Decía Sir Winston Churchill, en una de sus frases lapidarias, que «un político es el que piensa en las próximas elecciones; un estadista, el que piensa en las próximas geeneraciones». Aparte de la desgracia que nos ha caído en España de una casta política que sólo piensa en las «próximas generaciones» para jostidiarlas (y de paso al país, que parece que tengan órdenes de hacerlo), no sé qué pensaría el gran prócer británico de alguien que «sólo piensa en los próximos presupuestos». Pueden incluir todos los apóstrofes que se les ocurran.
En alguna otra entrada hemos hablado de lo que le gusta al sector izquierdo de la casta cada vez que llega al poder, que básicamente son dos cosas: seguir con la ingeniería social que el sector derecho de la casta deja en barbecho o permite, con disimulo, que siga adelante pero en movimiento inercial; lo segundo, subir impuestos. Que es cierto que, salvo a Aznar, les ha gustado a todos los demás. Parecía difícil superar el techo de Rompetechos Montoro; pero ya se están planteando en Moncloa castigar a los ahorradores (supongo que a los que cobran un sueldo de mierda que les permite malvivir, según está ahora el patio, y que eufemísticamente se les llama mileuristas ya no se les puede exprimir más). En el socialismo verdadero nadie puede guardarse nada: todo es para el Estado, faltaría plus.
Remedando cierto verso de una canción llamada Heckerlied (que tiene también su versión nazi):
… Lumpenblut sollt spritzen…
Traducción: hay que azotar al pueblo (con impuestos) «hasta que sangre», ¿se acuerdan? Eso hace que este Gobierno dos veces ilegítimo no sea mejor que la Bestia Rabban en materia recaudatoria. Que además eso lo proponga un señor que se ha distinguido por defraudar a la Seguridad Social, también tiene su aquél.
Otra impresión. Me imagino que a alguno mis excolegas de la Red AntiZP —¡qué tiempos aquellos en que «todos estábamos unidos» y «teníamos un objetivo común»— esto que voy a decir no le va a sentar muy bien. Pero ahí va: a veces uno siente una punzada de nostalgia cuando recuerda los tiempos de la Voguemomia. Es verdad que era una especie de Gorgona: la mirabas de frente y te quedabas petrificado del horror. Pero tenía su «estilo», qué quieres, y era difícil pillarla en un renuncio. Al igual que los hermanos Malasombra, «era mala de verdad». Comparado con lo que ha venido después (Soraya era una pipiola cuando entró, pero aprendió a la velocidad del rayo y, más o menos, cuando ya se convirtió en un arácnido plenamente desarrollado, aún tenía algo de nivel), la cosa ha degenerado muchísimo.
Así, pues, Carmen Calvo es la gloria de los gacetilleros y plumillas de todo tamaño y pelaje, porque cada vez que abre la boca da un titular. Eso sí, da titulares de vergüenza ajena para una señora que dice ser «catedrática». La última frase memorable de la señora ha apuntado a que sabe si a los españoles nos convienen o no elecciones generales. Lo malo es que se le ha visto el plumero y ahora sabemos a quién no le convienen: a saber, ni a ella, ni a su jefe, ni a los que han puesto a su jefe donde está. Entre ella y el lastre que se ha colgado Sànches de portavoza de la pesoe en el Congreso, los periodistas tienen la mitad del trabajo hecho.
Y, de verdad, no sé por qué a Pedro Sànches insisten en llamarlo Falconetti, con lo majo que es (bueno, William Smith, el actor que lo interpretó. Su personaje era un mal bicho). A mí es que nuestro presidente dos veces ilegítimo, accedido al poder por un tecnicismo leguleyo, me recuerda más a éste otro…
(… se corren apuestas sobre quién podría ser Patán…)
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