Las redes sociales son un intento de rellenar la soledad de tantas personas. Sin embargo, no deja de ser cierto que siguen solas. Hablarles de Dios y de cómo Él puede llenar su vida de verdad es tontería y trabajo perdido. Como mamíferos que somos (ahorro a ustedes el chiste fácil de que «algunas personas son más bien reptiles») necesitamos del sentido del tacto. Del abrazo, del beso. Las redes sociales han convertido el abrazo, el beso y el ir cogidos de la mano en una ocasión perfecta para pillar cualquier tipo de bacteria. Y las series televisivas refuerzan ese concepto eliminando esos gestos de cariño —siempre sospechosos— del guión. A la hora de la verdad, resulta que nos damos cuenta de que no hay nadie a nuestro alrededor. Los vapores de la borrachera retisocial se desvanecen como humo al viento y uno se da cuenta por fin, de la cruda verdad:
Con suerte uno se da cuenta en algún momento de esta cruda verdad. O, como en mi caso, necesita que alguien le ponga el espejo delante y le diga: «En esto te has convertido». Y uno sabe que es un adicto por la cantidad de resistencia que opone a admitir que está metido hasta el cuello.
No obstante, hay una dimensión más preocupante de eso de las redes sociales. Toda borrachera es mala, incluso la de soledad. Y puede ocurrir que en medio de esa borrachera de soledad uno haga tonterías simplemente por el ansia de pertenecer o formar parte de algo, sentir que es alguien (los «likes» suelen dar esa especie de medida). Uno empieza a dar información que no daría bajo tortura. Es uno mismo el que la cede; nadie le obliga a ello. A cambio de ese falso sentimiento de pertenencia, uno cede esa información. Cuanto más íntima es esa información, más nos conoce aquél a quien se la damos.
¿Problema? Que esa información no es exactamente «privada». Esto lo saben muy bien las grandes empresas, con el manejo actual de lo que se llama big data: gestión de grandes cantidades de información en un tiempo relativamente breve y que permite generar estrategias de venta. ¿Cómo es posible que una empresa (idealmente grande) sea capaz de predecir que uno va a comprar uno de sus productos? ¿Cómo están tan seguros de vendernos algo que vamos a ser incapaces de rechazar? ¿Tan íntimamente nos conocen? Pues sí.
Otro grupo no menos interesado en ese big data e incluso más peligroso que las grandes corporaciones son los Estados. Al Estado le interesa lo que uno piensa: en el mejor de los casos, porque acudiendo al marketing político puede vender las bondades de su gestión. En el peor, puede neutralizar toda oposición a su acción de forma indolora y a veces casi antes de que ésta tome cuerpo. Son los nuevos Estados totalitarios de formas suaves, que predijo Aldous Huxley en «Un mundo feliz». Todavía no proporcionan soma o «ginebra de la Victoria» (¿o es que ya lo hacen y no nos damos ni cuenta?).
La segunda conclusión es que con menos redes sociales quizá uno esté menos «comunicado» (¿»quien no está en las redes sociales no existe»?), pero es más capaz de distinguir la verdadera información del «ruido». Hace más de un año que dejé Facebook. Hay vida después de eso. Y ni ganas de volver.
Nota.- Una versión más reducida de estas dos entradas fue colgada como comentario en un portal de Internet. Desapareció misteriosamente de la web a los dos meses, «aprovechando unas modificaciones en la página», suponemos. Cosas que pasan por casualidad (o causalidad)…
Te agradezco enormemente menciones este tema.
Como muy bien aclaras, se han de diferenciar las razones (profesionales o personales) por las que uno navega en este mundo tan variopinto como es el «mundo virtual». Su adicción llega muy silenciosa y se convierte en el tirano que manipula tu vida. Puedes llegarte a creer toda la información que se agolpa a la puerta de una pantalla cada día, sin importar si es cierta o no, sin importar que ya ni emociona ni estimula ni ilusiona; simplemente sentirte el «rey» de ese mundo. Alguien muy listo me resumió con una de esas frases geniales lo que es el Facebook: «Ser famoso en el Facebook equivale a ser el ganador de una partida de Monopoly», todo es un «juego con dinero falso». Y si ganas la partida, la ganas «de mentira».
Cuando pasé por momentos muy difíciles me abrí cuenta en Facebook. Estuve muy poco tiempo, puesto que «toda esa atención virtual» que incluye fotitos con pose, selfies y varios se convierte en rutina cansina y agobiante. Después de pasar la fase de desahogarme, pedir consejos, chats de madrugada y sinceridad con extraños/as te das cuenta de que estás solo/a. Te das cuenta de que necesitas a alguien de carne y hueso que quiera tomar un café contigo y compartir unas confidencias. Esa misma gente que te da likes y te adula, al mismo tiempo y discretamente, te vigila y critica. El personaje anónimo puede ser un bastardo pedófilo, o simplemente, un tímido con la tuerca suelta. Pero es preferible conocer a las personas mirándolas a la cara y no en una webcam.
Yo salí de ese mundo virtual por piernas. Huí de gente desagradable, con ganas de samba sexual, gente de 40 años infantil e inmadura, gente que se pelea al más puro estilo callejero y vulgar. No tengo cuenta en ninguna Red social y se vive «de puta madre» sin ello. ¿Para qué añadir a tu vida más gente celosa y envidiosa de la que existe en la vida real? ¿Por qué no esforzarse mejor por conocer a los que viven en nuestro barrio, nuestra parroquia? ¿Por qué no regalar una frase amable y un like con una sonrisa a aquella persona que nos sirve un café? ¿Por qué no dar unos pasos más y visitar a alguien que teníamos olvidado desde hacía mucho tiempo? Te ahorras la consabida pelea o disputa de corral por no decir a la «engreída» de turno que está «guapísima» en sus fotos de perfil y qué se yo qué cosas. Y para no hablar de los «famosos intelectuales de pacotilla» que cuelgan sus comentarios y frases inteligentes por ahí (siempre «atribuidas a Paulo Coelho») para que nos enteremos de «lo mucho que saben y valen». Lo peor es que han de expresarlo en Facebook o Twitter porque no tienen a quién contárselo en una sobremesa del domingo.
Si Dios llena tu vida plenamente necesitarás poquísimo más. Los amigos van y vienen. Las relaciones son complicadas y requieren de mucho cuidado y esfuerzo para que funcionen. No se puede rebajar tanto el nivel de felicidad y de amor acudiendo a mitigar la soledad y las frustraciones en una Red social. Los que necesitan de ese mundo virtual como herramienta de trabajo es tema distinto.
Curiosamente, y desde que hemos entrado en la onda de las tecnologías instantáneas, el hombre empobrece a pasos agigantados su capacidad de relacionarse en sociedad o en comunidad. Como vivimos en un mundo de personajes continuamente estresados y «dando codazos por sobrevivir», se espera poco de unas relaciones sociales o emocionales. Se necesitan un tiempo y un esfuerzo que regalamos sin darnos cuenta en las famosas «redes sociales». No se quieren relaciones que interpelen. Cero compromiso. Lo más fácil es contar tus problemas y mostrar tu basura en Facebook o Twitter, que equivale a lo que se hacía antaño: dar el coñazo a la panadera o a la peluquera. Y ellos ladrando en los partidos de fútbol o soltando vapor con el Playboy.
¡Pobres hijos de esta generación huérfana de valores y virtudes! A los once años ya saben qué es el sexo oral y otras «variedades» (se lo han explicado en clase con pelos y señales, gracias a las «nuevas técnicas pedagógicas»), a diferencia de nuestra generación que no sabía ni que era eso de que venía a visitarnos la tía americana (la regla). A estos niños se les ha robado la infancia: tienen acceso a todo un mundo loco a una edad emocional que no corresponde. Y todo porque alguien decidió que los niños también eran potenciales consumidores (primero del móvil y después de lo que se ve en el móvil). La red es un engaño que sirve para distraernos mientras otros están tras las bambalinas, dirigiendo el espectáculo y de los que no sabemos prácticamente nada.
Sobre el amor y amistad me quedo con esta reflexión que dijo alguien muy mediático: «Los campos no se riegan a base de trombas de agua que anegan la tierra y las sementeras; lo más adecuado es la lluvia continua que empapa la tierra sin ahogarla. Es el chirimiri vasco, el calabobos gallego, la garúa de junio en Lima o la camanchaca chilena de la zona norte. Esa humedad cala con su bano, perfora, se cuela, se adentra rociando hasta las raíces mismas de la tierra». Esto es cultivar, cultivar el amor con ganas de trascendencia.
La Red social crea seres paranoícos y enfermos. Si eres guapo/a en el Facebook, eso te da derecho a creerte «el más guapo del mundo». Si eres estúpido tampoco importa mucho: te creas el personaje que a tí te de la gana. Los pedófilos también suelen ser muy simpáticos en el Facebook. Hasta se les da like y se les aplaude por su «respeto y tolerancia hacía los animales». Incluso los hay que tienen una cara impresionante y venden ese personaje a cambio de «coaching terapeútico y apoyo emocional» que te cura todos los males y te vacía los bolsillos. Y lo mejor es que muy pocos tienen algo interesante que contar.
Gracias por haberte dejado conocer y descubrir que eres la mejor persona que me encontré en mi camino. Capaz de ser real, de apostar por un amor de verdad, tremendamente difícil y complicado, sacado de mi película favorita («Memorias de África») y ser la mejor persona con la que comparto mi vida.
Te quiero muchísimo.
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Gracias por tu extenso comentario, que complementa mi larga diatriba (como me dijo alguien) acerca del uso malo o irresponsable de las redes sociales.
Yo también te quiero mucho, ya lo sabes 🙂
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