El diablo viste de Prada (I)


—Tengo un amigo en Guantánamo que trabaja en Intendencia. Nos hacemos favores mutuos. Tengo muchos amigos. Claro está que nunca viene mal tener otro.

—¿Para haceros favores mutuos?

(El sargento de hierro, 1986)

 

Aunque los hechos que vamos a tratar aquí daten de hace dos años, ha llegado a nuestro conocimiento ahora y queremos realizar unas cuantas consideraciones sobre ellos.

El asunto de marras es la feroz crítica de la miniserie Chernóbyl. En un artículo de ABC, actualizado al 24 de junio de 2019, el señor de Prada se dedica a desmenuzar la serie pretendiendo, según la frase consagrada, «no dejar títere con cabeza». También, según otra expresión consagrada, el señor de Prada y un servidor «no vimos la misma serie». Pero vayamos por partes, que dijo Jack el Destripador.

Para empezar, el señor de Prada sienta plaza de snob. Dice, con desprecio, que «las series son el libro de los que no leen» y que, naturalmente, «él no hace esas cosas». Él, que siempre habla de la «demogresca» (cierto: esa democracia depauperada que padecemos, a la que sólo falta que le dé un toquecito el korona para hacerla caer; tal es su estado), se coloca en ese plano superior, alejado de la pestosa plebe, que ya no ve ni consume, sino que traga series. La pregunta sería, en primer lugar, si dadas sus opiniones antikorona (con las que coincidimos calurosamente) le invitan actualmente a «reuniones sociales o cenas de postín». Me da que no, que ahora mismo el «mundillo» le tendrá como un apestado y que nadie, pelma o no, se sentará a su lado. Así que tendrá que remitirse a tiempos pasados; esos que, como decían Les Luthiers, no fueron «mejores», sino simplemente «anteriores».

Luego, ya sentada su postura superior, se dedica a destripar la serie en el párrafo principal del artículo. Vamos a desmenuzar ese párrafo:

a) «Recrea la imagen tópica que se tenía de la URSS en los años 80». Es verdad que en aquellos años estábamos aún en la Guerra Fría y que la propaganda era tan buen campo de batalla como cualquier otro. Pero habrá que decirle al señor de Prada que no es que «hubiera interés en presentar a la URSS de determinada manera». Es que, según los propios rusos, el ambiente era muy parecido, si no igual, a como aparece en la serie. No tenemos noticia de que el señor de Prada hubiera viajado en ningún momento a la URSS, por lo que su «información», por llamarla de algún modo, es de segunda mano en el mejor de los casos. Y nos permitirá el señor de Prada una apostilla: él, que usa con liberalidad del argumento «Dios», estará de acuerdo con nosotros en que la grisura de ese ambiente es la propia de un sistema político que dio la espalda consciente y rabiosamente al Creador de todas las cosas. Grisura que, por cierto, ha tiempo que se extiende por todo Occidente como una plaga y de la que hablaremos en una próxima entrada.

Decir también que, en cuanto a la «imagen tópica» y lo de la «facha realmente horrenda» que, aunque no todo el mundo tuviera esa imagen, no era por ello menos cierta. Podemos aportar como prueba (una entre varias) el libro de Roberto Yáñez, el nieto chileno de Erich Honecker, titulado Ich war der letzte Bürger von DDR («Yo fui el último ciudadano de la RDA»). En él, a pesar de que es más bien pro-comunista, se dan unos detallazos muy interesantes. No es muy conocido que Honecker y señora tuvieron que liar el petate e irse a Moscú al caer la RDA. Y que allí las pasaron canutas: no sólo porque el frío moscovita no es el de Berlín, sino porque en Moscú no eran nadie y que les convenía no hacer valer su pasado como dirigentes políticos comunistas. Luego se largaron a toda marcha a Chile, donde vivieron algo mejor, pero tampoco les dejaron meter mano en todo el dinero que los dirigentes excomunistas como Egon Krenz (entre otros) se llevaron minutos antes de la debacle.

b) «Feísmo y pobretería acongojantes». El señor de Prada es un «escritor» y por tanto, no usa el palabro acojonante que usamos la plebe menos leída y escribida que él. Pero sea cual sea el palabro, ambos vienen bien para describir la situación del orbe comunista en general y de la URSS de aquellos años en particular. Vivir en el comunismo es vivir en la pobreza y/o miseria si uno es «del pueblo», señor de Prada. Si en el comunismo se hubieran atado los perros con longaniza, señor de Prada, aún habría comunismo en lo que fue el área de influencia comunista y aun el sistema hubiera sido abrazado por Occidente en pleno. La realidad, sin embargo, es muy otra; y por eso el comunismo, podrido hasta la médula en 1989, se acabó derrumbando.

En cuanto al «feísmo», habrá que decirle que es verdad, en modo alguno una invención. Para muestra, un botón: la «arquitectura comunista» es igual de fea en todas partes, da igual si hablamos de Pyonyang, de Tirana, Pekín, La Habana o de Berlín Este. Las construcciones comunistas dedicadas «al proletariado» en esas ciudades no son otra cosa que colmenas. Incluso, si se me permite un apunte personal, yo he estado en Berlín y aún se pueden distinguir las dos zonas por el número de Plattenbau que aún siguen en pie en lo que fue el Ost-Berlin. No sé si Pablenin habrá invitado al señor de Prada a su morada, pero seguro que no se parece en nada a ninguna de esas proletarias Plattenbauten.

c) «El gran villano es el sistema soviético». Pues claro que sí, hombre de Dios. Con la información que ahora tenemos, ya se puede llegar a una conclusión: que si lo «nuestro» es malo y criticable, lo soviético era peor. Y que si nuestra burocracia es, por decirlo suavemente, «malvada», una burocracia que te podía mandar al Gulag antes de 1980 y a un psikushka después de ese año, no podía ser mejor. Como decía Lord Acton, «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». En el siglo XX, ningún otro sistema como el comunista ha sido la demostración palmaria de la verdad de esa frase.

d) Gorbachov, ese «lacayuelo sistémico». Las pinceladas que da el señor de Prada sobre Gorbachov… son de abrigo, por decir lo menos. Por «desmantelar un sistema» que ya no funcionaba en absoluto, Gorbachov no sólo no recibió todo el reconocimiento que podría haber merecido de Occidente (ya entonces la cultura y comunicación occidentales estaban en manos «marxistas»), sino que sus propios conciudadanos hablan aún con desprecio de él, por aquello de que les quitó «lo (muy) malo, pero conocido». Bueno, y dejar sin patria a los comunistas occidentales «de salón», que son muy comunistas… fuera de su casa. En su favor, digamos que conseguir que la URSS se transformara en Rusia sin dispararse un solo tiro no es hazaña pequeña. Y tuvo esa responsabilidad, no la del accidente de Chernóbil. Pero eso no parece interesar al señor de Prada.

También podemos decir que Gorbachov fue el hombre «de dentro» en la telaraña tejida entre Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II para conseguir la caída de la URSS (añadamos a Helmut Kohl respecto del Muro de Berlín). Y que cuando se abrió el Muro y los alemanes orientales se lanzaron a la carrera para pasarlo, Gorbachov soportó unas presiones insoportables tanto dentro como fuera de la URSS (de fuera, especialmente de los chinos, que meses antes de noviembre de 1989 sacaron los tanques en la plaza de Tian’anmen y no querían quedar ellos solos como los totalitarios que son). Y se negó a ordenar que los tanques salieran a la calle, como en Budapest en 1956 o en Praga en 1968. Quiero creer que el señor de Prada sabe eso.

Cabe suponer que Stalin ya no se reiría en su tumba al referirse a las «divisiones del Papa».

Un comentario en “El diablo viste de Prada (I)

Gotas que me vais dejando...

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