Esta impresionante foto, que han llegado incluso a censurar en Facebook (algún conocido tuvo problemas por postearla) no aparecerá en primera página de ningún periódico. Ni se comentará en las tertulias televisivas o radiofónicas, más atentas a otros asuntos. Pocas voces se alzarán para denunciar esta masacre. Los bienpensantes y los administradores de la corrección política mirarán pudorosamente para otro lado.
Algún descerebrado dirá: «Bueno, sólo son negros. ¿Y qué?». Bueno, sí. Son negros. Y están negros también. Lo segundo es porque los han quemado. A alguien se le ocurrió hacer una masacre con esta pobre gente. ¿Razón? Grandísimo pecado: eran cristianos. No me cuesta imaginar quiénes hayan podido ser las malas bestias que han ordenado semejante acto, teniendo en cuenta el imparable avance del Islam en África y sobre todo en Nigeria («tierra de negros»). Ese Islam que al parecer preocupa poco o nada en Europa, pero que ya está aporreando las puertas de nuestras casas (está claro que las de los políticos no).
Pero como decía, los bienpensantes, los administradores del consenso y de la corrección política, los vociferantes contra la Iglesia (el Papa sí ha protestado, «¿pero quién hace caso al Papa»?) y muchos lacios que van de librepensadores (cuando en realidad están presos de su prejuicio anticatólico) no tienen nada que decir. Eran cristianos. Para esa gentuza, ese dato excluye a estos asesinados de la piedad oficial.
A ninguno de estos políticos de carne de burro y flujo de garañones (Ez 23, 1-49) que padecemos a nivel europeo parece preocuparles. Pero el castigo por su desidia (o su codicia, que también) será para todos.
Que horror de sinrazon humana.
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Y todo porque no creen en el mismo Dios…
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