Pero hasta la paciencia tiene un límite. Y cuando aquellos a quienes te has comprometido a defender o sus dirigentes te desprecian —gracias a la propaganda y a un extraño prurito de veteranía— porque te ven como un cowboy de gatillo demasiado suelto, empiezas a pensar en el dinero que llevas enterrando en Europa desde hace 70 años. Y piensas: «Desagradecidos. Que os vayan dando». Y puede que se vuelva hacia Asia, donde podrá hacer mejores negocios y, en principio, sufrirá menos dolores de cabeza.
Eso puede plantear una incógnita muy incómoda a la élite extractiva europea, que hasta ahora y en conjunto se ha comportado como los pretendientes en casa de Ulises. Resulta que, si Trump toma esa dirección, ya no podrán dedicarse a legislar cuántas gotas de agua se pueden gastar más allá de las once de la noche. Ni podrán dedicarse a concluir pingües negocios con el dinero de todos los europeos. Tendrán que pensar en crear un ejército de la nada, pues nadie habrá que nos defienda salvo nosotros mismos. Eso, como saben ellos muy bien, no se crea en cuatro días. Y su mantenimiento, una vez creado, tampoco son baratos, ni mucho menos. Añorarán los días de vino y rosas. O tal vez no. Cabe la posibilidad de que se digan a sí mismos: «¿Peligro, dices? Nadie se atreverá a atacar de verdad a Europa. Los cuatro crímenes que han causado los islamistas son peccata minuta». Algo como esto en el Europarlamento:
—Bueno, hay que pensar en defenderse. Se acabaron los días felices —dice un diputado de centro-derecha—.
—¿Defenderse de quién? Nosotros somos pacifistas, queremos la paz a toda costa y no queremos hacer la guerra a nadie —responde uno de ultraizquierda—.
—Pero igualmente, si les atacan tendrán que defenderse, ¿no?
—En absoluto. Nosotros no queremos Ejército, somos pacifistas y si nos atacan nos rendiremos debidamente. First is business.
—Claro, claro. Tienen razón. Nada de militares en Europa. First is business.
La otra posibilidad es que desde Bruselas se firme un Reglamento que cree una especie de «Servicio Militar Europeo» y obligue a todos los Estados miembros a contribuir en consecuencia. Naturalmente, todos los nacionalismos de vía estrecha se negarán aunque ya no pasen por sus respectivas metrópolis («A Brussel·les sense passar per Madrit»). Y así, tanto cabrá que un danés acabe haciendo la mili en Torrevieja, Alicante, como que un español la acabe haciendo en Cluj, Rumania. De cualquier modo, un territorio se defiende (o dicho en términos más jurídicos, «se mantiene su paz y seguridad») a través de unas fuerzas armadas bien entrenadas y en estado de revista. Lo de dejar que cada país se ocupe de sus fronteras, como hasta ahora, no es una opción porque ya se ha probado y no funciona. Lo demás, y lo siento por los pacifistas, son tonterías. No está el horno para bollos.
Y si algún pacifista de vía estrecha me acusa de ser un «militarista» y bla-bla-bla, le diré esto…
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