Parece mentira que llevemos una quincena entera —va a convertirse en el tema del año, pues esto ya empezó con la crujida Cifuentes y aquello parece ya una eternidad— con la masteritis, que ya empieza a recordar a una competición de cuando éramos adolescentes, la de «a ver quién la tiene más larga» o «a ver quién mea más lejos». La cuestión que, seguramente, muchos de ustedes se plantearán es la siguiente: ¿es importante esto? ¿Y para qué lo es?
Para empezar, digamos que lo que antes era «información política» hoy no es otra cosa que politainment, si se me permite el neologismo inglés. A falta de una verdadera gestión que vaya en interés de España (imposible, con un presidente títere sostenido por separatistas y comunistas) y de los españoles (imposible también, en la medida en que todos forman un mandarinato encerrado en su burbuja), la prensa se ha convertido en el cuervo que describe Orwell en Rebelión en la granja: su misión es convencer a los españoles de que los mensajes que llegan desde el poder es lo que les interesa oír.
Como dijimos en otra entrada, todo esto es una tramoya, un montaje para tenernos distraídos. No obstante, aun siendo así, los hechos ridículos plantean un debate más de fondo, que podría hacer correr ríos de tinta si la prensa fuera tal y no formara, salvo honrosas excepciones, parte de la mamporrería del poder. Planteemos estas dos cuestiones:
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¿Qué es lo que hace que un político sea idóneo para acceder a un puesto desde el cual gestionar los intereses del país, o de la Comunidad Autónoma, o, dentro de la Administración Local, la Diputación o el Ayuntamiento?
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¿Cuál es la relación entre Universidad y política?
La respuesta a la primera pregunta puede ser incluso legal, desde 2015. Conforme al artículo 2 de la Ley 3/2015, de 30 de marzo, seguramente inspirada por el sorayismo, se puede resumir en los siguientes puntos:
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Que los criterios de elección de los altos cargos son tres: honorabilidad, formación y experiencia, debiéndose cumplir los tres.
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Que, en relación a la honorabilidad, se enumeran determinadas circunstancias que califican al aspirante como no honorable.
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Y que en lo relativo a los otros dos requisitos, he aquí lo que dice la citada Ley: «En la valoración de la formación se tendrán en cuenta los conocimientos académicos adquiridos y en la valoración de la experiencia se prestará especial atención a la naturaleza, complejidad y nivel de responsabilidad de los puestos desempeñados, que guarden relación con el contenido y funciones del puesto para el que se le nombra».
En conclusión, el único criterio que Sànches cumple es el de la honorabilidad. Pero el problema es que esto se exige para ser alto cargo, no para Presidente de la Nación. Para esto último se exige, dependiendo de cómo esté el patio, tener buena planta y pico de oro. Nada más. Da igual que uno esté o no a merced de los separatistas antiespañoles y de los comunistas (los nuestros, antiespañoles por definición) y que las riendas del ¿gobierno? las lleven en realidad otros, de ésos que nunca se presentan a unas elecciones pero que mecen la cuna del Estado. Recuerden, si no, lo rápido de la defenestración de Campechano I: su imagen estaba tan tocada que ya no servía de pantalla. En poco menos de un mes, a Rey defenestrado, Rey coronado. El hecho es estar sentado en el trono, aunque sea de hierro al rojo vivo como el de Grichka Otrepeiev.
Luego, como todo se sabe, también nos hemos ido enterando de la misérrima historia de su «tesis»: que como el culturista de Parla, Tomás Gómez, le condenó al ostracismo en ciertos comicios, algo había que hacer con él. Que ésa es la prueba de que era —es— un niño bien, como la mayoría de los dirigentes de izquierdas: «¡Al hijo de mi padre nadie le deja sin un sillón!». A alguien se le ocurrió una idea:
–Bueno, pues nada, lo metemos en una Universidad de las nuestras a dar clases (hay mucho donde elegir) y que espere a mejores tiempos mientras tanto.
–Espera un momento. ¿Para eso no hay que ser doctor o así? –replicaría alguno, prudentemente–.
–No te preocupes por eso. Le nombramos la directora de tesis, le dejamos material de algún un Ministerio para que lo copie y le ponemos un negro para que se la redacte en condiciones. La directora ya se encargará de nombrarle el tribunal ante el cual defenderá el truño. Naturalmente, lo aprobará cum laude.
–Jo, macho, eres una máquina. Lo tienes todo calculado.
–Hay que saber mover los peones, jeje.