Segunda fase
En una segunda fase había que organizar el éxodo. Lógico: para que una catástrofe sea humanitaria a «la gente» no le basta verlo por la tele, porque mientras se ve en la tele parece un videojuego. Tiene que ser visible. ¿Y qué mayor prueba de visibilidad que traerlos a casa? Para el transporte, nadie mejor que los traficantes de esclavos (sí, eso todavía existe en el mundo musulmán, aunque nadie proteste porque «es su cultura») conoce las rutas y seguro que con eso hicieron muchos la primera peseta. Toda la dificultad que supuso tomar en Bruselas una decisión frente al genocidio cristiano desapareció como por ensalmo cuando se trató de abrir las puertas a los «refugiados sirios».
A partir de aquí empezaron los problemas. Bruselas estableció las cuotas de acogida y Merkel se lanzó con entusiasmo digno de mejor causa a abogar por el acogimiento de refugiados (de hecho, a vender a sus paisanos la cuota que le asignó Bruselas). Los alemanes, gente seria que sólo se entusiasma cuando la Männschaft gana el Mundial, no se entusiasmaron mucho cuando supieron que tendrían que acoger nada menos que a un millón de refugiados.
Pero ya antes de llegar a Berlín los famosos refugiados habían causado problemas. En Croacia, en Hungría, en Eslovaquia, en Austria… ¿Es casualidad que esos refugiados causaran problemas precisamente en países católicos o que tradicionalmente lo habían sido? Como por ejemplo, rechazar alimentos de la Cruz Roja precisamente por la cruz (no si eran de la Media Luna Roja, a la que sí reconocían de los suyos). Bofetada añadida por Bruselas, que tiene a Viktor Orbán por el nom del porc y trata de fastidiarle todo lo que puede.
La pregunta del millón y que entonces no se hizo mucha gente es: ¿quiénes son estos refugiados? ¿Lo son, realmente? Hoy sabemos la respuesta: la gran mayoría no son refugiados. No huyen porque sean perseguidos en su propio país. Los cristianos masacrados sí lo hubieran sido, desde luego, dado que los persiguieron a causa de su religión. Pero estos no. Son inmigrantes y, por lo tanto, con un discutible derecho de asilo. Máxime cuando en las largas colas uno veía a muchachos en edad suficientemente militar. Pero es lógico: es más cómodo huir y vivir del cuento en otro país que no luchar por poder vivir en el tuyo. La guinda del pastel fueron los pasaportes falsos que se encontraron en poder de algunas de estas personas.
Las protestas contra Merkel arreciaron y se intentó el habitual y vulgar «racista» y «xenófobo» a quienes no aceptaban comerse sin más ese marrón. Se habló de «ultraderecha», se habló de PEGIDA… y así quedaron las cosas. Curiosamente aquí «no hubo preguntas, no hubo curiosos, nadie salió». Llegó un señor que dijo ser refugiado y apareció en la tele como que le habían dado trabajo en una población de Madrid. ¡Semos cojonudos! Luego parece que ese señor tuvo algún tipo de contacto con el ISIS. Y aunque él lo negó vehementemente, de pronto ya no estaba bien que saliese ese señor en la tele como prueba de lo cojonudos que semos.
Pero, como dice el dicho, the best was yet to come…