«Love Actually» (actually)


Como es bien sabido, «la mentira es más asquerosa cuanto más se parece a la verdad». Aunque ésta sea una entrada más sobre una película archiconocida, siempre es bueno denunciar las estafas cinematográficas. Y hay que reconocer que Love Actually es de las de mejor factura. Uno no se da cuenta de qué manera y cuánto rato juegan con sus sentimientos y le toman el pelo. La prueba es que las legiones de ofendiditos que siempre aparecen según alguna película les pisa el callo por motivos de raza, sexo, nacionalidad, aspecto físico, extracción social u otra razón, no han blandido sus anatemas frente a una película que se burla:

  • de los negros: pobre Juliet y pobre DJ de su boda, tan parecido a Malcolm-Jamal Warner (cuyo «padre en la ficción» está pasando ahora por horas muy bajas, aunque eso no lo supiéramos en 2003).
  • de los escritores: ¿son todos unos cornudos a los que se les va la novia con un hermano traidor pero más dispuesto que ellos a «hacer trucos con su varita mágica»?
  • de las mujeres gordas: las flacas como Juliet se casan (eso sí, con un negro que, además, no se entera de que le están intentando levantar la novia/mujer); las gordas como Natalie, «con muslos como troncos de árbol», tienen un affaire con un político de alto nivel: ¿les suena? Que además Natalie padezca algo parecido al síndrome de Tourette ayuda a camuflar la burla. O a amplificarla, según se mire: «pobre, gorda y malhablada: ¿qué más se puede pedir?».
  • de los proletarios, unos salidos todos y con sueños imposibles («¡Jamás! Soy Colin, dios del sexo. Lo que pasa es que estoy en el continente equivocado»). Incluyamos también en este apartado a Natalie, que vive en «la parte chunga de la calle Wadsworth» y a la que se ha permitido formar parte del personal de Downing Street, 10 (qué sociedad tan tolerante e igualitaria, oyes). Lo único que se puede «alabar» del pobre proletario es su increíble autoestima. Por supuesto, los pobres también tienen derecho a soñar que tendrán suerte, faltaría más.
  • de los americanos: ¿todos los americanos son unos chulos imperialistas que toman por la fuerza lo que no se les da de grado y por su cara bonita y porque ellos (no los demás) creen que se lo merecen?
  • de los portugueses (y por extensión, de los españoles): ¿todos tienen el bigote a lo Sadam Hussein y viven anclados en el siglo XIX? Por cierto, qué generoso Jamie al condescender a aprender portugués para declararse a su enamorada…

De los políticos no digo nada porque ya se da por sentado que la burla «va en el sueldo». Aunque ya que estamos, Curtis no se ahorró la coz a Tony Blair (ya conocen el credo del progre: bolsillo a la derecha, corazón a la izquierda). Por no hablar de que todo un Primer Ministro se enamore de una secretaria y se pasee bailando por las dependencias de Downing Street, 10 al son de las Pointer Sisters (“Jump”). Claro que eso (lo primero) en España no podría pasar, pero no porque seamos una «nación seria» (que no mucho, atendiendo al ganao político); sino porque debido al síndrome monclovita, el inquilino de dicho espacio acaba tan enamorado de sí mismo que no hay sitio para nadie más. Y el actual no es precisamente una excepción.

Que Richard Curtis confesara, además, sus propios deslices (retratados en el personaje de Alan Rickman) en la película tiene su aquél, siendo su pareja la bisnieta de Sigmund Freud. Y bueno, ya sería la remilk que esa película hubiera sido la guinda que le consiguiera el CBE.

Conclusión: «El amor, en realidad» no es eso. Y lamento profundamente haberme dejado embaucar por esa película. Durante mucho tiempo yo también defendí que era «una buena película»; pero después de leer por aquí y por allá y de hablar con Adela, mi pareja, que siempre defendió que era una eme pinchá en un palo, finalmente me he caído del guindo (o del abeto y todos los adornos detrás de él, si ustedes quieren). La cuestión es saber qué teclas toca esta película en nuestro interior para que, siendo tan mala «en realidad», haya pasado por ser una «comedia romántica» durante tanto tiempo.

Y éste es el réquiem por una película que pudo haber sido otra cosa… pero que ya ha quedado bien claro lo que es.

P.D.- Por cierto. Buen montaje. En todas las veces que he ido a Barajas (y ya son unas cuantas), nunca he visto algo tan multitudinario ni parecido. De la escena final cabe decir lo mismo.

P.D. 2a. Es un ejercicio de honradez intelectual reconocer que esta entrada me la ha inspirado este artículo de Jot Down, donde he dejado una versión más reducida de esta entrada en comentarios.

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Autor: Aguador

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