Los españoles empezamos a enterarnos de nuestra verdadera situación. Y han tenido que mostrárnosla desde fuera, desde Bruselas y desde el FMI. «El desplome es el mayor de las grandes economías», titula la prensa de izquierdas. Lejos quedan los tiempos en que teníamos la mejor banca del mundo, en que habíamos sobrepasado a Italia y pronto sobrepasaríamos a Francia. Sí, en deuda, que nadie quería ver. Y digo «quería» porque bastaba tener ojos en la cara para darse cuenta que aquello era un espejismo a caballo del euro. Que no era posible de que los españoles encontrásemos barato Nueva York, que aquí se construyeran más pisos que en toda Europa junta, que cada ciudad tuviera su AVE, su aeropuerto y no sé cuántas televisiones, que los alcaldes ganasen más que los ministros, que importásemos inmigrantes mientras los españoles vivían del paro o haciendo cursos de capacitación que no capacitaban para nada, pues para arreglar un grifo teníamos que llamar a un fontanero polaco. Aquello fue el desmadre, la alucinación y la casa de tócame Roque o como te llames, convertido en Estado del Bienestar, que quienes lo trajeron se empeñan en mantener, mitad por ignorancia, mitad por cuquería. Que Rajoy estaba también un tanto deslumbrado lo demuestra que al tomar el poder no tomase inmediatamente medidas drásticas para devolvernos a la realidad, perdiendo con ello un tiempo precioso. Cuando al final ha tenido que tomarlas, forzado por esa realidad.
Y aquí estamos, con las vergüenzas al aire, echándonos la culpa unos a otros, según nuestra bendita costumbre. Todos son culpables –los mercados, Merkel, la banca, el anterior gobierno, éste, los empresarios, los sindicatos–, todos menos uno mismo. Sin querer darnos cuenta de que los culpables somos nosotros por haber permitido que nos llevasen a esta situación. Claro que ¡era tan cómoda!
Y los menos culpables, los mercados. Los mercados son, sencillamente, ahorradores de otros países que nos prestan su dinero con la intención de obtener un beneficio proporcional al riesgo de que se lo devolvamos o no. ¿Les parece a ustedes anormal? ¿O lo anormal es que nos lo gastemos en lujos que esos mismos prestamistas no pueden permitirse?
Ya sé que esto que digo no va a granjearme aplausos sino todo lo contrario, con la acusación de exagerado y alarmista como las más suaves de todas. Pero uno está para contar lo que ve y decir lo que piensa, y si se equivoca, al menos esta vez, mejor para todos. Pero también me lo llamaban cuando, hace ya cuatro años, en estas mismas columnas, decía que algo iba mal, que no se podía gastar más de lo que se producía. No sirvió de nada y es muy posible que esto que estoy diciendo tampoco sirva.
(ABC, 18 de julio de 2012)
Por una vez y sin que sirva de precedente, no estoy de acuerdo con el maestro Carrascal. Si bien es verdad que hubo mucha gente que creyó que aquí poco menos que se ataban los perros con longaniza (incluido el marido de la Paella y su inmobiliaria, ella que ahora tanto critica la burbuja de Aznar), no es menos cierto que hubo otra buena parte de gente que no se lió la manta a la cabeza y siguió viviendo más o menos dentro de un orden. No creo que a esas personas se las pueda llamar «culpables», máxime cuando a ellas también y en no pocos casos se las ha llevado por delante el tsunami de la crisis.
No obstante, en una cosa sí estoy de acuerdo. No van a hacerle puñetero caso, maestro, como no se lo hicieron hace cuatro años. Ni a usted, ni a los que hace cuatro años nos barruntábamos, con mayor o menor conocimiento, que pintaban bastos mientras los de siempre nos llamaban «antipatriotas» y otras sandeces al alimón.
Los que no nos endeudamos por encima de nuestras posibilidades, ahora debemos pagar los 3 coches que se compró el vecino fontanero. Encima él cobraba por arreglar el grifo pero los consejos médicos a horas intempestivas eran gratis, y resultaba natural..ya se sabe, el currante es el currante y los demás somos ahora los señoritos que «nunca sudaron la camiseta». El caso es que, de nuevo, nos toca pagar…
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Pues sí. Como hubiera dicho el recordado Joaquín Prat, «¡AAAAAA PAGARRRRRR!» 😛
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Casi dan ganas de llamarse a uno mismo tonto completo. Al menos los que derrocharon lo disfrutaron, los demás ni eso pero a la hora de apencar apencamos igual que si lo hubiéramos echo y ademas con la cantinela de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Bueno serían los que fueran que no todos.
Saluditos.
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Pues está mal, claro. Pero por eso yo digo que por encima de los «indignaos» de Ipad e Ipod están los cabreados, y dentro de éstos, los que a pesar de la orgía de gasto mantuvieron la cabeza sobre los hombros y a los que, como digo en el post, se los ha llevado igualmente por delante el maremoto de la crisis. Que son los que con mayor razón tienen derecho a estar CABREADOS.
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