Tenemos lo que nos merecemos, sin duda. Una clase política concebida y estructurada como un circuito cerrado, en el que sólo es posible entrar a través de la adoración al líder (vale para todos los partidos). Sólo así se explica que aparezcan unas actas de las «negociaciones» entre el Gobierno (¿?) y ETA en las que leemos con horror que el primero puso sobre la mesa las vidas de las víctimas presentes y futuras de ETA, así como la incorporación de Navarra a esa entelequia llamada Euskal Herria, y que no pase absolutamente nada. Se piden pocas explicaciones y nadie tiene narices (o lo que ustedes se imaginan) para pedir la dimisión, que es lo que ocurriría en un país serio.
¿Dónde está el sexo? Pues en la geometría variable a la que ha jugado la pesoe durante estos siete años, que es el fondo sobre el que hay que proyectar los nuevos descubrimientos. Que la misión de ZP no era «gobernar», sino «alcanzar el poder y conservarlo a cualquier precio» da cuenta el estado de nuestras finanzas, que están por los suelos y pendientes de que Bruselas en general y frau Merkel en particular les peguen un repaso que nos dejen tiesos. El sexo está en que fuera de mantener el poder, nada más importa a ZP y a su cuadrilla: a ustedes y a mí ya nos puede acariciar un pez espada (o lo que ustedes se imaginan).
Las mentiras son más que evidentes: Rubalcaba, nada más aparecer en las tertulias el contenido (parcial) de las actas, ha empezado a echar espumarajos por la boca y a jurar y perjurar que esas actas son «basura». El problema es que la credibilidad del superministro está bajo mínimos, sobre todo cuando se recuerda su voz campanuda y falsamente digna del 13 de marzo de 2004, al decir «los españoles nos merecemos un Gobierno que no nos mienta, que nos diga siempre la verdad». Las mentiras de ZP son tantas ya y tan publicitadas que no necesitan de mayor encarecimiento. Pero éstas de Rubalcaba… ¡ay, qué mala es la hemeroteca para el político demagogo y fantoche!
Las actas se comentan solas. En un país serio hubieran causado la dimisión en bloque del Gobierno y la convocatoria inmediata de elecciones. Lo malo es que España hace tiempo que dejó de ser un país serio en términos institucionales. Y cuando el conjunto de señorías se compone en su mayor parte de mediocres, trepas, lameculos y aprovechateguis de diverso tamaño y pelaje, sin más criterio que su propio beneficio o, todo lo más, el de su partido, no puede esperarse un cambio de dirección en los asuntos de la res publica. ZP negocia con todos ellos la soberanía nacional, a cambio de mantenerse en el poder, cosa que a toda esa tropa le interesa y a nosotros nos perjudica. El interés (privado y espúreo a partes iguales) de cada uno de ellos es el «anillo para gobernarlos a todos» del que dispone ZP.
Todo este conjunto de cosas hace desear que, a pesar de que Rajoy no da muchos motivos para confiar en él (su incomprensible apoyo a la guerra de Libia, o la discriminación lingüística en Valencia y Galicia, calcada de la catalana), sea él el próximo inquilino de Moncloa, en vez de ZP o (Dios no lo quiera), Rubalcaba o Chacón (excelso ejemplo de teatro dentro del teatro eso de la «pelea sucesoria»)…
Lo más triste de todo, y, al tiempo, lo más lamentable, no es que este Gobierno no dimita ahora que se ve envuelto en el asunto Faisán, sino que no lo haya hecho en las docenas de ocasiones anteriores en que ha dado motivos para ello. Vivimos en el país que vivimos, y, de momento, no hay remedio.
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No me diga que no es igualmente triste que ZP se apoya de quienes pretenden invertebrar España porque conviene a los intereses de éstos…
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