Matar al padre


Era una costumbre de tiempos bárbaros el que después de una guerra lo primero que hacían los vencedores era marear el callejero. Solían cambiar a los muertos del otro bando por los del suyo, en un vil pendulazo. Así ocurrió tras la guerra incivil, ésa que, incomprensiblemente, ganó Franco.

Al morir, Franco dejó en esencia una España pacificada y moderna, preparada para lo que hubiera de venir. Y lo siento por aquellos que leen a Gibson, Preston y demás patulea historiográfica antiespañola; pero los hechos pueden y deben triunfar sobre el relato falsario de quienes sienten un «odio orgánico» respecto del personaje y no se molestan en analizar con desapasionamiento todos los hechos.

Muere el dictador, pues, y vuelven a cambiar las calles de nombre. Los nombres de generales y víctimas caídas «por Dios y por España» son sustituidos por los de prohombres civiles. En Cataluña, de nombres del catalanismo histórico. Claro que llamar prohombre civil a un señor masón, separatista y asesino por omisión de 8.000 catalanes (C0mpanys) me parece un tanto exagerado. «Hay que dejar atrás el resentimiento, empieza un tiempo nuevo», decían. Eso resultó ser de mucha utilidad, por ser un primer paso para borrar las vergüenzas rojas, las de las fosas comunes y las cunetas achacadas sin más al franquismo. La deseducación socialista, en la que todavía andamos porque el desgobierno pepero no se atreve con el morlaco y la televisión, controlada por la izquierda con el beneplácito de Soraya y de Carmen-por-favor, han hecho el resto.

Así que ahora, dos generaciones después, hay mucha gente que no tiene ni zorra idea de por qué ese interés en modificar el callejero. Eso sí, tienen la vaga idea de que «Franco era muy malo y que la represión, y el nacionalcatolicismo, y bla-bla-bla…». Y poco más. No se apuren ustedes: en cuanto empiecen a argumentar con un poco de consistencia frente a las memeces izquierdistas al uso no tardarán ustedes en ser tildados de «fascistas», que ya sabemos es un insulto muy elástico.

Con apoyo, pues, en la infame ley zapatera de memoria histórica, que el gobierno pepero acepta sin chistar a pesar de que se dirige contra éste, vuelta a cambiar de callejero. Según son las costumbres podemitas, lo mismo ahora Ada Colau cuelga en su despacho un retrato de Alfonso Laurencic y dedica una calle o amplia avenida a Juan García Oliver. O a la inversa, lo mismo me da. Para quien no lo sepa, chequistas de fúnebre memoria en Barcelona, pero que por eso mismo son merecedores de tales honores para la nueva nomenklatura podemita. Quien quiera puede consultar esa historia terrible en el libro Las checas de Barcelona, del historiador César Alcalá, publicado en 2005.

¿Y qué relación tiene todo esto con el título? Pues, aparte del hecho lamentable de que quieran reescribir la historia con el aplauso de cenutrios y enemigos de España de dentro y fuera del país, hay otro detalle. Tras la pátina populachera, el ruido de la demagogia, y otras pocas cosas más, resulta que entre esos comunistas rampantes y bien subvencionados no hay un solo proletario. Hubo uno (Monedero); pero como suele suceder, se pasó de listo y lo echaron por zafio. Y lo que queda, como siempre, son hijos de la casta. Hijos que tratan de lavar el pecado capitalista (o franquista, que también) de sus padres. No es muy distinto a lo que ocurrió entre 1975 y 1978, cuando muchos comunistas se apresuraron a pedir a la Policía que «los borrara de sus ficheros de confidentes». O el hecho de que muchos otros políticos que durante años cantaron con fervor y emoción contenida Yo tenía un camarada se apresuraron por la misma época a comprar el best-seller de entonces (sustitúyase hoy «demócrata» por «bolivariano» y no cambiará mucho el sentido):

Serie de grandes compendios:
«CÓMO SER DEMÓCRATA EN DIEZ DÍAS»
(de venta en las librerías
aseguradas de incendios).

(recogido por Manuel Barrios, Rimas de la oposición popular).

Al final, contemplada esta historia con una cierta perspectiva, resulta que encontramos un vínculo freudiano-orwelliano: al tratar de lavar la memoria del padre escamoteándola a la historia incluso al nivel de mero relato de los hechos, se consigue aquella finalidad orwelliana de «quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro». Ése es uno de los grandes peligros que nos acechan hoy en día. Y no sólo en España, por desgracia.

Autor: Aguador

Mi vida personal no tiene gran cosa de interesante...

2 opiniones en “Matar al padre”

  1. A mis cincuentaypico años, ya estoy un poco harto de la que se siga utilizando la historia pasada para hacer política en el presente. Me da muy igual como se llamen las calles y plazas de los pueblos y ciudades, si de lo que se trata, fundamentalmente, es de que estas estén en condiciones para su uso y disfrute.

    Debería de haber una normativa que evitara estas cosas. Así se matarían dos pájaros de un tiro. Por un lado no se pondrían nombres de personas de ningún «bando» y por otro no habría que cambiar dichos nombres en función del color político del momento.

    Creo que la historia es la historia y eso nadie lo cambia ya, pero de ahí a tener que recordarla en cada paseo que demos por nuestras calles, no me parece, ni justo ni de buena educación para los ciudadanos.

    Los que desean estar en el candelero continuamente con esto de los nombres de las calles, que se dediquen mas a que los ciudadanos que las transitamos, nos sintamos correspondidos con los impuestos que nos cobran, tanto los que quieren cambiar los nombres como los que no. Eficacia, buena gestión y respeto al ciudadano, y verán como en algún pueblo o ciudad algún buen alcalde será bien recordado, incluso con el nombre de una calle.

    Saludos desde la sombra, que no la carcel jejeje…

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    1. Amigo Pablo, toda la razón. Pero mucho me da que ésos que andan reescribiendo la historia (o intentándolo) lo hacen porque de gobernar ─que es para lo que se les eligió, bien o mal─ y de hacerlo por el bien de todos los ciudadanos ─tanto si les votaron como si no─, no tienen ni zorra idea…

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