Da una pereza grandísima escribir sobre algo parecido a un bucle melancólico como ése en el que está atascado Cataluña desde hace meses. Hoy, no obstante, me apetecía decir algo al respecto, pues llevaba muchos días sin aparecer por el blog y aquí va. Como católico que intenta mantenerse en la línea, cada vez soy más apolítico, pues a mí ninguno de los cuatro grandes «me representa», que se dice ahora. Pero si quisiera ejercer mi derecho al voto, por el que «tantos murieron» (y otros tantos tiran a la basura cada cuatro años), encontraría al menos dos razones para no votar a Rajoy, cuyo partido sólo Dios sabe en qué se ha convertido hoy (me dan pena los que mantienen la fe del carbonerito en el gallego barbudo y que sólo pueden justificarlo como mal menor):
a) Primero, obligar a todos los españolitos de a pie a tragarnos el culebrot que todos los días tiene lugar en Barcelona debido a la aplicación de un 155 CE emasculado. Culebrot que tiene visos de durar tanto como «El secreto de Puente Viejo» o «Amar es para siempre» (secuela de «Amor en los tiempos revueltos», que ya llevaba sus mil y pico capítulos cuando sufrió esa mutación genética).
b) Segundo, permitir que Montoro nos meta la mano en el bolsillo para que el culebrot se siga emitiendo, en vez de dejar caer a la indigna casta catalana, que ya nació podrida pero que durante el pujolismo alcanzó niveles increíbles de indignidad y de podredumbre. Y de paso, dejar que aumente la deuda de ese Govern con el resto de España, que los optimistas cifran por ahora en más de 50.000 millones de euros.
A estas alturas ya se entiende que hay pacto entre el Gobierno y los sepa-ratas. Sólo así se entiende la inacción del Gobierno central, aunque no se entienda muy bien para qué. Quizá todo el meollo de la cuestión se halle en que, como dijo alguno hace algún tiempo, se trata de meter con calzador al respetable la idea de que «España se gobierna mejor de forma confederal». Poco les importa que nuestra primera experiencia confederal (1873) fuera un desastre y terminara con el caballo del general Pavía entrando en el Congreso. Esa insistencia en seguir procedimientos fracasados sólo tiene una causa y una consecuencia: destruir España como nación, tanto política como espiritualmente. No tengo duda de ello.
Otro detalle que llama la atención y que también explicaría unas cuantas cosas son unas declaraciones que hizo en 2011: «Yo soy un mandao; hago lo que me dicen». Quizá alguno se enfade (me da igual) y diga que «son declaraciones sacadas de contexto» (también me da igual). Pero la pregunta hoy y en relación a este asunto, cobra cada vez mayor relevancia: «¿Quién le dice a usted lo que tiene que hacer en esta materia?». Si jugáramos a las conspiraciones, podríamos enunciar enfáticamente lo siguiente: «España es un país plenamente comprometido con el Nuevo Orden Mundial; y Soraya Sáenz de Santamaría oficia como chica de los recados entre el grupo Bilderberg, conectado con ese NOM y Rajoy». Un servidor no es quizá tan conspiranoico, sino que se ajusta más a Mt 7, 16: «Por sus frutos los conoceréis». Y dichos frutos no dan para tirar cohetes, ni mucho menos.