Visto aquí.
«Si vienen 50 millones de subsaharianos a Europa, este continente se convertiría sencillamente en una prolongación mas de África. Mirad este mapa sobre las diferencias de CI entre las distintas poblaciones: Link ¿qué ocurriría si esa población subsahariana fuese trasplantada aquí? La élite oligárquica no es ajena a estas cuestiones, por eso insisten en desintegrar a las poblaciones europeas sustituyéndolas por foráneas.
Hay unas directrices muy concretas en las que la UE solicita a las organizaciones pro-inmigracionistas de cada país que tengan cierta preferencia con los inmigrantes subsaharianos, a los cuáles podemos ver cada vez en mayor número por las calles de nuestras ciudades (por cierto, los que se ponen vendiendo kleenex en los semáforos y los que van en bici, cobran TODOS 900 euros de las arcas municipales: existen pruebas documentadas sobre este punto)
El problema ya no es solo una cuestión demográfica, es que el aspecto racial es también de inevitable consideración. Todos hemos pasado por la misma programación y hemos sentido el mismo reparo (grima, desagrado, miedo) a tratar ciertos temas. Sientes que el solo hecho de tratar ciertas cuestiones ya te coloca ‘en una posición desagradable’, pero no es más que el efecto de la programación recibida para marear la perdiz. Porque importa y mucho, y además de muchas formas distintas, varias de ellas muy sutiles.
Las diferencias antropológicas importan biológicamente. Y según pasa el tiempo y se acumulan nuevos estudios sabemos que importa mucho más de lo que pensábamos hace apenas unas décadas o de lo que queríamos reconocer. En los últimos tiempos puedo decir que me he «machacado» con lecturas científicas sobre el asunto, provenientes de ambas trincheras del debate, y no me quedan muchas dudas al respecto. La antropología marxista está prácticamente aniquilada, a pesar de que aún domine muchos departamentos, sobre todo el mediático. Y la sociobiología se impone más y más a pesar de su persecución.
Cada estudio epidemiológico, cada antropometría, cada nueva investigación sobre el cociente intelectual, cada investigación genética, le ponen un nuevo clavo en la tapa al ataúd de Boas, Montagu, Mead y los suyos. Cuando sabemos, por ejemplo, que las diferencias raciales entre distintas poblaciones humanas son mayores a las existentes entre perros o gatos, seguir sosteniendo que éstas ‘no existen’ o ‘no importan’ a base de falacias lógicas es pura superstición igualitarista.
Importa sociológicamente porque importa psicológicamente. El cerebro humano está preparado para reconocer las diferencias raciales y subraciales desde los seis meses de edad. El aspecto propio, el de los demás y las reacciones que estos provocan son esenciales en la formación de la identidad propia y en la socialización a lo largo de la vida. El aspecto físico delata hasta cierto punto ante uno mismo y ante los demás los propios orígenes. Eso influencia de forma inevitable la relación que cada cual establece con aquellos que le rodean, pero no sólo eso, sino también con quienes le han precedido. Cuando un español contempla los cuadros del Siglo de Oro reconoce de forma inmediata (y hoy sabemos que eso es una capacidad innata) que aquellos a los que contempla son de una estirpe genética muy cercana. Si un africano se mira al espejo tiene necesariamente que negociar alguna clase de arreglo con ese pasado que no es suyo. Ésa es la razón por la que en EEUU se recurre a engrandecer las figuras de aquellos africanos libertos que participaron anecdóticamente en la llamada Revolución Americana: para intentar que los jóvenes negros sientan aquellos sucesos como algo propio, como algo en lo que participaron esos antepasados que les han legado nada menos que su aspecto.
Por todo lo anterior importa además política y culturalmente: porque cuando se sustituye demográficamente a la población autóctona de un territorio, de etnicidad propia, por poblaciones foráneas, todos los procesos de mestizaje tienden a convertir en irreversible esa sustitución y a negar toda posibilidad de éxito a cualquier movimiento identitario nativo que se oponga al proceso. Sin indígenas no hay reconquista posible. La promoción del mestizaje tiene por objetivo diluir la identidad previa y sustituirla por una nueva, mientras que esos «nuevos» individuos lucharán por defender el statu quo dado, que los ha puesto ahí y que es la base de su propia identidad personal con la que estarían poblando ese territorio. Por esa razón es por la que el mestizaje (promovido o forzoso) ha sido tradicionalmente el arma de destrucción masiva preferida en todas las guerras intertribales, interétnicas o de colonización. Hoy mismo podemos ver su utilización por toda África (verbigracia en Sudán): diluyendo el sentido de una identidad diferenciada en los oriundos, disminuye su número reduciendo su tasa reproductora y simultáneamente aumenta los apoyos de los nuevos pobladores.
Sobre todas estas cuestiones se podría escribir perfectamente una pequeña enciclopedia, así que no es cuestión de alargarse innecesariamente en un comentario. Pero si me gustaría añadir algo: según datos de la propia ONU (nada sospechosa de ser precisamente muy sensible ante los problemas de los europeos) resulta que para 2050 los caucásicos europeos o europoides (vulgo ‘blancos’) van a ser menos del 9% de la población mundial y con una pirámide de edades prácticamente invertida. Es decir: que estarán en vías de extinción, literalmente. Siendo esto así afirmar que nuestra actitud ante la inmigración extraeuropea masiva debe ser ‘neutra’ suena a chiste malo o a broma cruel. En este contexto histórico, la implosión demográfica y la invasión migratoria es el principal acelerador de nuestra destrucción. Es un mal objetivo. Un gran mal. Un suicidio colectivo. Y hay que denunciarlo como tal por mucho reparo que eso nos dé (a mí el primero). Porque lo contrario equivale a afirmar que la extinción de la población europea es irrelevante: un racismo con el que no se atreven ni los Nuevos Panteras Negras.»