Permítanme ustedes que hoy les hable de un tema al que llevo dando vueltas hace ya un tiempo. La tertulia es un género periodístico que parece haberse puesto de moda. En todas las cadenas televisivas o radiofónicas hay una tertulia, en la que unos señores, más o menos equilibrados por un moderador, hablan, comentan y opinan sobre un tema que éste propone, generalmente de actualidad. Los comentaristas suelen ser personas que siguen la línea editorial de la cadena, si bien a veces se incorpora a alguien de tendencia contraria para dar la impresión de que es una tertulia plural; de forma que los alineados se dedican a dar leña al mono (o sea, al tertuliano no coincidente con la línea editorial) hasta que acaba hablando inglés. Porque sepan ustedes que tertulias y tertulianos en este país los hay de dos clases: de izquierdas y de derechas. El desolador panorama recuerda a los versos de D. José Joaquín de Mora «Si no eres de Voltaire, eres de Ignacio…»
Sin embargo, ahondando en el hecho tertuliano, en el caso español nace de dos de nuestros pecados capitales, que diría mi admirado D. Fernando Díaz-Plaja. En primer lugar, la Pereza. Para los españoles no hay cosa más placentera que pasar el rato hablando de lo humano, de lo divino y de lo de en medio sentados en una mesa, frente a un café (o a algo más fuerte, si su cuerpo y su presupuesto se lo permiten). No es exactamente productivo, pero engrasa las neuronas y es una forma no demasiado mala de mantenerse mentalmente activo. Y en segundo lugar, la Soberbia. Tal como dice el profesor Díaz-Plaja, será difícil encontrar a un español que lo sea de verdad y que, preguntado por su opinión acerca de cualquier tema, no tenga nada que decir. Con esos dos ingredientes (y a veces, tratándose de nosotros, departir amigablemente significa intercambiar conceptos a grito pelado, gracias a la Ira) nacen las tertulias españolas.
No obstante, llevo observando un tiempo esas tertulias (pongan ustedes la cadena que quieran: el ambiente es muy parecido) y la adrenalina me sube que da gusto. No tanto por el contenido de las expresiones, sino por el guirigay que se forma cuando todos a la vez quieren expresar su opinión. Se cortan, no se respetan los turnos y lo que el espectador percibe es una cacofonía absolutamente ininteligible. Oigan, ¿pero es que a los tertulianos les pagan a un euro la palabra o qué? No sé si ustedes tengan paciencia con estas cosas, pero les aseguro que cuando veo/oigo algo así se me acaba. Parece mentira que hasta en las tertulias que podrían considerarse serias haya calado lo que se podría llamar escuela Iglesias-Sopena.
También es de tomar en consideración el siguiente detalle. No pocas personas que ven/oyen esos debates son personas mayores a las cuales les cuesta seguir el ágil debate (el guirigay con ruido de fondo, queremos decir).
¿La solución? Hoy estoy constructivo, así que propondré una. Frente a tertulianos que no dejan terminar a los demás o que se enrollan innecesariamente, una moderación más estricta no estaría de más. Y en último término, si aquella resulta impracticable, cabría establecer el sistema de los 59 segundos, por turno estricto. En 59 segundos, hablando deprisa, se pueden decir muchas cosas. Y con el sistema de turno estricto, no se molesta al otro contertulio y los sufridos espectadores podemos escuchar el argumento en su integridad. Cierto es que en TVE, donde se probó esa solución, al final resultó que eran «59 segundos, segundo arriba, segundo abajo» según fuera el personaje que acudía al programa. Y tampoco es eso, claro.
De otro modo, si el tema no se arregla, me aplicaré la ácida frase de Groucho Marx sobre la televisión, leeré el Quijote (hace mucho que no lo releo) y dejaré que esos contertulios que no me respetan como espectador se sigan tirando los trastos a la cabeza (pero no ante mis ojos).
La solución final -quiero decir, la que apuntas al final del artículo- será siempre la mejor. Cervantes no defrauda nunca.
Un cordial saludo.
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Cierto. Cualquiera de los del Siglo de Oro, incluso Galdós, es mejor que la barahúnda televisiva
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Jajaja, lo que me he reído, Luis. ¡Has estado soberbio! 😉
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El enojo es lo que tiene, As: hace que fluyan las palabras que es un primor. Por lo demás, ¡vivan los clásicos! (hasta que los quemen, como en Fahrenheit 451 :P)
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