono-humanoides luchaban y peleaban a menudo entre ellos era raro que sus disputas tuvieran graves consecuencias. Al no poseer garras o colmillos y estando bien protegidos por su pelo, no podían causarse mucho daño mutuo. En cualquier caso, disponían de escaso excedente de energía para tal improductiva conducta; los gruñidos y las amenazas eran un medio mucho más eficaz de mantener sus puntos de vista.

La confrontación duro aproximadamente cinco minutos; luego, la manifestación cesó tan rápidamente como había comenzado, y cada cual bebió hasta hartarse de la lodosa agua… El honor había quedado satisfecho; cada grupo había afirmado la reivindicación de su propio territorio.

De los two-click supporters (o solidarios de a dos clicks), de ésos que creen «dos clics de ratón pueden cambiar el mundo» sin moverse de su casa, ni siquiera voy a molestarme en hablar. Debería darles vergüenza: son capaces de «movilizarse» para increpar a un futbolista, un presidente de club o incluso de salir a la calle para protestar por el descenso de un club, como si la vida les fuera en ello… pero para manifestarse por los derechos de los parados o para protestar (por citar un ejemplo sangrante) por el robo de las prestaciones a los parados andaluces con los casos de los EREs y los cursos de formación, no se mueve nadie.

Los que cortan el bacalao en el mundo estarán contentos. No importa si son Nelson Rockefeller, los masones, los cienciólogos, los illuminati u otras hierbas. Sin duda ninguna, Bill Gates obró el milagro de encadenarnos a una pantalla y Mark Zuckerberg y otros de convencernos de que desde esa pantalla se ve la realidad y de que estamos protegidos en nuestra intimidad como siempre.

2 comentarios en “Cállate la puta boca 1

  1. Esto de las redes sociales (o antisociales, según se mire) ha creado lo que un señor muy inteligente, que habla a diario por la radio, denomina «tontos contemporaneos».

    Saludos desde el Norte.

    Le gusta a 1 persona

Gotas que me vais dejando...

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