Huésped de las nieblas


Con esa sonrisa y esa mirada, ¿cómo no iban a votarle las señoras?

Sepan ustedes que asistimos estos días a un espectáculo repugnante. El expresidente Suárez acaba de dejar el hospedaje de las nieblas aunque haya muerto ya varias veces en los diarios…. No menos repugnante es el circo de lloronas que se ha levantado en torno a él, intentando cada uno ser quien haga primero la loa fúnebre más bonita. No es muy diferente de cierto pasatiempo oficinario, en el que los chupatintas daban un premio a la necrológica más hilarante del odiado jefe.

Bien parece que se trata de eso, por los dimes y diretes que se han visto y oído en estos días. Se oyen, según la costumbre batueca, las más exageradas alabanzas: «El mejor político de España», «el más desprendido», «el más noble», «el más… (lo que ustedes quieran)». Oyendo a algunos, pareciera que si no hubiera sido por Suárez aún seguiríamos pintando bisontes (franquistas, of course) en Altamira.

En mi modesta opinión, ni tanto, ni tan calvo. Suárez, como casi todos, fue un hijo de su tiempo, con sus luces y sus sombras. Lo mejor que se puede decir de él es que le ocurrió lo que a Churchill: fue la persona adecuada para pilotar la «nada santa Transición» (al igual que Sir Winston para los acontecimientos bélicos como Dux Bellorum), pero no para lo que iba a venir después. Encantador de serpientes, consiguió conjuntamente con Torcuato Fernández Miranda que las Cortes franquistas se hicieran el harakiri sin rechistar. Su posición y trayectoria dentro del Régimen evitaron que lo que entonces se dio en llamar el búnker (conjunto de militares de muy alta graduación inquebrantablemente adeptos a Franco) reaccionara inmediatamente contra él. Habiendo sido falangista le creían uno de los suyos (a pesar de que las relaciones entre el Movimiento Nacional y el Ejército nunca fueron del todo fluidas).

Quizá ése fue su único mérito, como hemos sostenido siempre en este blog: que en aquel año y medio que va desde el 20 de noviembre de 1975 hasta el 15 de junio de 1977 los españoles cambiamos de régimen sin disparar un solo tiro y sin abrir los armarios de los fantasmas atávicos. A partir de ahí, su estela comienza a ensombrecerse, por dos hechos que un número respetable de gente no le perdona:

a) La legalización del PCE durante la Semana Santa de 1977, habida cuenta del papel que jugó dicho partido en la guerra civil tanto por sí mismo como gracias a la URSS.

b) El proceso constituyente, en el que el pueblo español fue convidado de piedra y poco más.

Respecto del primero y situándonos en la perspectiva de aquellos años, suponemos que Suárez entendió que «todos eran bienvenidos a la construcción del nuevo sistema político» para mantener así un espíritu de «paz y concordia», provocando el relegamiento de muchas memorias particulares en aras del «bien común». La perspectiva nos demuestra que no fue muy acertado, a la larga; pero a la corta, si se hubiera denegado esa legalización, Suárez hubiera tenido que luchar contra la acusación de «continuismo franquista», que tampoco le convenía ni dentro ni, sobre todo, fuera del país.

El segundo, a su vez, puede desdoblarse en dos puntos principales:

1) El hecho de que se incluyera la Monarquía dentro del pack constitucional, hurtando al pueblo la elección entre ésta y una República. Las razones esgrimidas se basaban en el nombramiento directo por Franco del Rey como sucesor y no de su padre, de quien Franco no se fiaba. Probablemente no se quisieron arriesgar, a pesar de que en aquellos entonces la opción republicana no gozaba de mucha simpatía en general. También da la pista de por qué lo que consideramos hoy nuestra «Carta Magna» no es una verdadera Constitución, sino una Carta Otorgada.

2) La negociación del llamado Estado autonómico con los mal llamados «territorios históricos». Nacionalistas (entonces) catalanes y vascos pretendieron que sus regiones no eran iguales que las demás y que debían obtener mayores privilegios por el hecho de haberse aprobado previamente unos Estatutos de Autonomía durante la legalidad republicana. Es fama que los «negociadores» y catalanes vascos fueron tan sumamente rígidos y contumaces que, harto ya de tanta monserga, el andaluz Bartolomé Clavero dijo la gran frase, la que enlaza con la de «de aquellos polvos, estos lodos»: «Café para todos».

Tras las elecciones de junio de 1977, empezó el trabajo de zapa de su mandato y figura. Aquí quienes más le conocieron podrán hablar de las zancadillas, burlas, befas, mofas y cuchufletas que tuvo que soportar mientras estuvo en el Gobierno, teniendo que enfrentarse al grave problema económico, a lo que suponía el cambio político a ras de suelo para muchos españoles y, de paso, a sus propios compañeros, con nombres propios como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, hoy Amigo del Pueblo Vasco, o Francisco Fernández Ordóñez, que fue el que nos trajo el IRPF y que luego dio el salto a la barca de Felipe González, cuando explotó UCD. Suárez sufrió en sus carnes aquel aforismo de Konrad Adenauer: «Hay enemigos, enemigos acérrimos y compañeros de partido». Y no solamente la de ellos, sino la de sus rivales más directos del PSOE, entre ellos el «ocurrente» Alfonso Guerra, que por aquellos entonces le llamaba tahúr del Mississipí y otros epítetos menos amables.

Un tercer hecho que hay que añadir en su contra fue la nula eficacia de su política antiterrorista. Bien es verdad que al otro lado de los Pirineos mandaba Giscard d’Estaing, cabronazo de grado 33, que nos despreciaba y que no nos iba a poner las cosas fáciles con ETA; pero con Suárez se iniciaban aquí los llamados años de plomo, los de los entierros vergonzantes de noche, los de las víctimas del Ejército y de las FCSE, los años de las caras de palo en los entierros y de la «serenidad y firmeza» de todos los ministros de Interior que sucedieron a Juan José Rosón.

En cuanto a su marcha de la primera línea de la política, teorías hay para todos los gustos. Entre todas, voy a citar una que puede que a más de uno no le guste: digamos que, formado ya el nuevo establishment político, a Suárez ya no le necesitaban ni propios ni extraños –entre estos segundos, el Rey, por quien Suárez tanto hizo–. Y le dimitieron. Por eso creo que, a su pesar y en su contra, mintió cuando al dirigirse a la nación sobre el particular, dijo «Me voy sin que nadie me lo haya pedido». Y resulta extraña la concatenación de hechos: de la dimisión/marcha de Adolfo al 23-F.

De lo que hubo ya después, todo es bastante público. Un servidor de ustedes no sabe si Suárez se enriqueció con el ejercicio de la política o no, como ahora algunos acusan. Lo que sí sé es que se arruinó debido a los carísimos tratamientos que tuvo que pagar para que primero su esposa Amparo y después su hija Mariam salieran adelante (no fue así, por desgracia). Finalmente, encontró hospedaje en las nieblas del Alzheimer y ya no salió más de ahí. Fue eso lo que le enterró en vida, aunque probablemente el fracaso de su CDS, con el que intentó volver, también tuvo mucho que ver. La gente lo quería… pero en la vitrina de los recuerdos en blanco y negro. Mucho mejor caras nuevas; por lo que alguien decidió que Suárez estaba quemado y que no debía volver. Pregunta inquietante: ¿se puede inducir el Alzheimer, como no hace mucho tiempo he leído por ahí?

Por mi parte, sólo recordaré esas impresiones nítidas que me quedaron de aquellos años y la conclusión a la que llego es que «verdadera democracia» sólo la hubo en España en aquellos cuatro años (1977-1981), en que todo estaba por hacer y en que, a pesar del miedo y de las presiones, caminamos.

Se va hoy, pues, un personaje de la Historia de España en mayúsculas: Adolfo Suárez González. Con sus errores y aciertos, sus fortalezas y sus debilidades, sus luces y sus sombras. Algún día nuestros hijos encajarán todas las piezas del rompecabezas que supuso la época que él vivió. Descanse en paz.

3 comentarios en “Huésped de las nieblas

  1. Es inconcebible aunque comprensible, que una persona ya muerta, haya acaparado cien veces mas información, que muchos miles, manifestándose por sus derechos y su dignidad
    esta es la manipulación del poder y de los medios de comunicación

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    1. Eso tiene respuesta sencilla. Fue uno de los que trabajó para que cambiásemos de régimen político y consiguió además que cambiásemos sin disparar un solo tiro. Tal y como estaban entonces las cosas es un mérito. En cuanto a la manifestación, podrían haberla hecho otro día: uno no elige cuándo se muere, pero sí puede elegir el día en que se manifiesta. Y con los medios que hay hoy en día, no es tan difícil.

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